Norte de Santander
Los impactantes testimonios de las mujeres abusadas sexualmente en medio de la guerra en el Catatumbo: “Te tocan con el fusil, te desnudan y te penetran”
Decenas de mujeres han sido abusadas sexualmente en el Catatumbo durante esta reciente escalada violenta del ELN y las disidencias de las Farc. Los testimonios son desgarradores.

En el Catatumbo, la guerra no solo se escucha en las explosiones o ráfagas de fusil, ni se mide por hectáreas de coca sembrada o por el número de familias desplazadas. Hay una guerra más silenciosa, cruel y ruin: la que se libra sobre el cuerpo de las mujeres.
En este rincón del país, donde el Estado llega solo en forma de promesas rotas y la presencia de los grupos armados es permanente, la violencia sexual se ha convertido en una herramienta de control, castigo y sometimiento. “A muchas les dicen: ‘O entregas a tu hijo para el grupo, o te entregas tú’. Y así empieza todo”, denuncia Diana Vargas, líder de Tejedores de Paz en Norte de Santander, en diálogo con SEMANA.
Ella ha acompañado a decenas de mujeres en su proceso de reconstrucción después de haber sido víctimas de abusos inimaginables.
El fenómeno no es nuevo, pero sí se ha convertido en algo más fuerte. Mientras que las cifras de las instituciones oficiales llevan el registro de muertos y desplazados, hay unos conteos que no están en los informes: los de las mujeres que deben pagar con su cuerpo la aparente ‘protección’ de los grupos armados ilegales para que no se lleven a sus hijos menores como un combatiente más o, en el peor de los casos, los asesinen.
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Los testimonios que ha recopilado en su labor como defensora social son desgarradores: mujeres violadas en medio del desplazamiento, cruzando trochas, escondidas entre la maleza, con sus hijos al lado.

Otras, marcadas como propiedad de algún comandante para evitar que las tocaran otros. Jóvenes obligadas a prostituirse en asentamientos para sobrevivir o para que sus hermanos menores no sean llevados al monte.
“Te tocan con el fusil, te apuntan, te desnudan, te penetran… y todo eso, con tus hijos ahí cerca, sin que puedas hacer nada. Después de eso ya no vuelves a ser la misma”, dice la lideresa.
La mujer de manera vehemente asegura que dentro de las disidencias de las Farc y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) no existen los códigos o reglas que ellos pregonan en las comunidades e, incluso, por medio de las redes sociales, que mal utilizan. Lo más aterrador, según relata, es la frialdad con la que operan estos grupos.
“Ellos se escudan en que tienen códigos, políticas, supuestos límites éticos… pero la verdad es que no respetan nada. Usan a las mujeres como moneda de cambio, como botín de guerra. Y muchas veces ni siquiera las tocan con las manos: lo hacen con el fusil, con la intimidación, con el miedo”, asegura.

El desplazamiento forzado no termina con la salida de sus territorios, donde han estado toda su vida. Muchas mujeres, al llegar a ciudades como Cúcuta, descubren que el peligro les sigue respirando en la nuca. Algunas, incluso, han sido asesinadas en casos de total indefensión. “Ni en la ciudad se sienten seguras. La persecución sigue. Aquí también las reclutan, aquí también las prostituyen, aquí también las matan”, insiste.
Y, mientras tanto, la impunidad reina. Los victimarios son múltiples: disidencias de las Farc, ELN y hasta bandas locales. Todos operan con su propia ley, pero con el mismo modus operandi: utilizar el miedo y el cuerpo femenino como botín de guerra. “La violencia sexual no solo deja heridas físicas. Te descompone por dentro. Hay mujeres que no pueden dormir, que sienten que su vida no tiene sentido. Algunas intentan quitarse la vida, otras se aíslan, muchas se quedan en silencio por vergüenza o por miedo”, relata.
Pero no todo es oscuridad. En medio del horror, hay resistencia. Organizaciones de base, muchas lideradas por mujeres que también fueron víctimas, han tejido redes de apoyo. A través de talleres, acompañamiento psicológico y jurídico, han logrado que algunas mujeres se atrevan a hablar, a romper el silencio, a levantar la voz.“No fue nuestra culpa”, repite como un mantra esta lideresa. “No tenemos por qué cargar con la vergüenza. La culpa es de los violentos, de quienes usan la guerra para justificarlo todo”.
Sin compasión
Las disidencias de las Farc y el ELN mantenían un pacto no escrito en la zona del Catatumbo, un equilibrio de fuerzas que les permitía repartirse el territorio sin necesidad de enfrentarse. Cada quien tenía lo suyo: cultivos ilícitos, rutas del narcotráfico, cobros de extorsiones, minería ilegal, contrabando. Todos ganaban, todos mandaban, y la guerra parecía haberse congelado.

De ese pacto no quedó nada. Ahora la guerra es tan fuerte que ni el Estado ha podido detenerla, mientras las comunidades claman ayuda y seguridad. Hoy en día, según información obtenida en exclusiva por SEMANA a través de agencias de inteligencia del Estado, el Catatumbo vuelve a arder. Las disidencias del frente 33, que habían sido desplazadas en varias zonas por el avance del ELN, están reorganizándose.
No se trata solo de un reagrupamiento militar, pues es una ofensiva planificada para recuperar territorio, restablecer rutas estratégicas hacia Venezuela y extender su dominio hacia regiones como el sur de Bolívar y el Cesar.
Brutalidad
El resultado ya se siente en el terreno. En municipios como Tibú y La Gabarra han estallado combates que, más allá de las bajas entre contrincantes, siembran nuevamente el terror entre los campesinos. La población civil, esa que siempre queda atrapada entre fuegos que no son suyos, teme lo peor. Es una guerra más violenta, con métodos más extremos y consecuencias aún más brutales.
En efecto, una de las prácticas más inquietantes que han detectado, a través de reportes de inteligencia y denuncias de la propia comunidad, es la creación de lo que las disidencias llaman “campamentos de resocialización”.

Allí, quienes transgreden las reglas impuestas por el grupo, ya sea por hablar de más, colaborar con el enemigo o desobedecer órdenes, son castigados con trabajos forzados. Son jornadas extenuantes, en condiciones de esclavitud, una forma de sometimiento y humillación. Una cárcel sin barrotes en medio de la selva. La guerra no solo se ha recrudecido, también se ha tecnificado.
El ELN, que ahora domina muchas de las zonas antes controladas por las disidencias, ha encontrado y reutilizado equipos que no eran suyos. La inteligencia militar ha confirmado que los guerrilleros están usando drones que pertenecían al frente 33 de las disidencias. Los hallaron en antiguos campamentos y fincas que ahora les pertenecen y los están utilizando contra sus enemigos, a los mismos que les compraron alguna vez.
La guerra tecnológica también incluye un aumento desmedido en la instalación de minas antipersonal, especialmente en zonas rurales que sirven como corredores estratégicos o zonas de cultivo de coca. A esto se suma una política de absorción forzada: antiguos aliados del frente 33 han sido reclutados por el ELN, algunos por la vía de la presión, otros por simple conveniencia.
El resultado ha sido una expansión significativa del brazo armado del ELN tanto en hombres como en redes logísticas y comunitarias.
Este fortalecimiento hace prever que el reingreso de las disidencias no será fácil. Y es precisamente por eso que se espera una confrontación aún más agresiva en la que la comunidad queda en la mitad de este horror.
El Catatumbo es un campo de batalla. No hay pactos, no hay treguas, no hay líneas rojas. Solo una lucha despiadada por el poder, el control de las rutas, el dominio del territorio y el negocio multimillonario de las economías ilegales.