Valle del Cauca
Así trabajan los ‘topos’, guardianes de las entrañas de Cali: héroes sin capa, pero con traje
Se encargan de recorrer las alcantarillas y sumideros para sacar toneladas de basura. Pañitos húmedos y otros objetos son lo que más se encuentran. De no hacer este trabajo, la ciudad colapsaría y los ríos se extinguirían.


“¿Son héroes?”, Carlos Alberto Muriel Villa recibe la pregunta con una humildad pasmosa, la digiere por unos segundos y responde con la astucia que le obsequió la experiencia: “Sin capa, pero con traje”. Ya perdió la cuenta de cuántas veces se ha sumergido en las alcantarillas de Cali para sacar basura. “Son muchas, imagínese que la primera vez fue hace más de 20 años”, agrega.
En aquellas primeras ocasiones, recuerda, la tarea era aún más complicada. Carlos se internaba con un equipamiento especial y caminaba aproximadamente dos kilómetros por debajo del asfalto para hacer el inventario de las cámaras subterráneas. Hoy, ya con la ubicación exacta de las estructuras de separación, diariamente les hacen mantenimiento.
Carlos Alberto Muriel es técnico de interventoría del área de Recolección de las Empresas Municipales de Cali, Emcali. Hace 32 años ingresó a esta compañía y desde hace dos décadas evita que toneladas de basura lleguen a los ríos de la ciudad. “Si no hiciéramos el mantenimiento a las estructuras de separación, colapsaría y todas las aguas residuales de la ciudad llegarían al río, volviéndolo una cloaca, contaminando fuertemente”, dice.

La palabra héroe aún lo sonroja, pese a que en su familia así lo reconocen. “Mi papá es berraco, me dicen mis hijos”, añade. Debajo del asfalto ha visto cosas que aún lo impresionan. “Hemos encontrado objetos que no sabemos cómo la gente se las ingenia para meter, como un colchón dentro de una tubería. Eso es algo que no hemos podido entender cómo lo hacen. Suponemos que destapan la cámara, lo meten y, cuando se moja, se expande”, cuenta.
En su experiencia como uno de los ‘hombres topo’ de Cali, reseña que es importante no tenerle miedo al encierro ni a la oscuridad. “La labor que hacemos nosotros es demasiado importante y bastante compleja, además de riesgosa, porque al ingresar a una cámara de esas, uno está expuesto a gases, vectores y cualquier tipo de riesgos para nuestra integridad”.

Toneladas de basura
El ingeniero Germán Chávez, jefe de la Unidad de Recolección de la Gerencia de Acueducto y Alcantarillado, explica que al año llegan a los canales de aguas lluvias más de 90.000 toneladas de basura, con un promedio diario de 150 a 200 toneladas. La cantidad de residuos sólidos que arrojan los caleños es escandalosa.

“Uno de los puntos más críticos son nuestros canales, especialmente cuando entran a la zona oriente. Ahí encontramos una gran cantidad de residuos sólidos voluminosos y flotantes que llegan a las estaciones de bombeo de Paso del Comercio y Puerto Mallarino. Estos residuos obstruyen las rejillas y, cuando hay una lluvia fuerte o una precipitación pluvial muy intensa, se represan los canales y se desbordan en ciertos lugares de la ciudad, como alrededor de la PTAR de Cañaveralejo, Petecuy y San Luis”, señala el ingeniero.

A ese reto se enfrentan al menos diez equipos de recolección de basura de Emcali. Están quienes se internan en ductos y alcantarillas y sacan manualmente todo lo que queda alojado en las cámaras; también quienes se encargan, a través de maquinaria pesada, de limpiar diariamente los sumideros; y, de otro lado, los que patrullan barrios y comunas enteras para dejar sin desechos las rejillas externas. Todos los días realizan este trabajo y todos los días llega nueva basura.
Jhonatan Fuentes a diario entra a las alcantarillas de Cali, y su misión es evitar que centenares de pañitos húmedos, mal depositados por los caleños, lleguen a los ríos. “Eso es lo que más encontramos”, señala. “Si no los sacamos, comienzan a llegar a la estructura y, finalmente, al río. Entonces, la idea es no contaminar el río Cali”.

Lo más difícil de su trabajo es tener que enfrentarse a olores nauseabundos. “Hay ratas, a veces algunas ya muertas, dañadas, podridas, como dicen por ahí. No todo mundo podría hacer esto. A la mayoría, yo creo, le daría mucho asco. Hay que tener nervios de acero para entrar. Eso es muy berraco, la verdad que es muy duro ingresar a unas cámaras y encontrar cosas así. Encontrar animales todos dañados, oliendo a podrido”.
La ‘epidemia’ de pañitos húmedos
Harold Caicedo Ramírez, obrero de sondeo con 19 años de experiencia, conoce como pocos las entrañas de la ciudad. “En los barrios de Cali, nosotros hacemos el mantenimiento de la red de alcantarillado y sumideros, para que no estén botando por las calles y para que el agua residual no ingrese a las viviendas. Entonces, tratamos de que el sistema se mantenga operando bien, para que llegue correctamente a las plantas de bombeo”, explica.
Su trabajo, dice, es uno de esos que se deben hacer “sin asco”. Lo más llamativo que encuentra en las alcantarillas es la cantidad de basura: paños húmedos, pelo de mujer que se vuelve un mazacote, perros muertos, llantas y cucarachas por montones. “Se le montan a uno por encima, y pues uno tiene que sacudirse porque no hay más”, relata.

