OBITUARIO

María Carolina Hoyos escribe en SEMANA un conmovedor texto de despedida a su abuela Nydia Quintero. Sus 7 lecciones de vida y sus recuerdos con Miguel Uribe

María Carolina Hoyos Turbay, nieta de Nydia Quintero y hermana de Miguel Uribe, reconstruye el legado de amor y servicio de la ex primera dama. También cuenta el papel salvador que tuvo en su vida y en la de su hermano. “El dolor no la detuvo. La definió”.

5 de julio de 2025, 7:21 a. m.
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María Carolina Hoyos Turbay, nieta de Nydia Quintero y hermana de Miguel Uribe, reconstruye el legado de amor y servicio de la ex primera dama. | Foto: SEMANA

Algunas personas dejan obras. Otras, como mi abuela Nydia, dejan huellas vivas.

En corazones. En familias. En países enteros. Hoy, cuando mi abuela ya no está físicamente y la Fundación Solidaridad por Colombia cumple 50 años, me parece justo empezar este texto no por su biografía, sino por lo más valioso que sembró: sus lecciones.

Mi abuela es mi persona favorita. Lo escribo en presente porque estoy segura de que su amor no muere, se transforma. Y de que ella no se va, sino que se eleva con un firme propósito de reforzar a los ángeles en el cielo que cuidan su obra, a nuestra familia y especialmente a Miguel.

Mamá Nydia es una abuela de otro mundo. Yo creo que ese molde Dios lo tenía para ella. Hecha de otro material. Jamás hubo odio, ni venganza. Y nos transformó a todos los que la conocimos, a mi hermano y a mí, también a quienes nunca la vieron, pero fueron tocados por su obra. En esto era lo que creía con el alma:

María Carolina Hoyos y su abuela Nydia Quintero. | Foto: karen salamanca-semana

1. La solidaridad es un camino de ida y vuelta

“No es caridad. Es reciprocidad”, repetía con firmeza. Porque, para ella, quien da también recibe, y quien recibe, tarde o temprano, debe dar. Nunca quiso dar limosnas, sino dar oportunidades. Quiso que todos –sin importar su punto de partida– tuvieran algo que ofrecer. Esa es la piedra angular de la Fundación Solidaridad por Colombia: que quien fue acogido, algún día también acoja.

2. Uno viene a este mundo a dejar huella, no ruido

Para mamá Nydia, no se trataba de ser reconocida, sino de ser útil. Decía que el verdadero legado no era la fama, sino la coherencia. Que servir era la forma más elevada del amor. Por eso nunca buscó reflectores. Pero sabía que los resultados, si son verdaderos, hablarán por uno. Y vaya si hablaron.

3. El milagro empieza cuando alguien cree en ti a tiempo

A los niños les hablaba con seriedad y dulzura. Se agachaba a su altura, los miraba a los ojos, les preguntaba por sus sueños. Sabía que todo cambia cuando alguien–uno solo– cree en ti. Por eso insistió en la nutrición, en la educación desde la cuna, en formar en valores desde el primer día. Sembró miles de milagros que hoy tienen nombre, profesión y propósito.

“Cuando mi mamá murió, mi abuela me abrazó como si el mundo no se fuera a romper. Me enseñó a respirar en medio del duelo. Me enseñó a perdonar. Me enseñó a seguir adelante”.
“Cuando mi mamá murió, mi abuela me abrazó como si el mundo no se fuera a romper. Me enseñó a respirar en medio del duelo. Me enseñó a perdonar. Me enseñó a seguir adelante”. | Foto: daniel reina romero-semana

4. El perdón libera

Después de perder a su hija, mi mamá, Diana Turbay, en medio del horror del narcotráfico, eligió el perdón. No fue olvido. Fue un acto de fe. Nunca dejó de vestirse de negro, pero tampoco dejó de servir. Nos enseñó que perdonar no es debilidad, sino poder. Que uno no perdona por el otro, sino por uno mismo. Y que solo quien sana puede volver a amar con libertad.

