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Salud Hernández-Mora cuenta la historia del español que quiere recuperar la casa donde mataron al protagonista de ‘Crónica de una muerte anunciada’, de Gabo
Uno de los mayores conocedores de la obra de Gabo busca recuperar un sitio emblemático de la ruta literaria del nobel. Por Salud Hernández-Mora.
Fue el escenario de un crimen que Gabo inmortalizó. Pero no lleva el nombre de Santiago Nasar ni el del genial escritor, ni tiene signo alguno que recuerde que frente a su fachada murió acuchillado Santiago Nasar. La casona donde residía el protagonista de la magistral obra del premio nobel es un tradicional almacén de abarrotes, situado en la plaza principal de Sucre, el pueblo del departamento homónimo al que llegó la familia García Márquez en 1939. El niño Gabito contaba entonces 12 años de edad.
Ahora el doctor Juan Valentín Fernández de la Gala, uno de los españoles que mejor conoce a Gabriel García Márquez, pretende rescatar la casa de la termita insomne del olvido. Acariciaba la idea desde hace años, junto con el recién fallecido Federico Mayor Zaragoza, quien, además de director de la Unesco y prestigioso catedrático de bioquímica, lideró, en sus últimas décadas de vida, la Fundación Cultura de Paz, con un foco especial puesto en Colombia.
De lograrlo, la casa de Santiago Nasar podría formar parte de una ruta literaria que nos permitiría seguir los pasos del coronel Aureliano Buendía, de la Mamá Grande, de los hermanos Vicario y de otros célebres personajes de las obras del colombiano más universal. Un recorrido completo por las dos orillas de Macondo: la orilla bananera, en Aracataca, y la orilla mojanera, en la localidad de Sucre. Un trayecto necesario si uno quiere comprender por qué la maravillosa nación suramericana sigue sumando guerras a las 32 que libró y perdió el protagonista de Cien años de soledad, y las razones para que los homicidios pasionales, como el que relata Crónica de una muerte anunciada, continúen alimentando las letras de las canciones más tristes.
“Hoy sabemos que García Márquez escondió decorosamente la identidad de los personajes de esa crónica detrás de nombres ficticios. Pero muy pocos en Sucre ignoran que Santiago Nasar era en realidad un joven inmigrante italiano que estudiaba por entonces tercero de Medicina en la Universidad Javeriana de Bogotá y que su nombre real era Cayetano Gentile. Y saben también que el verdadero apellido de los hermanos Vicario era en realidad Chica, o que su hermana Ángela, a la que le colgaron el honor en el tendedero público del chisme, se llamaba realmente Margarita, como esa flor que deshojan los amantes indecisos”, explica con entusiasmo el doctor Fernández de la Gala. Especialista en antropología forense y profesor de Historia de la Medicina en la Universidad de Cádiz, es autor de Los médicos de Macondo, un exhaustivo ensayo recientemente publicado por la Fundación Gabo, que revela el rigor admirable con que García Márquez presentaba los temas relacionados con la medicina.
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“Recordemos que en La hojarasca el médico francés que se suicida es la pieza vertebral de la historia. En El coronel no tiene quien le escriba se describe al detalle una técnica analítica para detectar azúcar en la orina de un diabético. El amor en los tiempos del cólera se inicia con una intoxicación por cianuro. En Crónica de una muerte anunciada la autopsia de Santiago Nasar constituye una parte esencial en el rompecabezas de la trama: se describen las armas homicidas y el estigma sangrante de cada una de las 23 puñaladas que recibió”, explicó Fernández de la Gala en entrevista con la Fundación Gabo.
Un día, el antropólogo forense se encontró en París con Gonzalo García Barcha, hijo del escritor, y trató de averiguar qué amigo médico asesoraba a su padre en estas cuestiones. Gonzalo lo desconcertó con su respuesta: “Mi padre no tenía un asesor médico”. Pero luego añadió: “Tenía todo un equipo médico a su servicio. Les daba la lata de día y de noche o los llamaba a horas intempestivas para preguntar cómo matar a un personaje en solo tres capítulos o qué veneno se podía usar en el café sin que la víctima lo percibiera en el sabor”. En Los médicos de Macondo se desvelan estos secretos de la carpintería literaria de García Márquez que hasta ahora permanecían desconocidos.
