Violencia

Salud Hernández- Mora viajó al Guaviare e investigó la masacre de los ocho cristianos a manos de las disidencias de las Farc. Esto encontró

Salud Hernández-Mora, desde el Guaviare, revela la difícil situación que se vive en esa región, en la que un grupo de religiosos fue asesinado. ¿Quién les puso la lápida encima?

26 de julio de 2025, 7:28 a. m.
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Salud Hernández-Mora recorrió el Guaviare a raíz de la masacre de los ocho religiosos. | Foto: Salud Hernández- Mora

“Si no vuelvo, sigan trabajando acá. Yo no debo nada”, dijo James Cantillo a los suyos cuando se dirigía, junto a otros vecinos, a cumplir la cita con las Farc-EP de Iván Mordisco, la disidencia que ejerce control en gran parte del Guaviare.

Tal vez recordó en ese momento la advertencia que le hicieron unos conocidos en enero pasado: “La guerrilla no quiere saber nada de araucanos”. Pero no le prestó atención. Los rumores corrían desde hacía tiempo y en Calamar residen muchos campesinos que, como él, salieron de Arauca hace años, hastiados de la violencia del departamento fronterizo y por las oportunidades de progreso del Guaviare.

Además, había echado raíces en Agua Bonita Media, también conocida como Pueblo Seco, una vereda tranquila, a 20 kilómetros de la cabecera municipal y de apenas 50 familias; gentes trabajadoras, de profundas creencias religiosas, que nunca se metían con nadie.

Pero alguien les había puesto una lápida encima con falsas acusaciones. Unos apuntan hacia alias Brando, quien fuera la mano derecha del comandante ‘el Paisa Duver’, como el individuo que los señaló de pertenecer a una célula del ELN y, consecuentemente, los asesinó.

Los religiosos fueron asesinados por hombres de Iván Mordisco. | Foto: Salud Hernández-Mora

En las Farc-EP de Mordisco están convencidos, me dijeron, de que los elenos planean ingresar al Guaviare y se servirían para ello de un puñado de araucanos procedentes de poblaciones donde siempre han mandado. Serían los encargados de abrirles camino.

Pero Brando ya no vive, lo sometieron a un consejo de guerra y lo fusilaron, afirmaron fuentes locales. No lo condenaron por considerar un error la masacre, sino por traidor. Lo responsabilizaron de la muerte del Paisa Duver. “Piensan que lo entregó al Ejército para que lo dieran de baja y que colaboró con Calarcá en la guerra entre ellos por esta región”, anotaron.

Los paisanos de Calamar consultados descartaban que los ocho asesinados tuvieran nexos con el ELN; si acaso, les tocó vivir bajo su mando, como a tantos colombianos de zona roja que soportan a un grupo guerrillero. Eran conocidos en el pueblo desde hacía años y los tenían por personas buenas, trabajadoras, de iglesias cristianas y que nunca crearon problemas.

“Maryuri, que se casó hace dos años y tenía un hijo, era muy alegre, muy comunicativa, entradora”, describe un lugareño. “Don Carlos tenía una motosierra y le trabajaba a mucha gente. Don Nixon era el presidente de la Junta, muy buena persona; el matrimonio puso una tienda y vendían un poco de todo. Los demás eran igual de queridos”.

Escuela en el Guaviare donde los religiosos compartían con la comunidad. | Foto: Salud Hernández-Mora

También dieron poco crédito a la versión de las ansias conquistadoras de la banda armada rojinegra. “Aquí solo hemos conocido Farc y, hace tiempo, a los paramilitares hasta que se desmovilizaron. No es fácil que vengan unos nuevos”, comentó más de uno.

“Lo que ocurre es que en las Farc les tienen miedo. Un comandante decía que uno solo del ELN acaba con una cuadrilla suya. Que los entrenan un año y están mucho mejor preparados que sus guerrilleros”, explicó un nativo que, como todos los entrevistados, pidió no escribir su nombre por seguridad.

Aunque en Guaviare han sufrido todo tipo de barbarie, lo sucedido con Jesús y Carlos Valero, Maryuri Hernández, Óscar Hernández, James Caicedo, Nixon Peñaloza y el matrimonio conformado por Marivel Silva e Isaid Gómez, ha causado honda preocupación.

