Judicial
Así cayó alias Chirimoya: SEMANA revela los detalles de esta operación que duró 11 años y necesitó de 60 hombres jungla
SEMANA revela los detalles de una de las mayores operaciones policiales que terminó con la muerte de José Miguel Demoya, cabecilladel Clan del Golfo. Le venían siguiendo la pista hace 11 años y fue necesaria la presencia de 60 comandos Jungla y del Gaula.

“Desde el 2014 le veníamos siguiendo la pista”, confiesa el coronel Elver Vicente Alfonso Sanabria, director del Gaula de la Policía a SEMANA. Así comienza el relato exclusivo de una milimétrica operación que acabó con uno de los cabecillas más sanguinarios del Clan del Golfo: José Miguel Demoya Hernández, alias Chirimoya, quien dirigía la temida estructura Arístides Meza Páez, que cuenta con un ejército de más de 2.000 hombres en Atlántico, Bolívar, Sucre, Córdoba y Santander.
Este temido criminal construyó un emporio desde los homicidios, el narcotráfico, las extorsiones y la minería ilegal que realizaba, amedrentando a la comunidad, dicen las autoridades.
Era un fantasma con rostro. Las labores de inteligencia del Gaula de la Policía lo señalaban como una de las fichas clave del horror que generaba el Clan del Golfo en la zona norte de Colombia. Fue difícil para los investigadores judiciales buscar su rostro, no aparecía en videos, ni fotos, ni en las interceptaciones telefónicas que realizaban las agencias de investigación del Estado.

Sin embargo, sus víctimas y muchos de sus subalternos entregaron detalles a las autoridades: un hombre sanguinario, silencioso, pero radical. No era un narco como cualquier otro. Fue la sombra de alias Otoniel y este le dejó una misión clara de la estrategia de la expansión del grupo armado en varias regiones del país. La consigna era clara: crecer, expandirse, dominar a sangre y fuego, costara lo que costara.
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Por varios años, investigadores judiciales le intentaron seguir el rastro, pero era como buscar una aguja en un pajar. Cada operación frustrada les dejaba una lección para el próximo operativo. Su habilidad para desaparecer, para reinventar rutas, para cambiar de rostro, sin cambiar de identidad, se volvió su sello.
La caída
Hasta que, en 2024, algo cambió. La Operación Agamenón –una estrategia a largo plazo que la Policía Nacional había sostenido durante varios años contra el Clan del Golfo– recibió un nuevo impulso. El coronel Alfonso Sanabria, ahora al frente de la Dirección de Antisecuestro y Antiextorsión, volvió a tenerlo en la mira, esta vez con el respaldo total de la institución y el apoyo técnico de la DEA y la Fiscalía.

El seguimiento fue meticuloso. Cuatro meses de investigaciones, vigilancias, rastreos satelitales, entrevistas a informantes, análisis de movimientos financieros y redes logísticas. Cada dato parecía menor, pero en conjunto dibujaban una ruta: un punto de fuga en la vereda El Porvenir, en el municipio de La Apartada, Córdoba. Allí se refugiaba el jefe, protegido por la maleza, por la lejanía, por el miedo que lo precedía.
Los testimonios que recolectaron entre las comunidades rurales eran casi susurros. Nadie decía su nombre. Nadie confirmaba su presencia. Pero el silencio era elocuente. Con esa pieza de información, el comando Élite del Gaula comenzó a desplegar la estrategia final. Sesenta hombres, seleccionados entre los más capacitados, se movilizaron hacia la zona sin levantar sospechas. Durante varios días permanecieron ocultos entre la vegetación, evitando cualquier contacto. El objetivo era claro: capturarlo con vida, llevarlo ante la justicia. Evitar a toda costa una confrontación.
Pero la guerra no siempre se ciñe a los planes. En la madrugada del 5 de abril de 2025, los comandos se acercaron sigilosamente a la vivienda. Era una casa de campo, sin lujos, sin señales externas de ostentación. Allí, sin embargo, vivía uno de los hombres más peligrosos del país.

