representante a la Cámara Luz Pastrana

Opinión

A Gustavo Petro le digo...

Colombia no necesita un salvador autoproclamado; necesita un demócrata que obedezca la ley, no que la reemplace.

Luz Pastrana
13 de junio de 2025

Usted no gobierna en el vacío ni desde el trono de una revolución ficticia. Usted, como todo servidor público en una República, debe ejercer su mandato en los márgenes de la Constitución, no en las orillas de su voluntad. El poder que ostenta no le pertenece. Le fue delegado, de manera temporal y condicionada, por un pueblo que creía en el cambio, no en el caos.

Montesquieu, el pensador que usted suele citar pero rara vez honrar, advirtió con claridad: “Todo hombre que tiene poder se inclina a abusar de él; va hasta que encuentra límites”. Usted, en su constante desdén por los límites institucionales, no parece un “presidente” republicano, sino un aprendiz de caudillo. Se disfraza de demócrata para instalar, paso a paso, un modelo autoritario que desprecia la división de poderes.

Se burla del Congreso cuando no le aprueba leyes. Señala a la Corte Constitucional cuando le recuerda sus límites. Ataca a la Procuraduría, a la Fiscalía, a los jueces, a la prensa. Y ahora, como si fuera el oráculo del pueblo, convoca una consulta popular que pretende convertir en herramienta de coacción, no de deliberación. No busca escuchar al pueblo; busca imponerse con él como escudo.

¿Acaso no comprende, señor Petro, que la democracia no es una asamblea de obedientes? ¿Que la república no es una plaza llena de aplausos, sino un pacto institucional basado en el respeto entre poderes? Usted desprecia la deliberación porque no tolera el desacuerdo. Su visión de país es vertical, excluyente, mesiánica, donde solo tiene lugar el que lo idolatra, no el que lo cuestiona.

No, Gustavo, no estamos ante un pueblo en rebelión, estamos ante un “presidente” en desobediencia. Desobedece la Constitución que juró respetar, desobedece la jurisprudencia, desobedece el equilibrio de poderes. En su relato, el que discrepa es traidor, el que investiga es enemigo, y el que no se subordina es élite corrupta. Esa es la lógica del poder absoluto: convertir cualquier crítica en amenaza.

Pero no olvide: Montesquieu también dijo: “Una cosa no es justa por el hecho de ser ley. Debe ser ley porque es justa”. La justicia no nace en sus decretos ni en sus discursos. Nace del acuerdo colectivo, del control mutuo. Usted no es la justicia, ni la soberanía. Usted es, y debe seguir siendo, un funcionario limitado por el derecho.

Gustavo Petro, su papel como servidor público no le permite reescribir la Constitución según su capricho. Su mandato no es un cheque en blanco. Es hora de recordarle que el pueblo que lo eligió también puede y debe ponerle freno. ¡Colombia no necesita un redentor!

Gobernar no es X. No es agitar multitudes desde una tarima ni emitir juicios emocionales desde un perfil personal. Gobernar es articular, negociar, consensuar. Es encarnar el respeto por las reglas de la democracia, incluso cuando esas reglas le impiden hacer “todo lo que desea”. Usted ha confundido la legitimidad democrática con el culto a la personalidad. Cree que, por haber sido elegido por una mayoría relativa, puede ignorar los pesos y contrapesos que sostienen la arquitectura institucional del Estado.

Un verdadero demócrata no teme perder una votación en el Congreso, ni una sentencia adversa de la Corte, porque entiende que esos frenos no son un obstáculo, sino una garantía. Una democracia sin contrapesos se convierte en tiranía por aclamación. Usted no ha comprendido que en la República no hay voluntad sagrada, ni siquiera la suya.

La historia está plagada de líderes que, al verse rodeados por límites constitucionales, recurrieron al pueblo como último bastión de su poder. Chávez en Venezuela, Fujimori en Perú, Correa en Ecuador. Todos apelaron a la voluntad popular para sobrepasar a los jueces, al Congreso, a las leyes. Todos prometieron refundaciones. Todos terminaron debilitando las democracias que decían querer fortalecer. ¿De verdad quiere recorrer el mismo camino?

En su discurso, Sr. Petro, usted no dialoga; combate. No propone; acusa. No construye; señala. Divide a Colombia en dos: los puros (usted y sus seguidores) y los impuros (todo el que discrepe). Esa lógica no solo polariza, sino que anula la posibilidad del entendimiento. La crítica, en lugar de ser bienvenida, es ridiculizada. El desacuerdo, en vez de ser atendido, es deslegitimado.

Usted ha creado una retórica en la que el opositor no es un adversario político, sino un enemigo moral. Esa narrativa convierte el poder en un arma, no en un servicio. Los regímenes autoritarios no comienzan con tanques en las calles, sino con palabras que deshumanizan a la oposición. Y eso, Sr. Petro, también es una forma de violencia.

La promesa de cambio que lo llevó a la Presidencia no era una licencia para la ruptura institucional. La gente votó por usted esperando reformas sociales, mayor equidad, oportunidades. Pero usted ha convertido esa esperanza en herramienta de confrontación. Ha sustituido la política pública por la propaganda, y la gestión por el discurso mesiánico.

El problema no es que usted quiera transformar el país. El problema es que quiere hacerlo por fuera del marco legal, como si la ley fuera una molestia que le impide salvarnos de nosotros mismos. Ha reemplazado la agenda del gobierno por la agenda del ego. Todo gira en torno a usted. Sus cuentas, sus batallas, sus enemigos. Ha instaurado un culto personal en el que no cabe la crítica, ni la duda ni la pausa.

El tiempo tiene memoria, y la historia es implacable con quienes usurpan los valores republicanos para satisfacer sus delirios. Nadie gobierna para siempre. Ningún aplauso borra el abuso de poder. Usted será juzgado, no solo por lo que hizo, sino por lo que deshizo. Y ese juicio no lo dictarán la plaza, ni sus seguidores ni su cuenta de X; lo dictará la historia. Esa que no se escribe con aplausos ni con consignas, sino con el legado que deja quien, teniendo el poder, decidió entre servir… o servirse de él.

Colombia no necesita un salvador autoproclamado. Necesita un demócrata que obedezca la ley, no que la reemplace.

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