“Fue una sucesión de hechos graves. Primero los combates de Miravalle, donde murieron 23 de Mordisco y tuvo 18 heridos; de Calarcá, unos 22 muertos, más los que se llevaron. Luego el asesinato del dueño de una ferretería y la desaparición en abril de los ocho de Pueblo Seco; después, el paro armado del 16 al 21 de junio y en Calamar cerró todo el mundo, nadie salía a la calle. Fue peor que con el covid. El 2 de julio encuentran la fosa donde estaban enterrados, muy lejos de esta zona; al día siguiente hacemos la marcha del silencio en Calamar por ellos y un día después ponen la motobomba en el pueblo como para avisar que dejemos las cosas así”, relata un comerciante.

Las ocho víctimas procedían de Arauca y echaron raíces en una vereda tranquila, familiar, religiosa.
Las ocho víctimas procedían de Arauca y echaron raíces en una vereda tranquila, familiar, religiosa. | Foto: Salud Hernández-Mora

Habría que sumar que no se puede circular después de las seis de la tarde, ni ir con casco en las motos; que la energía se va con frecuencia y que el Gobierno frenó la pavimentación de la vía que une a San José con El Retorno y Calamar. De los 90 kilómetros, menos de la mitad están asfaltados. “Y es una obra fácil porque son llanos y en línea recta”, comenta un ganadero.

Igual de plana y destapada es la carretera que conduce de Calamar a la vereda Agua Bonita Media/Pueblo Seco. Un gran cartel del frente Primero Armando Ríos, que destaca “61 años de lucha con Marulanda”. Lleva la leyenda “el pueblo empoderado, construyendo la verdadera democracia popular vía el socialismo” y remata: “Bloque Amazonas, Manuel Marulanda Vélez Farc-EP”, recordando quién ejerce la verdadera autoridad.

Aunque atravesamos una reserva forestal, cada vez queda menos bosque y aumentan las fincas ganaderas a lado y lado de la trocha, una de las razones del arribo de araucanos y colombianos de otras regiones del país. “Con la venta de una hectárea de Arauca, acá comprabas cuatro o cinco, aunque sin papeles. Algunos consiguen más de 100. Y son tierras nuevas, muy productivas”, explica un finquero. La guerrilla había prohibido tumbar más de cinco hectáreas de selva por persona, pero relajó el control y la autoridad ambiental –CDA– rara vez realizan acciones que frenen la quema y la tala de árboles. Proliferan, por tanto, las fincas dedicadas a la ganadería extensiva y los nuevos caseríos.

El de Pueblo Seco son dos hileras de casas, de tablones de madera, a la orilla de la trocha. Destaca la amplia sede de la Iglesia Cristiana Cuadrangular, que los fallecidos levantaron con esfuerzo y que ahora permanece cerrada, igual que la mayoría de las viviendas. Una parte de los vecinos se marchó, y aunque a la pequeña Institución Agua Bendita Media asisten 40 de los 60 alumnos que había y permanecen 23 de los 37 padres de familia, reina el silencio y una triste sensación de soledad.

Iglesia donde operaban los religosos masacrados. | Foto: Salud Hernández-Mora

A los fallecidos con niños de corta edad, habría que sumar las ausencias de los cuatro hijos de Jesús, los cinco de Nixon, los dos de Óscar y los tres de James, todos adultos que habían formado sus propios hogares en la vereda y aún no han manifestado si retornarán de manera permanente. Viajaron a Arauca para enterrar a sus familiares, querían que reposaran en la tierra donde nacieron y crecieron.

“Es duro seguir acá, muy triste. Éramos como una gran familia, no había disputas, nos llevábamos bien. Marivel era muy organizadora de reuniones, otros hacían otras cosas para todos. Por las tardes jugaban en la cancha de fútbol al lado de la escuela, era una vida muy bonita”, rememora una mujer con nostalgia. “Ya nada será igual”.

De vuelta a Calamar, unos habitantes confiesan que más de un araucano habrá buscado cita con la guerrilla de Mordisco para aclarar su situación. Nadie quiere empezar de nuevo en otro lugar, sienten el Guaviare como su hogar y solo confían en recobrar la tranquilidad perdida.

“Necesitamos que acabe la guerra entre las dos Farc, que se vaya Calarcá. Ya nos acostumbramos a los de Mordisco, dejan trabajar, y para nosotros es mejor que haya un solo grupo, dos nos ponen en peligro”, admite un ganadero. El mismo riesgo que supone la llegada de mandos y guerrilleros del Cauca que no conocen a los pobladores.

“Dios quiera que baje la violencia, que podamos volver a como estábamos antes. Había turismo en San José y a Calamar llegaban grupos porque hay lugares bonitos como la laguna El Garcero, y quedas a las puertas del Chiribiquete. Nadie quiere que regrese el tiempo de las bombas”