Bogotá

Habla por primera vez el esposo de Yessica Calvera, la mujer asesinada por su hijastro en el barrio Modelia, de Bogotá

El emotivo mensaje fue enviado en una carta, en la que cuestiona la falta de empatía hacia las víctimas de situaciones en las que se pierde a toda la familia.

14 de julio de 2025, 10:02 p. m.
Alexander Godoy, esposo de Yessica Calvera, habló por primera vez luego de que su hijo asesinara a la mujer en 2023.
Alexander Godoy, esposo de Yessica Calvera, habló por primera vez luego de que su hijo asesinara a la mujer en 2023. | Foto: Semana
Yessica Calvera
Yessica Calvera | Foto: Semana

El 2 de junio de 2023, sobre las 5:30 de la tarde, una macabra escena sacudió todos los rincones de la capital del país. El cuerpo de una mujer de 39 años fue hallado sin vida dentro de un apartamento ubicado en el barrio Modelia, al occidente de Bogotá. Se trataba de Yessica Calvera.

Yessica Calvera Cortés, editora audiovisual de RCN Televisión
Yessica Calvera Cortés, editora audiovisual de RCN Televisión | Foto: Facebook: Yessica Calvera

La mujer, quien se desempeñaba como editora de contenido en la industria audiovisual, fue asesinada por su hijastro de 16 años en medio de lo que, hasta ahora, parece haber sido un ataque de ira. Yessica compartía su lugar de residencia no solo con el menor que le quitó la vida, sino también con Alexander Godoy, padre del joven y su esposo desde hace varios años. Él estaba fuera del país cuando ocurrieron los hechos.

Tras dos años desde que el joven, quien ahora está a punto de alcanzar la mayoría de edad en la cárcel, confesó y narró minuto a minuto cómo había fraguado el asesinato de su madrastra, se conoció por primera vez el testimonio del padre y esposo, quien había decidido alejarse del mundo para poder procesar y superar la muerte “del amor de su vida” y el encarcelamiento de su propio hijo.

Caso Yessica Calvera
Caso Yessica Calvera | Foto: Jonathan Toro Romero

La vida para Alexander Godoy dio un giro inesperado. Perdió todo lo que amaba en una tarde, cuando estaba fuera del país. No hubo razones ni explicaciones, solo el vacío que quedó en su apartamento cuando ni su esposa ni su hijo estuvieron para recibirlo a su regreso. Aunque el caso retrata el fallecimiento de una mujer y el enjuiciamiento de un menor, Godoy fue quizá quien con más fuerza sintió el peso del crimen. Perdió a su esposa y a su hijo en un abrir y cerrar de ojos.

Tras un tiempo alejado de esa historia, Alexander regresó para contar su versión, lo que la vida le ha permitido aprender de esta situación, pero sobre todo, para hablar del dolor del que nadie habla: el dolor de perder el amor en todas sus dimensiones.

Forensic experts work at the crime scene where Senator Miguel Uribe was shot and wounded in the Modelia neighborhood in Bogota on June 7, 2025. A Colombian right-wing opposition senator and candidate for next year's presidential election, Miguel Uribe, 39, was shot and wounded in Bogota on June 7, 2025, various media reported, while the government denounced an "attack." (Photo by RAUL ARBOLEDA / AFP)
Los hechos ocurrieron en la zona residencial del barrio Modelia el 2 de junio de 2023. | Foto: AFP

Alexander decidió hacerlo por medio de una carta que envió a SEMANA y que publicamos fiel a la versión original en señal de respeto por su historia y la forma en la que decidió hacerla pública.

Una sociedad sin empatía

Alexander Godoy / Junio 14 de 2025

Muchas personas dicen que perder un hijo es el dolor más grande que puede existir. No estamos preparados para ello. Incluso, hay palabras para nombrar a quien pierde a sus padres: huérfano. Para quien pierde a su esposo o esposa: viudo o viuda. Pero para quien pierde a un hijo, no existe nombre. Y es cierto, es un dolor inmenso.

Para algunos, esto puede parecer un dolor pasajero. A veces incluso se enfrenta con poca empatía y comprensión, quizá influido por lo que la sociedad nos muestra constantemente: que el matrimonio es aburrido, monótono, rutinario. Que si no funciona, ahí está el divorcio como salida. Esto nos predispone a dejar de luchar por conservar esa unión. Pero la verdad es que todo depende de nosotros.

Detengámonos a reflexionar: el amor es subjetivo. Y más que un sentimiento, es una decisión. Aunque, a veces, esa decisión surge de una construcción social. Por ejemplo, no elegimos amar a nuestros padres, simplemente los amamos por prescripción social, por ese vínculo que nace en la infancia, cuando ellos son nuestros primeros cuidadores. Incluso en el caso de padres ausentes, se genera un lazo de supervivencia.