Las cenizas del nobel reposan en el claustro del Convento de la Merced, en Cartagena de Indias, y en su tórrida Aracataca natal se conserva la Casa Museo, donde nació. Aunque ocupa el mismo lugar de la original, hicieron una restauración que falsea por completo el precario aspecto de aquellos hogares de una población pobre y polvorienta de principios del siglo pasado. Cuando la visité para un reportaje con motivo del aniversario 40 de Cien años de soledad, un tío del escritor, que aún residía en Aracataca, aseguró que esa casa moderna, lujosa, nada tenía que ver con la rusticidad propia de una época carente de comodidades.
“Allí también está la vieja botica del doctor Antonio José Barbosa, un venezolano de Maracaibo que huyó de las represalias del dictador de turno y fue el primer médico titulado de Aracataca”, relata Fernández de la Gala. “El doctor Barbosa es el armazón real que sostiene el personaje del médico francés de Macondo en La hojarasca y en Cien años de soledad. Su botica es el kilómetro cero de todos los caminos de Macondo, tal como Gabo ha contado en varias ocasiones. Siendo todavía un joven periodista de veintipocos años, hablando con el doctor Barbosa tuvo un deslumbramiento de clarividencia que le hizo ver que su papel como escritor no era contar las historias de Kafka, de Faulkner o de Virginia Woolf, como venía haciendo hasta ahora, sino contar la historia ficcionada de su propio pueblo, de su propia familia, de su propia casa. Lamentablemente, hoy la botica Barbosa empieza a sucumbir al comején de la indolencia de las autoridades y pronto no será más que un solar en ruinas en la encrucijada central de los caminos de Macondo”, añade.
Sin embargo, la casa de Santiago Nasar (o Cayetano Gentile, si prefieren) apenas ha cambiado a pesar de los 74 años transcurridos. “La plaza de Sucre, en Sucre, la preside una iglesia neogótica que parece más bien una miniatura de la catedral de Colonia que alguien hubiese robado de una torta de bodas”, describe Fernández de la Gala para este medio. “Y allí, en esa misma plaza, sigue en pie también la casa de los Gentile y el portón, trancado torpemente por la madre al escuchar las voces de la refriega en la madrugada, sin sospechar que estaban matando a su hijo bajo la luz de los primeros gallos. A la derecha de aquel portón se abre el callejón de los Munive, por donde Cayetano trató de escapar de la fatalidad hacia el río, sosteniéndose ya con las manos las tripas ensangrentadas”, relata.
En la residencia de los Gentile venden ahora distintos productos. “Llevó primero, colgado de la balaustrada del balcón, un cartel rosado que decía ‘Bazar Juanchito’, y luego otro amarillo donde se leía ‘Depósito Magangué, venta de víveres y abarrotes al detal y al por mayor’. Y allí seguimos comprando con las mismas monedas y pagando un precio que siempre será caro si no aprendemos el valor de la historia: la local y la continental”, agrega Fernández de la Gala.
Que el Estado colombiano adquiera, restaure y abra al público la casona sería un modo de cambiar “el rencor del pasado por la reconciliación del futuro. Urge sustituir el cartel del ‘Bazar Juanchito’ por otro que hable de paz y que grite la necesidad que tenemos todos de sortear la trampa espiral de la violencia y de desarmar los resortes oxidados de los viejos prejuicios”, sugiere el profesor.
Además, el visitante conocería La Mojana, un bello paraje de ciénagas y ríos, que, para desgracia de sus nativos, en lugar de progresar, se ahoga en sus propias aguas. Sucre, al que pusieron el sobrenombre de la Perla de la Mojana, conoció épocas mejores gracias a las bonanzas de otros tiempos, primero la panelera y luego la arrocera. Municipio agrícola, sufre inundaciones anuales que sumergen las mejores intenciones en el lodo del abandono estatal y esa insaciable corrupción que todo lo devora en la región costera.
“Por fortuna, el edificio está aún en buen estado y en Sucre existe una asociación cultural sin ánimo de lucro: Pata de Agua. De la mano de Isidro Álvarez Jaraba, escritor y cronista del Macondo mojanero, uno puede mirar el pueblo de otro modo, explorar las raíces de las historias de García Márquez y conocer la cultura anfibia de los zenúes y la rica biodiversidad que esconde el laberinto de los caños y su latido milagroso”, explica Fernández de la Gala. “Nuestra iniciativa allí será remodelar la casa de Santiago Nasar y convertirla en un museo vivo, en una referencia cultural que hable de la necesidad de la paz en un país que ha sufrido como pocos la peste mortal de la violencia”.