Al sentir el movimiento, Chirimoya actuó. No pidió tregua ni buscó escapar. Tomó su arma, una pistola FiveSeven (conocida como mata policías), y disparó. Esa pistola, diseñada para romper chalecos antibalas de la fuerza pública, fue su última arma de combate.
“La información precisa de su paradero la entregó uno de sus subalternos a quien había insultado hace varias semanas por la pérdida del dinero de una droga. Esta persona nos confirmó todos los detalles que ya teníamos adelantados por la parte técnica de la inteligencia”, dijo el coronel Alfonso Sanabria.
Los comandos respondieron. El intercambio fue corto, preciso, letal. En pocos segundos, el cabecilla cayó. En el lugar encontraron su arma, diez proveedores, 200 cartuchos y material alusivo al Clan del Golfo. La operación, ejecutada sin bajas del lado de la Policía, se cerró en silencio. No hubo victoria ruidosa. Solo una sensación de misión cumplida.
“El ingreso se realiza a esa vivienda porque los dos escoltas de su confianza salieron al pueblo a buscar víveres y él se quedó solo en la casa. Fue el momento de oportunidad para poder capturarlo, pero nos atacó. Sus escoltas personales pasaron por encima de nosotros cuando salían hacia el pueblo, pero no nos detectaron”, aseguró el investigador, que estuvo en la espesa selva.

Todo salió como lo esperaban. Se derrumbó la estructura de horror que durante años había construido este sanguinario cabecilla, pero hicieron justicia por el asesinato del intendente Hernando José Martínez Blanco, quien fue muerto en medio de un plan pistola en Montería por orden de Chirimoya, pues este suboficial lo había capturado en 2014 en un operativo.
Un sepelio coaccionado
SEMANA conoció que agentes de la inteligencia del Gaula de la Policía Nacional estuvieron en el sepelio del máximo cabecilla de este grupo armado ilegal. Pudieron determinar cómo los criminales pidieron cuotas a las familias para que asistieran a este funeral, que llamó la atención por la forma en que lo despidieron, como si se tratara de una celebridad.
“Ni muerto Chirimoya dejaba de sembrar el horror. A las familias les pidieron una cuota de por lo menos dos integrantes para que asistieran al funeral del quinto cabecilla del Clan del Golfo y quienes se opusieran eran declarados como objetivo militar”, dijo uno de los infiltrados en el sepelio del temido criminal. Asimismo, se conoció que la estrategia de los videos en redes sociales también fue casi que una orden a los asistentes a este sepelio.
“Ellos dieron instrucciones claras de los videos y de la organización de este sepelio para que la imagen en redes sociales fuera distinta a la que nosotros mostramos tras la operación exitosa”, indicó.

Terror en las comunidades
Un equipo periodístico de SEMANA recorrió parte de Sucre y del departamento de Bolívar, donde fue anunciado el paro armado por el Clan del Golfo. Las personas visiblemente temerosas preferían no contar nada, sino solo cerrar las puertas de sus casas al momento que el reloj marcara las 5:00 de la tarde.
Un comerciante de Ovejas, Sucre, luego de varios intentos para que hablara, dijo que esos hombres se pasean por el pueblo en motocicletas de alto cilindraje y dan órdenes de cierre a los establecimientos comerciales.
“La Policía y el Ejército dicen que no le hagamos caso, pero si no lo hacemos puede haber hasta muertos, entonces, uno mejor cierra. El daño económico que nos hacen es fuerte”, relató.

Aunque se están reacomodando los mandos en el interior del Clan del Golfo, la baja de alias Chirimoya será dura de superar para este grupo porque era uno de sus cabecillas con mayor trayectoria y poder. El grupo armado está infiltrado por las agencias de inteligencia del Estado y se vienen duros golpes. En los archivos de la Policía queda ahora el expediente cerrado de José Miguel Demoya Hernández, alias Chirimoya.