Opinión
Ausencia y opacidad
Los ciudadanos tenemos derecho a saber qué le sucede al presidente.
No sabemos con certeza las causas por las que el presidente con tanta frecuencia incumple sus deberes, entendiéndose por tales los que él mismo se ha impuesto y divulgado en su agenda. Sin embargo, son perceptibles ciertos patrones.
No suele concurrir a actos ceremoniales, que son parte esencial de las responsabilidades de cualquier gobernante. Tiende a desaparecer cuando finaliza sus tareas en el exterior. Pareciera que algo lo inhibe cuando se ve forzado a interactuar, y que sus dificultades son menores cuando tiene el monopolio del micrófono. Los factores que lo alejan del cumplimiento de sus deberes suelen durar entre uno y dos días; es probable que se esfume hacia el fin de la semana.
En esos lapsos de marginamiento se pierde el rastro del lugar en el que se encuentra, una circunstancia llamativa: cuando no está en la sede del gobierno, por razones de seguridad debe estar acompañado de una escolta numerosa; hasta ahora las medidas para ocultar sus escapatorias han tenido éxito. Hasta ahora, digo. El presidente es democrático en sus ausencias: trata igual a dignatarios de gobiernos extranjeros, a la alta magistratura, a sus ministros, que tanta conmiseración merecen, y a las comunidades que integran el pueblo que considera suyo y que, por cierto, no es la nación.
A lo anterior se añade un problema distinto, que, frente al primero, resulta casi irrelevante: su crónica impuntualidad, que hay que lamentar, pero cuya causa es conocida: simple y llana falta de urbanidad. Petro paga los costos. Allá él.
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Sin embargo, las ochenta y dos cancelaciones documentadas por La Silla Vacía desde el comienzo del gobierno hasta mediados de julio, una anomalía de la que no existen antecedentes, tiene que ser motivo de honda preocupación. Bien porque obedezca a factores de salud, que podrían agravarse con el paso del tiempo, o porque sean indicativos de una manera inadecuada de ejercer el cargo. Desde ambas perspectivas el asunto concierne al Senado de la República.
Recordemos que a éste corresponde, en primer lugar, decretar la vacancia de la Presidencia en caso de incapacidad física permanente de su titular; y en segundo, que es potestad suya, previa acusación de la Cámara, destituir al presidente por “indignidad en el ejercicio del cargo”. En cualquiera de esos eventos, el vicepresidente asume la jefatura del Estado hasta el fin del periodo presidencial. No se convoca a nuevas elecciones.
Algunos senadores han presentado ante la plenaria una moción para que un comité médico de alto nivel conceptúe sobre la salud del presidente. La petición puede fracasar en el juego político cuyas sutilezas a veces se nos escapan. Imaginemos que así ocurre. Si el problema persiste, porque Petro no mejora su comportamiento, o no supera sus hipotéticos problemas de salud, el asunto podría revivir en el futuro próximo.
Si el tema llegare al Senado, probablemente se dirá, por integrantes de la bancada de gobierno, que no es posible ordenar ningún dictamen médico porque las condiciones de salud hacen parte de la garantía constitucional de sigilo o reserva sobre la vida íntima; y que, como el presidente no puede ser obligado a comparecer ante ese panel, sus integrantes carecerían de criterios sólidos para emitir su dictamen. En suma: dejemos así.
Es cierto que tenemos derecho a impedir que las patologías que nos afecten sean de conocimiento público, así, en la realidad, sea casi imposible evitar la difusión de la información sobre los amores, desamores, vestuario, vacaciones y extravagancias de las personas que tienen notoriedad pública. Existe una prensa especializada que se ocupa de esos temas. Y olé.
Desde la perspectiva jurídica, el derecho a la intimidad se atenúa con relación a quienes desempeñan ciertas funciones de interés social. Es obvio, por ejemplo, que los pilotos de avión deben someterse a exámenes periódicos para poder ejercer su profesión; esos resultados deben ser conocidos por las autoridades aeronáuticas. Por este mismo tipo de razones, algunos países, que no el nuestro, han establecido la necesidad de dictámenes médicos antes de que se asuman ciertos cargos de elección popular.
Para evaluar las condiciones de salud del presidente esta ausencia normativa es irrelevante. Basta que éste pueda ser removido del cargo por incapacidad física absoluta para que el Senado tenga las facultades instrumentales requeridas para ejercer sus poderes. Dicho a la inversa: si el Senado no pudiere, a falta de disposición legal expresa, establecer un panel médico para evaluar la salud del jefe del Estado, la Constitución no sería directamente ejecutable, a pesar de que ella es “norma de normas” por expresa estipulación suya.
El Senado puede, pues, ordenar lo que algunos de sus integrantes le han pedido. Debe, demás, hacerlo. El historial de fallas de Petro lo justifica. De modo más general, un ejercicio justo y expedito de sus potestades ayudaría a que los colombianos tengamos una imagen mejor de la institución parlamentaria.
Ahora bien: imaginemos que las pruebas que se alleguen sobre la salud de Petro demuestran que no adolece de patologías que le impidan gobernar (así sea mal, como muchos creemos). En tal caso, se abriría un debate igual de importante: si sus recurrentes faltas en el desempeño del cargo lo hacen indigno de desempeñarlo. Esta dimensión de su conducta podría llegar a la Cámara, en donde ya cursa la investigación sobre su campaña presidencial, la cual, según el calificado testimonio de Armando Benedetti, no fue propiamente un dechado de pulcritud. En contra de lo que dijo el ministro de Relaciones Exteriores para descalificar ese apóstol de la transparencia, los niños y los borrachos (adictos de cualquier especie) siempre dicen la verdad.
Para evitar estos peligrosos desarrollos, el Gobierno necesita atraer la atención nacional sobre otros temas. La vieja estrategia de las cortinas de humo. ¿Qué tal retomar la necesidad de superar el capitalismo o profundizar en las causas y consecuencias de la era geológica del Antropoceno?
Briznas poéticas. Bello y breve poema de José Emilio Pacheco: “La noche yace en el jardín, / La oscuridad en silencio respira. / Cae del agua una gota de tiempo. / Un día más se ha sepultado en mi cuerpo”.