5. La franqueza también es una forma de amor

No era complaciente. Decía las cosas de frente. Me corrigió con firmeza. Me regañó cuando fue necesario. No era mi comité de aplausos: fue mi brújula. Nos enseñó que el amor también se dice con verdades. Que el verdadero cuidado exige coraje. Y que las personas que más nos transforman no son las que nos halagan, sino las que nos forman.

6. La familia es la primera escuela de servicio

Nos recordó que todo lo que uno construye afuera, se alimenta primero desde adentro. Que la familia es el primer lugar donde se aprende a amar, a perdonar, a servir. Su casa siempre estuvo abierta. Para sus hijos, sus nietos, sus jóvenes becados, sus “adoptados del alma”. En su corazón, todos teníamos un lugar.

Casi 6 millones de colombianos han recibido la ayuda de la Fundación Solidaridad por Colombia, liderada por Nydia Quintero y ahora por su nieta, María Carolina Hoyos.
Casi 6 millones de colombianos han recibido la ayuda de la Fundación Solidaridad por Colombia, liderada por Nydia Quintero y ahora por su nieta, María Carolina Hoyos. | Foto: Archivo Familiar

7. Los sueños y la familia no se excluyen

Mamá Nydia nos demostró que sí es posible servir a un país entero sin abandonar a la familia. Que se puede trabajar con pasión, construir un sueño colectivo, liderar con entrega… y al mismo tiempo estar presente en la mesa, en los cumpleaños, en los duelos, en las victorias íntimas. Nos enseñó que el éxito no está en elegir entre lo personal y lo profesional, sino en lograr que se nutran mutuamente. Que se puede transformar el mundo sin soltar la mano de los que uno ama.

Su historia: del río Magdalena a la Casa de Nariño

Nacida en Neiva en 1931, hija de Jorge Quintero Céspedes y Ahalía Turbay Ayala, Nydia Quintero creció viendo a su madre cruzar barrios humildes para llevar ayuda. Su vocación de servicio no fue algo aprendido, fue una herencia viva. Quedó huérfana muy joven y recibió una beca para culminar sus estudios.

Se casó con su tío Julio César Turbay Ayala siendo muy joven. Junto a él recorrió el país, pero nunca se desvió de su propósito: servir. Antes de ser primera dama, ya había creado la Fundación Solidaridad por Colombia. Corría el año 1975. Tres años después, desde el Palacio de Nariño, ya no solo soñaba con transformar el país: lo estaba haciendo.

“Mi abuela cantaba boleros, cocinaba sin recetas, escribía tarjetas a mano. Reía con sus nietos”.
“Mi abuela cantaba boleros, cocinaba sin recetas, escribía tarjetas a mano. Reía con sus nietos”. | Foto: Archivo Familiar

Fue en las catástrofes donde mostró su temple. Tras el tsunami de Tumaco en 1979, llegó con botas de caucho y sin miedo. Recogía cuerpos, organizaba ayuda, levantaba comunidades. Allí conoció a Jhony Fernando Gómez, un niño afrocolombiano al que llevó al Palacio. Lo acogió como un hijo. Años después, su hija llevaría el nombre de mi abuela: Nydia.

El dolor no la detuvo. La definió

A inicios de los noventa, su hija –mi mamá, Diana Turbay– fue secuestrada por el cartel de Medellín. Tenía 40 años. Era periodista, valiente, comprometida. La secuestraron durante seis largos meses. Y al intentar rescatarla, la asesinaron.

Yo tenía 18 años. Enterarme por la radio fue un golpe que me partió. En mi libro Desde el fondo del mar cuento ese momento como uno de los más oscuros de mi vida. No sabía si alguna vez volvería a sonreír. Pero mi abuela me sostuvo.

Me abrazó como si el mundo no se fuera a romper. Me enseñó a respirar en medio del duelo. Me enseñó a perdonar. Me enseñó a seguir adelante.

