JORGE HUMBERTO BOTERO

Opinión

Ancianos de la tribu

Es indispensable mejorar la calidad del aire que respiramos en el ámbito público.

Jorge Humberto Botero
10 de junio de 2025

El pez en el agua es un libro singular en la magnífica producción de Vargas Llosa: es el único de carácter estrictamente autobiográfico. Allí intercala sus memorias de niñez y de juventud, con su experiencia política. En muchas de sus novelas y obras de teatro introdujo elementos tomados de su propia vida. La tía Julia y el escribidor, es un buen ejemplo. Otro es La conversación en la catedral, la mejor de sus obras de ficción, según él mismo. Es la mejor novela política que yo haya leído jamás.

Su conocimiento de las realidades, a veces sórdidas de esa actividad, es enorme. Esa circunstancia explica que como epígrafe del Pez en el agua incluyera esta cita de Max Weber: “…quien se mete en política, es decir, quien accede a utilizar como medios el poder y la violencia, ha sellado un pacto con el diablo, de tal modo que ya no es cierto que en su actividad lo bueno solo produzca el bien y lo malo el mal, sino que frecuentemente sucede lo contrario. Quien no ve esto es un niño, políticamente hablando”.

Vargas Llosa se involucró en la política desde muy joven, fue entusiasta partidario de la revolución cubana, que tanto lo decepcionó a poco andar, y con la que rompió cuando entendió que era una dictadura que, como es usual, se justifica en el interés supremo del “pueblo”.

Habiendo recalado en el liberalismo luego del estudio riguroso de sus principales exponentes, su pasión por el poder lo condujo a aspirar a la Presidencia del Perú. En 1990, enfrentó a Alberto Fujimori, ‘el Chinito‘. Fue derrotado con el turbio apoyo del presidente en ejercicio, Alan García.

Elementos del juego sucio que se desplegó contra Vargas Llosa son parecidos a los que aquí se cometen: sistemáticamente se abusa de los medios de comunicación del Estado para fines proselitistas, se remuneran con fondos presupuestales a “bodegueros” para hacer propaganda sin respeto alguno por la verdad, se hace política partidista por los altos funcionarios contra expresa prohibición constitucional.

Se insulta a los opositores sin pudor alguno. En los últimos días —es solo un ejemplo— Petro ha reprochado a Miguel Uribe, un candidato opositor, responsabilidad por actos que habrían ocurrido durante el gobierno de su abuelo ¡cuando aún no había nacido! Imposible imaginar una infamia peor.

Se agrede e intimida al poder judicial. Se desarrolla una estrategia, que está a punto de culminar con éxito, para que prescriba el proceso en el Consejo Nacional Electoral por los abusos financieros cometidos en la pasada campaña. Sería lamentable ese resultado. Necesitamos saber si lo que parece haber sucedido fue legal, porque, en caso contrario, estamos a tiempo de tomar medidas para evitar que vuelva a suceder. La equidad en las contiendas electorales es un valor indispensable.

Hay que ser políticamente un niño, como diría Weber, para no advertir que la insistencia en la consulta popular, propuesta por el gobierno, pero negada por el Senado, en realidad pretende dar comienzo, en condiciones inequitativas, a la campaña electoral para las elecciones del año entrante.

Transcurridos casi tres años de la avalancha petrista, el balance sobre la capacidad de las instituciones para afrontarlo es bueno, en promedio; en los casos de la Corte Constitucional y el Consejo de Estado, sobresaliente. Procuraduría, Fiscalía y Contraloría hacen bien sus tareas.

Preocupa si la lentitud de la justicia penal, y eventuales sesgos, especialmente en los casos atinentes a personajes del círculo íntimo del presidente (o sea a casi todos sus integrantes). Es inconcebible, por ejemplo, que el escándalo aquel de las “quince mil barras” no haya terminado en nada. Aun si fue una mera fabulación etílica, tenemos derecho a saberlo.

Siempre podemos pedir más a las instituciones públicas. Además, debemos preguntarnos qué podemos hacer desde la sociedad civil en esta compleja coyuntura. La semana pasada hablé del papel que podría jugar un comité integrado por “ancianos de la tribu”, tema al que quiero regresar. Me refiero a aquellas personas que por su trayectoria personal y su edad están dotadas de un intangible valioso: la sabiduría. Sus consejos sobre lo que conviene hacer o evitar no provienen, en muchas ocasiones, de consideraciones jurídicas, saberes científicos o técnicos, así los tengan.

No obstante, son capaces de reflexionar con rigor sobre lo que es prudente, excesivo, escaso, posible, deseable o mejor. Y sobre la manera de superar la ola de violencia que nos ahoga. Para todos estos objetivos, y otros semejantes, están dotados de sensibilidad para discurrir sobre la más importante de las nociones políticas: el bien común.

Muchas de estas personas, merecedoras del respeto del que gozan, opinan con regularidad sobre los temas que constituyen la agenda nacional. No sabemos cuánto, pero sin duda influyen. No obstante, esa capacidad sería mucho mayor si de manera colegiada deliberaran sobre las cuestiones de mayor trascendencia para la sociedad.

Imagino que un pequeño grupo de esos “ancianos de la tribu” estarían dispuestos a hacerlo de manera colegiada en asuntos tales como la búsqueda de la paz, la defensa de la verdad, la estabilidad institucional, la pulcritud en el uso de los recursos fiscales, la preservación y el fortalecimiento de la democracia.

Lograr este objetivo requiere que unas cuantas instituciones, dotadas también de amplio prestigio, definan los nombres de ese comité de excelencia, les propongan participar, y ofrezcan su respaldo logístico para acoger y divulgar sus deliberaciones. Aunque he pensado en candidatos para integrarlo, al igual que en instituciones que podrían acoger este proyecto, no me parece adecuado lanzar nombres en público.

He pensado en una entidad gremial, en un centro de estudios y en una entidad académica, todas ellas serias, prestigiosas y de diversas tendencias ideológicas, las que, en conjunto, podrían albergar este proyecto. De pronto algunos amigos se sienten aludidos y me hacen una señal. Igual los buscaré. Nada pierdo.

……

El criminal atentado contra Miguel Uribe me llena de congoja. Dejaré pasar unos días antes de analizarlo. Por ahora, señalo que la propuesta contenida en esta columna tiene tanta fuerza o más que antes. Y le recuerdo a Petro que “quien siembra vientos, cosecha tempestades”. Carece de autoridad moral para ser el líder que necesitamos en esta hora sombría.

Noticias Destacadas