Medellín
En el Parque Lleras solo queda una casa familiar, a la zona se la ‘tragaron’ el comercio, las drogas y la prostitución: esta es la historia
Los Salazar Góez viven en la única casa que queda en esa área comercial de El Poblado. La vivienda lleva en pie más de 90 años y pronto podría desaparecer.

En algunos puntos del exclusivo sector de El Poblado en Medellín ya no hay espacio para los medellinenses. Esta zona que, en otros tiempos, fue un orgullo de ciudad, hoy representa un acelerado crecimiento comercial que ha expulsado a la mayoría de las familias que lo construyeron y habitaron.
Uno de los casos más icónicos es el del Parque Lleras, donde solo hay una vivienda familiar, las otras residencias están destinadas al alquiler de estancias cortas a precios exorbitantes, incluso, algunas se facturan en dólares.
En ella vive Gabriel Jaime Salazar Góez, a quien el temor de tener que marcharse de su casa, de su barrio, donde ha vivido durante 70 años, le atormenta como no lograron hacerlo los tres atentados terroristas que, cuenta él, sacudieron al Lleras en el pasado.
Este vecino del otrora exclusivo sector de El Poblado, y sus seres queridos, ha tenido que ver cómo el paso del tiempo, el turismo y el negocio inmobiliario han ido expulsando uno a uno a sus vecinos hasta dejarlos a ellos solos en la única vivienda familiar que sobrevive al embate.
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El palacete, único en el barrio, se encuentra en la carrera 37A, en el número 8-21, fue adquirido sobre planos por su papá, el abogado Jorge Salazar Restrepo, entonces jefe del departamento de Seguridad de Antioquia, al Banco Central Hipotecario por allá en la década de 1930.
“Era la casa más grande del barrio. Mi papá la compró sobre planos por unos 15 mil pesos, los cuales pagó a cuotas; fue levantada por el artista Horacio Longas y era tan grande que mi papá incluso vendió un pedazo para que ahí se montara una tienda, un caspete”, cuenta Gabriel Jaime. La fachada tiene un frente de 16 pasos largos medidos por una persona de 1,75 metros.
“Abajo, en el primer piso, está el área social, también un jardín muy grande que da a la otra calle, la cocina, los servicios, la que es la biblioteca, pero donde funcionó alguna vez un negocio, y arriba hay siete habitaciones; tiene como 300 metros cuadrados más o menos”, describe.
Está decorada al estilo antiguo, sus balcones, puertas y ventanas, aunque chicos, no pasan desapercibidos. Ni qué decir de lo que hay dentro. Basta solo con abrir la puerta principal para ver un busto en tamaño real de Simón Bolívar que se antepone a un lujoso espejo, unas escalinatas tipo palacio imperial que dan acceso al segundo piso, y una cantidad innumerable de muebles, obras y cuadros de todos los tamaños.

Decorado que, temen Gabriel Jaime y su familia, en cualquier momento tendrán que sacar de ese lugar en el que pasaron de tener como vecinos a propietarios de las cacharrerías más apetecidas del Guayaquil de antaño, prósperos cafeteros y ganaderos, a trabajadores de bares, domiciliarios, trabajadoras sexuales y turistas.
“No quisiera irme de aquí nunca. Lo que pasa es que el muro de la acera de mi casa es el sofá de la cuadra: acá vienen y se sientan a descansar los trabajadores de los bares, de los restaurantes, todo tipo de personas, es un tertuliadero, pero también orinan, defecan y quién sabe cuánta cosa más harán”, dice Gabriel Jaime, miembro de la familia más antigua del hoy Parque Lleras.
Para los transeúntes, en la noche, es habitual encontrarse con consumidores de sustancias como la cocaína, el tusi y la marihuana, cuyos residuos tienen que ser levantados de la entrada de la casa de los Salazar Góez.
Y los alrededores de la mansión, donde el tránsito vehicular está restringido desde la peatonalización del Parque Lleras, se ven plagados de prostitutas que buscan atraer a los turistas.