Con los hijos ocurre algo parecido. Su cuidado, la entrega, la paciencia y la devoción que nos exigen desde que nacen crean un vínculo afectivo profundo. A veces, en medio de las dificultades de la vida, podríamos incluso desear no amar tanto, no sentir tanto… pero ese amor persiste.

El amor en pareja, en cambio, sí es una decisión consciente. Cuando decidimos amar a alguien, estamos construyendo un nuevo corazón. Como piezas de lego, vamos reorganizando nuestras emociones y prioridades para formar una nueva vida juntos. Si se hace con dedicación, compromiso y verdad, el vínculo que se genera puede ser incluso más fuerte, porque nace de una elección voluntaria, no de una imposición biológica o social.

Comunicado de la familia Godoy el día de los hechos
Comunicado de la familia Godoy el día de los hechos | Foto: Semana

Para quienes somos creyentes, Dios también nos recuerda esta verdad: “Pero al principio de la creación, Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y los dos llegarán a ser uno solo. Así que ya no son dos, sino uno solo. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.” (Marcos 10:6-9)

Desde esta perspectiva, los esposos somos uno solo, hasta que la muerte nos separe. Perder al cónyuge es como perder una pierna o un brazo. Ya no está, pero su ausencia se siente cada día: en las decisiones que antes tomaban juntos, en los silencios, en las conversaciones que ya no suceden, en la necesidad de contar algo al final del día y no tener a quién. La vida sigue, sí, pero con una parte de nosotros que ya no está y que hace falta cada segundo.

En un hogar con fe, el orden natural es Dios primero, como guía y bendición. Luego, el esposo se entrega a su esposa, y la esposa a su esposo, porque son uno solo. Después vienen los hijos, a quienes formamos con responsabilidad, para dejarles un legado de valores, de amor y de fe.

Y si hablamos de hogares que aún no viven desde la fe, el amor también puede construirse. La pareja se conoce, se enamora (que no es lo mismo que amar). Pero si deciden amarse de verdad, nace un vínculo fuerte. En cada palabra, mirada, caricia, se va formando ese amor real. Amar, en este sentido, es una elección honesta y profunda. A pesar de las dificultades, si ambos deciden seguir amando, esa decisión los sostendrá.

Luego llegan los hijos. Y mientras los crían juntos, ese amor crece: en las alegrías, en los retos, en las responsabilidades compartidas. Se convierten en compañeros, cómplices, socios, educadores. Hasta que un día, esos pequeños que llenaban la casa de gritos, risas y llanto, se van. Y regresamos a la calma incómoda del principio: solo tú y yo. Esa calma que tantas veces deseamos, pero que ahora parece extraña. Y allí vuelve a encenderse la chispa del amor, esa que habíamos dejado descansar, pero que estaba allí, latente, esperando su turno para seguir construyendo juntos.

Pero si esa pérdida llega antes de tiempo… nos destruye.

Cuando un hijo parte a la presencia de Dios, queda un vacío inmenso: una habitación sin ocupar, una silla vacía en la mesa, una lección sin dar. Cuando muere un padre, también hay un hueco: en los consejos que ya no llegan, en las llamadas que no se hacen, a veces con remordimientos por no haber hecho lo que el tiempo justificó no hacer.

Pero cuando se va el ser amado, el compañero de vida, es una pérdida sin suelo. Se va con él o ella la persona con la que decidías todo. El rostro que veías al despertar y antes de dormir. Las palabras de aliento que te daban fuerza. El abrazo donde encontrabas refugio. El confidente que conoce los secretos más profundos de ti. La persona que, aun sabiendo que algo iba mal, te sonreía con optimismo solo para darte fuerzas. Y de repente… todo eso desaparece.

Entonces me pregunto: ¿Por qué el duelo por el amor de nuestra vida se percibe como menos doloroso que el duelo por un hijo?

Esta no es una competencia de quién sufre más. Es un llamado urgente a la empatía. A dejar de comparar dolores. A entender que cada pérdida duele de forma distinta, pero no menos.

También es un llamado a las leyes, especialmente en mi país, para que no tomen decisiones apresuradas basadas en la idea de que solo un tipo de duelo importa. Es un grito para que la institución más importante de toda sociedad —la familia— recupere su valor. Y que dejemos de repetir frases como: “el matrimonio es una cadena”, “los esposos son aburridos”, “ya no sirven”, “se vuelven feos, gordos, cantaletosos…”.

Recordemos que la familia nace de una pareja que decide amarse. Sin matrimonio, no hay familia.

Por eso, por favor: dejen de decir que la única pérdida sin nombre es la de un hijo. Porque al hacerlo, nos dejan huérfanos de empatía a quienes también hemos perdido a nuestros amores, y nos obligan muchas veces a guardar silencio, a reprimir nuestras experiencias, solo porque nuestro dolor parece, ante los ojos del mundo, menos importante.