Harold asegura que, si ellos no hicieran este trabajo, el impacto en la ciudad sería devastador: roedores, malos olores, enfermedades y un colapso total del sistema de alcantarillado. “El tema que vemos mucho es el de los pañitos húmedos. Desde hace unos ocho o nueve años, hemos notado que las redes se mantienen muy taponadas. Es una cultura que han adoptado. Antes eran los bebés, ahora son las mujeres, los hombres, pero es una cultura que no tiene nada que ver. Deberían echarlo en un cesto de basura, y la gente lo está echando al alcantarillado”.
La frustración y la satisfacción de un trabajo invisible
Aunque Harold y sus compañeros saben que su labor es indispensable, no siempre reciben el reconocimiento que merecen. “Muchos casos en los que no se les reconoce, pero eso es lo de menos. Hay ocasiones donde los comentarios siempre son negativos. La frustración más grande es cuando uno llega y la gente lo trata mal, diciendo cosas sin uno haber empezado a trabajar”, confiesa.
Sin embargo, la satisfacción llega cuando ven que su esfuerzo da frutos. “Cuando la labor está cumplida y la sonrisa que le brinda la gente después de que uno realiza la labor, después de que lo tratan mal, se ríen y ya están contentos, son felices. Entonces, eso le da a uno la satisfacción de que su trabajo está bien realizado”, dice Harold.

Robert Tamayo, operador de equipos, comparte esa misma sensación. “Mi familia, cuando llueve, siempre me pregunta: ‘¿Se ha inundado la ciudad?’. Entonces yo les digo: ‘Sí, en tal parte’. Y ellos me dicen: ‘Ah, estuviste trabajando allá’. Es gratificante que le digan a uno: ‘Ah, estuviste en tal parte y ayudaste a solucionar el problema’”.
“Una fila de volquetas”
Roger Mina, gerente general de Emcali, alza la voz como un eco que busca resonar en cada rincón de Cali. “Los canales, mal llamados caños, son para las aguas lluvias única y exclusivamente”, dice con firmeza, como si sus palabras pudieran limpiar de un solo golpe décadas de indiferencia. “No son sitios para disponer residuos”.
Su voz no solo es un llamado, sino un recordatorio de que la ciudad está al borde del colapso. El año pasado, sacaron más de 20.000 toneladas de basura de los canales, un peso equivalente a una fila interminable de volquetas desde Cali hasta Jamundí. “Es injusto con nuestra ciudad, privilegiada con siete ríos”, insiste.

Pero las palabras no bastan. Emcali se ha puesto manos a la obra con la fuerza de quien sabe que el tiempo se agota. El año pasado, recuperaron dos sedimentadores en la planta de tratamiento de aguas residuales, estructuras que yacían inertes como gigantes dormidos. Además, instalaron bombas de tornillo que succionan el material sólido y orgánico, y un generador de 1 MW que convierte el biogás en energía limpia. “Esto no solo es sostenibilidad, es eficiencia”, dice Mina, mientras las máquinas rugen en el fondo, como bestias mecánicas que devoran la basura para salvar la ciudad.
Las calles de Cali son testigos silenciosos de las inversiones que Emcali ha hecho para desatascar sus venas. En la carrera 39, entre calles 26 y 16, recuperaron 400 metros lineales de un canal que recoge las aguas de la autopista suroriental. “Es como destapar una arteria obstruida”, explica Mina. Además, han invertido casi 6.000 millones de pesos en maquinaria especializada, como vehículos de succión y presión, que son los más avanzados del país. “Ya recibimos uno en diciembre, y vendrán dos más antes de abril”.

En barrios como Belén, Los Chorros y La Estrella, las redes de acueducto y alcantarillado, que llevaban más de 50 años sin ser intervenidas, están siendo renovadas. “Es como darle un nuevo sistema circulatorio a la ciudad”, explica Mina.
“Hemos invertido más de 50.000 millones de pesos, pero necesitamos superar el medio billón para recuperar gran parte de la infraestructura”, explica el gerente de Emcali. En total, la región necesitará más de 2,5 billones de pesos en los próximos diez años para salvar su infraestructura. “Es una tarea que no podemos hacer solos”, agrega.
Cosas con amor
Carlos, Harold, Jhonatan y Robert son solo algunos de los nombres detrás de un ejército silencioso que trabaja incansablemente para mantener a flote una ciudad que, muchas veces, no les agradece. Su labor es invisible, pero sin ella, Cali colapsaría.

“A uno le queda la satisfacción de que, si hace las cosas con amor, si a uno le gusta lo que hace, las hace bien. Y ahí está la satisfacción que le queda a uno. Uno no espera el reconocimiento de la gente, uno espera que el trabajo que haga quede bien hecho”, dice Carlos Alberto Muriel, mientras se ajusta el traje que lo convierte, sin capa, en un héroe.
Y es que, en las entrañas de Cali, donde la luz no llega y los olores ahogan, estos hombres y mujeres escriben, día a día, una historia que merece ser contada.