Lo más impactante fue escucharla decir que hubiera dado su vida a cambio de la de mi mamá. Que se hubiera dejado secuestrar si eso la hubiera salvado. No lo dijo como una heroína. Lo dijo como una madre. Y esa fue su mayor fortaleza: amar hasta las últimas consecuencias.

La fuerza espiritual detrás del milagro

Días antes de su fallecimiento, mi abuela le dijo a la enfermera: “Póngale un trapito blanco en la cabeza a Miguel”, su nieto, mi hermano, quien lucha por su vida. Lo dijo como quien siente una señal. Como si supiera que su vida se estaba apagando para convertirse en refuerzo celestial para él. Y yo lo creo. Porque si alguien podía hacer de su muerte un acto de amor, era ella.

“Mi abuela pidió que le pusieran un trapito blanco a Miguel, como si supiera que su vida se estaba apagando para convertirse en refuerzo celestial para él”.
“Mi abuela pidió que le pusieran un trapito blanco a Miguel, como si supiera que su vida se estaba apagando para convertirse en refuerzo celestial para él”. | Foto: alexandra ruiz poveda-semana

Una red de millones de vidas tocadas

Más de 5,8 millones de personas han sido impactadas por la Fundación Solidaridad por Colombia. Niños que aprendieron a leer. Jóvenes que hoy son líderes en su comunidad. Familias que sanaron. Comunidades que resurgieron. Detrás de cada uno, estaba ella.

Las historias se multiplican. Jóvenes que llegaban a su casa a contarle su progreso. Mujeres que le llevaban flores. Becados que hoy son empresarios. Y en cada uno de ellos, una frase repetida: “Gracias a mamá Nydia, mi vida cambió.

”La Caminata de la Solidaridad dejó de ser un desfile y se convirtió en un movimiento. En una manifestación nacional de esperanza. Porque ella nos enseñó que caminar juntos sí es posible. Que las diferencias no nos separan si la causa es el bien común.

No construyó una obra. Construyó una manera de vivir.

Mi abuela no fue solo primera dama. Fue madre de miles. Madrina de causas. Arquitecta de sueños. Dama hasta el final, con su bolso grande colgado del brazo, impecable, determinada. Tenía ese equilibrio extraño entre imponencia y ternura. Entre exigencia y dulzura. Nunca hizo nada a medias. Decía: “Si vas a ayudar, hazlo bien hecho. Porque ayudar mal también puede herir”.

“Mi abuela no fue solo primera dama. Fue madre de miles. Madrina de causas. Arquitecta de sueños”.
“Mi abuela no fue solo primera dama. Fue madre de miles. Madrina de causas. Arquitecta de sueños”. | Foto: guillermo torres-semana

Cantaba boleros, cocinaba sin recetas, escribía tarjetas a mano. Reía con sus nietos. Me enseñó que rezar era hablar con Dios como se habla con un amigo. Y me pidió –más de una vez– que nunca perdiera la costumbre de agradecer.

Su legado está vivo y necesita a Colombia.

Hoy, cuando la Fundación Solidaridad por Colombia cumple medio siglo, su legado no se mide solo en premios ni cifras. Se mide en gratitud. En gente que sigue su ejemplo sin haberla conocido. En quienes heredan, sin saberlo, sus convicciones.

Yo tengo el privilegio de continuar esa misión. Y cada día siento su mano en mi espalda. Empujándome con firmeza. Susurrándome con amor: “El país se cambia con actos pequeños, constantes y valientes”.

A quienes me leen, a quienes creen que el país puede ser distinto, a quienes tienen algo para dar, tiempo, ideas, recursos, cariño, los invito a que apoyen la Fundación Solidaridad por Colombia. A que apoyen sus becas, sus centros infantiles, sus programas con comunidades, su trabajo invisible y profundo. Porque cuando uno decide amar sirviendo… Nydia vuelve a caminar con nosotros.