“Mi abuela vivió 105 años. Y por allá en 2009, cuando cumplió 90, el tema de movilidad se complicó para ella. Los médicos no venían y para sus hijos y nietos cada vez fue más difícil: es que acá no hay suficientes parqueaderos; como solución, reglamentaron los parquímetros, pero el parqueo de cada visita costaba un montón. Eso hizo que muchos perdieran ese arraigo, esa filiación”, cuenta Ana María Vásquez Salazar, una de las sobrinas de Gabriel Jaime.
Ella vive en el municipio de El Retiro y tiene la misma sensación que otros habitantes de El Poblado, donde el barrio de antaño ya no existe. “Es un tema muy complejo por la valorización, porque son pobres viviendo en estrato seis, no hay salud cerca, no hay un mercado cerca y lo que venden es a precio de turista: una gaseosa que en otro lado de Medellín cuesta cinco mil pesos, para ellos vale 15 mil”, asegura.
Su afirmación se sustenta en el dólar, el tipo de moneda que manejan la gran mayoría de extranjeros que llegan a pasar estadías cortas en los hostales del Lleras y de los barrios vecinos como Provenza, Manila y Patio Bonito, todos en la comuna 14 El Poblado.
Cifras del Sistema Inteligente de Turismo entregadas por la Secretaría de Turismo de Medellín a SEMANA indican que solo en 2024 llegaron a través del aeropuerto José María Córdova, que presta el servicio a la capital antioqueña, 1.843.317 pasajeros internacionales, más de cinco mil en promedio diario.

“Yo no entiendo tanto hostal, tantos hoteles, tantas habitaciones por aplicación en El Poblado, no sé de dónde aparece tanta gente”, dice Francisco Vasco, quien a sus 64 años ha vivido en inmediaciones del Parque de El Poblado y ahora a unas cuantas cuadras de allí, en Manila.
Su casa también es una de las pocas que sobrevive en El Poblado. El segundo piso está habilitado para alquileres de estadía corta, el cual, cuenta, permanece repleto de gringos. “Vienen, se encierran ahí, piden la comida, les llegan mujeres, todo”, agrega.
A pesar de que Francisco no tiene claridad de dónde sale tanto turista, Ana María Mejía Mejía, secretaria (e) de Turismo y entretenimiento de Medellín, sí. “Tener turistas en la ciudad es de un impacto bastante positivo, nos permite saber que la gente quiere venir a la ciudad, conocerla, saber que tenemos para darles en cultura, en nuestros atractivos turísticos, vemos en las cifras un incremento alto”, dice la funcionaria.
Pero no es solo eso. “También tenemos población que viene a tratamientos médicos, de fertilidad, exámenes oftalmológicos, odontológicos, quiere decir que la gente confía en el sistema de salud”, dice.
El problema para Gabriel Jaime y otros viejos habitantes de El Poblado a los que la llegada de extranjeros amenaza con desplazar de sus hogares es el poder adquisitivo. “Hay dos tipos de turistas: uno es de ocio y el otro es empresarial, el extranjero que viene a vacacionar se está gastando en promedio diario 196 dólares, y un turista de negocios está gastando casi 450 dólares diarios”, explica la secretaria.

Es decir, entre 825.000 pesos y 1.900.000 pesos diarios, según los datos que arrojan los consumos de estas personas desde sus tarjetas de crédito. Aunque no está discriminado el monto que cada viajero destina a sus gastos, un rumor está regándose entre los viejos habitantes de El Poblado y a algunos los llena de esperanza, pero a otros les duele, porque el tener que abandonar el lugar donde nacieron y crecieron les provoca tristeza.
“Ya no están comprando casas para tumbarlas y construir. Ahora vienen con sus dólares, hacen un contrato de alquiler para cinco años por una vivienda grande por lo que antes un colombiano promedio pagaba hasta dos millones de pesos, y luego ellos la subarriendan hasta en nueve millones de pesos. Eso a muchos les da esperanza, pero a otros los atemoriza”, reflexiona Francisco Javier Gallego, el presidente de la Junta de Acción Comunal de Manila.
Sin embargo, ese no es el único ejemplo. El mismo Francisco cuenta la historia de una vecina que sobrevivía en una mansión de Manila, la cual sus hermanos vendieron por más de 2.300 millones de pesos para mejorarle la calidad de vida a ella, pero en otro lugar.
Es por eso que abandonar la última casa familiar del Parque Lleras parece un destino inevitable para Gabriel Jaime Salazar Góez y su familia.