OPINIÓN

Banana Republic

Todavía más cargado de peligros que la victoria del inepto George W. Bush es la reelección de Donald Trump, de quien se puede decir sin vacilaciones que ha sido el más dañino presidente de los Estados Unidos en toda su historia.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
15 de agosto de 2020

La prensa demócrata de los Estados Unidos está cada día más preocupada por la posibilidad de que Donald Trump, en caso de que pierda las elecciones presidenciales de noviembre, se niegue a dejar su cargo. Más que posibilidad, probabilidad: porque ha venido insinuándolo desde hace varias semanas. Varios años, según él mismo: hace pocos días, cuando se negó en una entrevista televisada a decir si sí o si no aceptaría una derrota, agregó (¿tranquilizadoramente? ¿jactanciosamente?) que lo mismo había dicho hace tres años y medio, sin que pasara nada. Porque las había ganado en los complicados términos del Colegio Electoral norteamericano, aunque las hubiera perdido por varios millones de sufragios en el voto popular aritmético. Ya entonces, y aun siendo el ganador, había denunciado –sin pruebas, como suele– que había habido fraude de los demócratas contra él. Ahora viene anunciando, precautelativamente, que ese fraude se repetirá en noviembre.

Y, a la vez, viene organizando la manera de impedir que para entonces puedan votar los negros en los estados del Sur, los nuevos votantes jóvenes, y sobre todo los millones de votantes por correo, multiplicados por la pandemia que los disuadirá de acudir a los centros de votación: los previsibles votantes anti-Trump. Que son, según él, votantes fraudulentos.

La democracia norteamericana tiene muchas virtudes, ejemplares a veces, pero también muchos defectos. Incluyendo uno de origen: el de su engorroso sistema electoral por etapas, que “corrige”, estado por estado federal, los resultados del voto popular universal. Ya en varias ocasiones se ha dado el caso de que gane la presidencia el candidato que tiene menos votos. Pero fraude en serio y en gran escala, como el de las “banana republics” latinoamericanas o africanas, o el que al parecer acaba de ocurrir en la Bielorrusia todavía soviética de Alexander Lukashenko, o el habitual en los países árabes, no se había visto nunca en los Estados Unidos. Es el que prepara Trump, amparándose en su denuncia de que es el que preparan sus adversarios.

Alguna vez se han presentado acusaciones locales de fraude: la más reciente en el año 2000, en las elecciones que enfrentaron al republicano George W. Bush al demócrata Al Gore, y que ganó Bush por decisión “perfeccionada” de la Corte Suprema (compuesta entonces por siete jueces republicanos y dos demócratas) pese a la probable trampa registrada en Florida, cuyo gobernador era entonces el hermano de Bush, y pese a la ventaja de medio millón en el voto popular que obtuvo Gore. En Florida, estado que le dio a Bush los 25 votos electorales de la victoria, la diferencia entre los dos, sobre un total de casi seis millones de votos, fue, en el disputado recuento, de 547. Quinientos cuarenta y siete votos que le regalaron al mundo las interminables guerras de Afganistán y de Irak, declaradas sobre mentirosos pretextos por Bush (o por su poderoso vicepresidente Dick Cheney).

Sí: un enredo.

Pero lo que ahora se avecina, o eso es lo que temen analistas tan serios como el economista Paul Krugman, es más grosero: lo que en la carrera séptima de Bogotá se llama un raponazo. Y todavía más cargado de peligros que la victoria del inepto George W. Bush: es la reelección de Donald Trump, de quien se puede decir sin vacilaciones que ha sido el más dañino presidente de los Estados Unidos en toda su historia. Dañino no solo para el mundo, como lo han sido casi todos, sino para los propios Estados Unidos y su imperfecta democracia. Un presidente del cual se teme –se sospecha– que con el propósito de asegurarse su reelección sea capaz, además de falsear las elecciones, de obligar a las grandes empresas farmacéuticas de su país a improvisar atropelladamente una vacuna para el coronavirus que azota a la humanidad. Con el resultado, doblemente perverso, de ser él reelegido presidente de los Estados Unidos y de lanzar al mundo por un camino terapéutico equivocado, y criminal.

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