
Opinión
Aranceles, China y la OMC
Finalmente, Trump va a lograr dos cosas. La primera, que ahora sí uno escucha gritar a todos los que antes pedían aranceles, y peor aún sin vergüenza, que los aranceles son malos. Y la segunda, un comercio mucho más libre que el que hoy tenemos.
Finalmente, todos debemos tener claro para dónde va esta guerra arancelaria. Los efectos hay que preverlos y nuestras economías deben alistarse para enfrentar a China o, si no, ver cómo este país y sus exportaciones acaban con su mediana y pequeña industria. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, acaba de establecer una moratoria de 90 días a sus aranceles con una excepción: China. Este país queda con un 145 por ciento de impuesto a sus exportaciones a Estados Unidos y no se aplaza la medida.
¿La razón? China no deja entrar a nadie a su mercado libremente. China no es una economía de mercado, no tiene libre empresa y nadie puede competir con libertad por un pedazo de su demanda interna si los chinos no lo dejan. China NO puede abrir su mercado, pues destruye el control económico que el Partido Comunista chino necesita, exige y que Xi Jinping ejecuta como política.
La discusión sobre aranceles no es crisis para mí, pues el sistema estaba desde antes quebrado y pone de presente la ineficacia del organismo que regula el comercio internacional: la OMC. No nos digamos mentiras, la OMC solo le sirvió a China, pues los países jugaron bajo unas reglas de competencia y de leyes, mientras que a China se le permitió jugar con otras en las que no hubo competencia y mucho menos leyes o respeto a ellas. China hizo lo que quiso con el comercio mundial con una OMC cómplice por acción casi nunca y por inacción casi siempre.
Lo cierto es que esta entidad sobra no solo por su complicidad con China, sino por su falta de efectividad. Un ejemplo: las trabas al comercio liberal y la competencia en países como Brasil o México en nuestro continente, para solo mencionar dos casos, nunca fueron abordadas, y hoy hacer negocios en cualquiera de estos dos países para empresas de Colombia o naciones similares es casi imposible. Si desaparece la OMC, no pasaría nada distinto a que una burocracia muy bien pagada quedaría sin empleo.
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El mundo en el que los chinos hacían todo tipo de trampas en el comercio mundial se acabó. El robo descarado de propiedad intelectual que nunca tuvo castigo pasa su factura. Y ni hablar de las masivas prácticas de lavado de activos a través del contrabando o de abusos brutales en derechos humanos y en condiciones laborales que sí les permitían ser competitivos, tristemente con el aval de muchos países o entidades internacionales que se hicieron los de la vista gorda.
¿Qué viene? Lo primero es una agenda de negociaciones bilaterales con países o asociaciones de países que tienen libre mercado y libertad en sus instituciones. La Unión Europea y Estados Unidos van a negociar y van a acordar una liberalización mucho mayor del comercio. Lo mismo va a suceder con otros países que ya hacen cola para tener acceso al mercado abierto más grande del mundo. El lío es con los países que China, previendo esto, utiliza para disfrazar el origen de sus productos como Vietnam o incluso –con el mismo país– con las verdaderas empresas que se movieron allí, un nearshoring para ocultar lo obvio, que son empresas chinas.
China no se va a quedar quieta y necesita exportar todo lo que pueda con desenfreno. Los ciudadanos chinos perdieron trillones de yuanes de sus ahorros en la crisis económica actual y no están gastando, pues de nuevo tienen que ahorrar lo perdido; allá la red de protección social es muy precaria. Para mantener en algo el crecimiento económico, van a inundar al mundo con sus productos, muchos de ellos subsidiados o elaborados con esa “ayuda” de no tener en cuenta los derechos humanos y laborales de los trabajadores.
En nuestros países, las pequeñas y medianas industrias textil, de calzado, de ropa, de electrodomésticos, para solo mencionar unos sectores, van a enfrentar una avalancha de competencia desleal que van a tener que frenar si no quieren una revolución social y de empleo. Ya veremos que, cuando Brasil, Perú o Argentina comiencen a poner aranceles a productos chinos, este país se va a devolver con brutales presiones económicas, aprovechando que es su primer socio comercial, a través de la compra de bienes primarios de esos países. Ya lo han hecho, por otras razones, como cuando frenaron una exportación de 70 millones de dólares de nueces macadamia de Guatemala cuando este país felicitó al nuevo presidente de Taiwán. O cuando frenaron las exportaciones de carbón, vinos y otros productos de Australia, cuando este país pidió que se investigara si el covid había salido del laboratorio de Wuhan.
El mundo en desarrollo debe prepararse para la extorsión de China, por un lado; y el cobro de su alianza de la ruta de la franja de la seda, la depreciación del yuan, que en una economía que no es de mercado es fácil, va a facilitar esa ofensiva comercial que ya empezó, pero que se va a acentuar de manera dramática.
¿Se atreverá China a vender de manera masiva una parte o todos los bonos del tesoro de Estados Unidos que ha acumulado? No les quepa la menor duda de que están haciendo los cálculos, que son más políticos que económicos. Si les da, lo hacen, pero ya veremos.
Finalmente, Trump va a lograr dos cosas. La primera, que ahora sí uno escucha gritar a todos los que antes pedían aranceles, y peor aún sin vergüenza, que los aranceles son malos. Y la segunda, un comercio mucho más libre que el que hoy tenemos. No nos digamos mentiras, el sistema estaba quebrado y Trump decidió hacer lo que otros no se atrevieron.