JORGE HUMBERTO BOTERO

OPINIÓN

Adiós a las palomas

Abran paso que llegaron los halcones.

Jorge Humberto Botero
21 de enero de 2025

El presidente que los americanos han elegido goza de la capacidad de realizar hondas transformaciones en su país, que tendrán efectos en el mundo entero. No es un demócrata ni una persona respetuosa de las instituciones. Al igual que otros populistas cercanos a los que nos toca lidiar, no concede valor a la experiencia y al conocimiento científico; su sintonía con la verdad es precaria.

A quienes me han criticado por decirlo, les respondo que las afinidades ideológicas no deberían incidir en la opinión que se tenga del presidente electo —ni de nadie— desde el punto de vista moral. Gente de pésima condición humana puede hacer grandes aportes a la ciencia, a la cultura… o a la política.

Que Trump sea, por segunda vez, presidente de su país tiene adversas connotaciones para el mundo y Estados Unidos por una razón poderosa: la democracia constitucional es una invención de ese país, y es el modelo que desde entonces ha inspirado al orbe entero. Su ostensible declinación a todos nos hace daño.

Demos una rápida mirada a la Constitución de Filadelfia de 1787: (i) la ciudadanía es la fuente del poder político; atrás quedaron los derechos absolutos de los monarcas y la nobleza; (ii) su congreso es bicameral, lo cual no fue novedoso, aunque su diseño es radicalmente innovador: sus dos cámaras son, directa o indirectamente, de origen popular; (III) el poder de gobernar se atribuye a un presidente sometido tanto a la Constitución como al Congreso; su mandató emerge del voto de los ciudadanos, aunque matizado por el Colegio Electoral, una figura anacrónica que entonces tuvo sentido; (iv) por primera vez en la historia, la tarea de gobernar dejó de ser monopolio de un rey o a un ministro elegido por él.

A estas características revolucionarias hay que añadir la carta de libertades adoptada de 1789, y la revisión judicial de las leyes, que proviene de una decisión del Tribunal Supremo que data de 1803.

Examinemos ahora algunos elementos de la plataforma trumpista, no sin antes advertir que muchas de las cosas que ha prometido no son viables, que otras han sido enunciadas como meros mecanismos de negociación, y que su proclividad a improvisar es notable. Manifestación de lo primero es la propuesta de expulsar masivamente a los inmigrantes ilegales, y de lo segundo, la imposición masiva de aranceles, punitivos contra China y más altos que sus valores actuales a los demás países que exportan a Estados Unidos.

Hoy puede haber 11 millones de inmigrantes ilegales en su territorio. En el primer cuatrienio de Trump (2016-2020), las deportaciones promedio por año fueron de 250 mil personas. Sería entonces necesario expulsar algo así como 2,7 millones de personas al año para cumplir el objetivo.

Hacerlo implicaría una brusca reducción de la oferta laboral en la agricultura, la construcción de vivienda y la infraestructura, la distribución de bienes de consumo masivo, el comercio minorista y el transporte carretero, entre otros sectores, todos los cuales contratan masivamente indocumentados. Para resolver el déficit resultante, los salarios tenderían a subir, lo cual generaría un rebrote inflacionario, justamente lo contrario a la estabilidad de precios prometida por Trump.

Con relación a la elevación de aranceles contra China a los niveles escandalosos del 90 % que ha prometido, lo que el presidente electo no ha contado a sus electores es el impacto de las medidas retaliadoras que ese país, sin duda alguna, adoptaría. Quizás el déficit comercial bilateral sólo se reduzca marginalmente, lo cual afectaría a su propio sector manufacturero, que depende de insumos chinos y, de modo más general, de otros países a los que se elevarían también los aranceles. Un tiro en el pie.

Frente a los países de la Unión Europea, que afrontan un ciclo dilatado de bajo crecimiento, esa política arancelaria podría traducirse en un deterioro de su capacidad de compra. Es elemental: si no exportan sus productos, tendrían dificultades para adquirir los que importan, en parte, de Estados Unidos. David Ricardo, insigne economista del siglo XIX, lo demostró con claridad: el comercio internacional debe estructurarse sobre la base de las ventajas comparativas de los países. Sucede lo mismo en los hogares: el campesino no confecciona su propio vestuario; el sastre, a su vez, no cultiva los alimentos que consume.

Trump le tiene recetado a México un vademécum tóxico. Devolverle masivamente migrantes suyos, castigar a las empresas que, para huir de las restricciones ya existentes contra China y otros países asiáticos, se han instalado en su territorio, e imponerles aranceles a los productos que se benefician del tratado con Estados Unidos y Canadá, negociado durante su primer gobierno. Que sea violatorio de compromisos vigentes le resulta indiferente. Lo suyo es el ejercicio de un poder hegemónico. En un mundo en el que el arsenal atómico es gigantesco y se ha “democratizado”, esas pretensiones pueden conducir a una catástrofe planetaria.

Me asombra el candor de quienes consideran que algunas afinidades ideológicas que con Trump tienen es suficiente para que nos vaya divinamente. Les ayuda a fortalecer esa convicción que el nuevo secretario de Estado es amigo personal de ellos y que su esposa es colombiana. (Recemos por la estabilidad de ese matrimonio).

Temo por el futuro del TLC entre nuestras dos naciones, que con tanto esfuerzo negociamos algunos “traidores a la patria”. La preservación de los beneficios de acceso a ese mercado puede convertirse en una moneda de intercambió con relación a la reducción de los cultivos de coca, el rediseño de la paz total, la exportación de cocaína y el cierre del boquete para el tráfico de migrantes que tenemos en Urabá. La proverbial imprudencia de Petro puede ser demoledora. Ya le mandó un agresivo mensaje a Trump por no haberlo invitado a su posesión. Mal comenzamos.

Briznas poéticas: dice Cervantes al final de su obra inmortal: “Abre los ojos, deseada patria, y mira que vuelve a ti Sancho Panza, tu hijo, si no muy rico, sí muy bien azotado. Abre los brazos y recibe también a tu hijo don Quijote, que, si viene vencido de los brazos ajenos, viene vencedor de sí mismo que, según él me ha dicho, es el mayor vencimiento que desearse puede”.

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