Antioquia
Imágenes de horror: las marcas que secta satánica dejó en Antioquia con el crimen del niño Maximiliano
La secta satánica se dedicaba a sacar oro en las montañas de Antioquia.
Son fuertes e increíbles las marcas que dejó en el cuerpo de varias personas la secta satánica conocida como Los Carneros, que operaba mayormente en Segovia, en el departamento de Antioquia. SEMANA se adentró en lo más íntimo de este grupo, que es responsable de la muerte de un menor de edad llamado Maximiliano.
Este medio conoció el relato de uno de los testigos, Róbinson Arboleda Ramírez, quien detalló ante la Fiscalía General de la Nación el infierno que le tocó vivir, mientras los bombillos del búnker se encendían y se apagaban de manera constante.
“Él nos indicaba que debíamos golpearnos el uno al otro, besar los genitales de un perro, hacer el amor con el perro, tomar brebajes con amoniaco, sal, ajo, alcohol, comer mucha sal, entre otras cosas”, precisó.
De igual manera, indicó que en caso de que ellos no quisieran ejecutar estas misiones que les encomendaban, la única opción era dibujarse una cruz con un cuchillo caliente sobre la espalda. Pero el dolor y los sacrificios siempre los camuflaban con la esperanza de ser millonarios, pues las ganancias de la guaca les facilitarían la compra de las casas que siempre soñaron.
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Y es que la mayoría de los rituales los realizaron en una vivienda de Segovia, un municipio ubicado a cuatro horas de Medellín y repleto de minas, para poder realizar este tipo de actividades que buscan los minerales preciosos.
La casa está rodeada de árboles, bordeada con una extensa malla, y los pasillos quedan a la vista de todo el que pase por el frente, aunque a nadie le gusta fijar la mirada sobre ese sitio. Uno de los fieles de Carmona Ramírez, cuya identidad se omite por petición propia, recordó que en ese espacio lo obligó a tener sexo con dos hombres y le perforó un testículo para extraerle un líquido amarillo: “Yo no quería, me llené de mucho temor y me resigné. Él me forzó. Las torturas fueron extremas. Jugaba con mis testículos”.
Él tiene en su espalda dos marcas que jamás podrá borrar. Un par de cruces hechas con un cuchillo hirviendo para calmar la furia de los espíritus, un supuesto esfuerzo adicional, pues estaban cerca de llegar al oro.
Con el paso del tiempo, la secta se empezó a desbaratar porque los creyentes estaban perdiendo la fe en el millonario fortín de los espíritus, el que tanto dolor y esfuerzos les causó. En ese momento, le echaron la culpa de la mala racha a un menor de edad y lo asesinaron a golpes para continuar con la búsqueda.
Una de las protagonistas de esta historia le recomendó al equipo de SEMANA frenar la investigación hasta este punto porque podría correr riesgos, pues ya hay amenazas sobre la mesa y los periodistas podrían ser objeto de la maldad.
“Esas personas son malas, mejor cuídense y no se metan en esto”, narró la mujer en privado.
Pero aquella tragedia no paró. La víctima fue Maximiliano Tabares Caro, un pequeño de 6 años, el hijastro del líder de la secta. Él les indicó a sus seguidores que el niño tenía en su alma la razón por la que no hallaban la guaca. “Tenía un amigo imaginario que se llamaba Lucifer, que eso era un obstáculo y por eso no podíamos sacar nada”, dijo un testigo.
La información la sostuvo con una serie de datos que dio la mamá del menor, Sandra Patricia Caro Pérez. Ella mostró inquietud porque Maximiliano se reía en su cuarto, hablaba solo y la miraba con disgusto. La respuesta que le dieron los espíritus a Carmona Ramírez era que debían atacarlo a golpes con las varas de un guayabo.