Nación
El viacrucis de las emergencias médicas en Bogotá: menor lleva tres días con su dedo fracturado y no lo han atendido
La EPS Compensar tardó más de 12 horas en remitirlo a un hospital y, al llegar al lugar por sus propios medios, le dijeron que no estaba autorizado.

Han sido tres días de zozobra, dolor, sueño y desconcierto lo que hemos vivido mi hijo y yo. El pasado domingo 4 de mayo, durante un partido de baloncesto, mi niño de 15 años sufrió una fractura de la falange media; salimos de inmediato para urgencias.
Llegamos a la Cruz Roja de la avenida 68 sobre las 5 de la tarde. Siendo clasificados como triage II, solo fue atendido cerca de dos horas después, cuando le ordenaron una radiografía.
Finalmente, nos dieron el diagnóstico de fractura, pero nos dijeron que la cita con el ortopedista estaba programada para el siguiente día, a las 3 de la tarde, así que, a las 11 de la noche, con su dedo partido, regresamos a casa.
El lunes 5 de mayo regresamos a la cita con el ortopedista, quien nos confirmó que debía ser operado por un cirujano de mano, operación que no se hacía en la Cruz Roja, sino que debía ser trasladado a un hospital de mayor complejidad.
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Esperamos pacientemente en un par de sillas en medio del corredor a que nos dieran alguna razón; sobre las 10 de la noche, transcurridas cinco horas de espera, preguntamos por la tan anhelada remisión.
En palabras de la doctora de urgencias, Compensar no daba autorización aún y no teníamos ni siquiera una luz de esperanza. Por todos los medios traté de comunicarme con la EPS sin respuesta alguna, así que, nuevamente, esperamos.
Un rato después decidieron darnos una cama y, como pudimos, sin cobijas y con el inclemente frío bogotano, esperamos. Sobre las 3:30 de la mañana nos dijeron que el niño había sido admitido en el Hospital San José Sociedad de Cirugía de Bogotá, pero que no nos llevaban en ambulancia, pese a ser una urgencia, sino que debíamos llegar por nuestros propios medios en un lapso no menor a cuatro horas.

Rápidamente, pedimos un auto y llegamos en menos de una hora, solo para ser recibidos con la sorpresa de que no había sido autorizado por nadie y no estaba en las admisiones. La asistente de admisiones —al ver nuestras caras de desolación— nos admitió a urgencias médicas, pero nos advirtió que habría que esperar hasta las 8 de la mañana para ser valorado por cirugía.
Tras ser atendidos por el doctor de urgencias, nos aseguró el médico que como no fuimos traídos en ambulancia, error de la Cruz Roja, debemos nuevamente pasar por todo el proceso y empezar de cero.

A las 6:20 de la mañana del 6 de mayo seguimos a la espera. A mi hijo le molesta el dolor, ha tenido que faltar al colegio dos días; yo he tenido que hacer mi trabajo de sala de urgencias en sala de urgencias, dejando a mi otra hija al cuidado de otros, y aún seguimos sin ver la luz al final del túnel.
Los médicos, las enfermeras y el personal del hospital son indiferentes a lo que pasa a su alrededor y así lo sentimos. Ya hemos tenido todos los sentimientos posibles: tristeza, rabia, impotencia, llanto, risa irónica, y mi hijo sigue con su dedo roto y sin ser operado.
Hemos tratado de comunicarnos con Compensar, con Cruz Roja, y solo nos responde una grabación que nos dice que hasta las 8 de la mañana se atiende.
Quizá no somos los únicos, quizá miles de madres cabeza de hogar están pasando por lo mismo, pero esto es un verdadero viacrucis, una radiografía de un sistema de salud ineficaz.