Enrique Gómez Martínez Columna Semana

Opinión

Bipolares y la binacional

La infamia de la entrega de la soberanía no tendrá ni fecha ni hora en el calendario de la desgracia nacional, los bipolares se indignarán durante la hora en que suframos las pérdidas y tengamos que enfrentar las consecuencias.

Enrique Gómez
28 de julio de 2025

El martes 22 de julio de 2025 no va a quedar en ningún calendario de la infamia. Entre otras razones porque la infamia fue prohibida por la Corte Constitucional, como bien lo recordamos cuando, como sociedad, de manera mayoritaria y masiva, tratamos de crear los muros y las bases de datos de los violadores menores de edad condenados.

Sí, búsquenlo, la pena de infamia está prohibida en Colombia. La mayor expresión de esta prohibición, sin lugar a dudas, es la consagrada en las normas de la Justicia Especial para la Paz, que el delirio entreguista de Santos formalizó no solo para el individuo reclutador o abusador de menores o el sembrador de minas antipersona, sino que la extendió y entronizó para las organizaciones terroristas narcotraficantes y sus jefes, que implementaron estas prácticas para cuidar sus cultivos, nutrir sus columnas terroristas y satisfacer sus necesidades sexuales y las de sus milicianos por décadas en miles de casos documentados.

Para miles de violadores, reclutadores y sembradores de minas y sus jefes, que ordenaron, patrocinaron y financiaron estos actos, no habrá infamia. Sus nombres serán borrados y convenientemente olvidados. Sepultados bajo las hojas de las resoluciones de absolución, los esquemas de protección que garantizan que las víctimas o los colegas narcos no cobren venganza, o las credenciales parlamentarias que aseguran dietas y vocerías que las víctimas y sus voceros nunca tendrán.

La bipolaridad increíble es la de los periodistas, los ‘humanistas’, los activistas, estudiosos, políticos y magistrados que promovieron la prohibición de la infamia y reclamaron frenéticos, y en nómina, la espantosa paz de Santos; son los mismos que cada vez que la nación presencia nuevos actos de terror y abuso de menores o mujeres, se rasgan las vestiduras en sus tribunas mediáticas y reclaman acciones decididas de las autoridades y máximas sanciones judiciales. Estos bipolares son los mismos que han impedido que nuestro sistema escolar imparta formación ética y de valores contra la violencia, que promueven la entrega de capacidades a oscuros docentes para promover terapias hormonales de género en niños o que impiden la expulsión de los abusadores y degenerados del sistema escolar.

Los bipolares, generalmente adscritos al centro acomodado de las oportunidades, los populismos baratos, los privilegios judiciales o las pautas oficiales, se declaran fieramente como hombres y mujeres sin compromisos, fieles solamente a su interés y los de sus patrocinadores. Para ellos no hay valores, éticas o principios sociales o políticos que los aten. Sus prédicas se centran en complacencias difusas de lo social, lo que consideran correcto, lo que los hace sentir bien o, por encima de todo, los haga quedar bien, primero que todo con los poderosos que marcan o pagan la tendencia, después con lo que perciben o creen que deber ser el sentir general de la opinión nacional y, finalmente, con aquello que los mantenga en la primera línea de la oportunidad o del privilegio.

Los bipolares sí pueden, curiosamente, desplegar la infamia digital o mediática con impunidad alrededor de su propia estructura de lo políticamente correcto o conveniente. Pero la saben guardar juiciosamente a la hora en que puede enervar al poder sinvergüenza que controla su lonchera o los privilegios de sus jefes o financiadores.

Por ello, el 22 de julio no pasará a la historia. Aquel día en que el dictador Maduro, orgullosa y pausadamente explicaba, con puntero y método docente, cómo Venezuela tomaría control territorial de tres departamentos de Colombia (Norte de Santander, Cesar y La Guajira) a través de un Memorando de Entendimiento recién firmado con la ministra de Comercio Exterior y el sello validador del nuevo gran visir del califato petrista, el señor Saade.

Crecí estudiando cómo la soberanía nacional había sido muchas veces sacrificada por conveniencias políticas, rencillas equivocadas o acciones estólidas de nuestros líderes y funcionarios. Viví, sin comprenderlo aún, cómo para mantener la “compostura” jurídica y ejecutar jugosos contratos de asesoría judicial, perdimos gran parte de nuestros derechos marítimos ante Nicaragua. Siempre sufrí por entender cómo nuestra sociedad y liderazgo permitió esos desafueros.

Cuando la semana pasada reclamé airado y dolido ante la evidente cesión de soberanía al vecino falaz, cuando constaté la incuria de formalizar la entrega del territorio conquistado por el ELN en nuestra frontera común y denuncié la expansión de una macrozona de crimen internacional alrededor de la coca y la minería ilegal de metales a cargo de Diosdado Cabello y sus socios criminales, los bipolares guardaron su infamia o la reservaron para quejarse por la falta de consideración del califa Petro y su visir para con ellos, recalcando que no se remunerara adecuadamente su obsecuencia con los “excelentes” funcionarios del Gobierno.

La otrora poderosa prensa escrita, la que pertenece a todos los gobiernos, se ocupó en laudatorias de página entera de los funcionarios de este gobierno. Los moderados presidenciables guardaron distancia de la infamia con nuestra soberanía para no tener que comprometerse con la retoma, a sangre y fuego, de la frontera entregada. El aliado del norte vociferó contra Maduro mientras aceptaba la licencia de explotación de Chevron. La patria boba, alienada en La casa de los famosos, aceptó con indiferencia las razones tranquilizadoras del califa y las sonrisas rotundas del visir Saade.

La infamia de la entrega de la soberanía no tendrá ni fecha ni hora en el calendario de la desgracia nacional, los bipolares se indignarán durante la hora cuando suframos las pérdidas y tengamos que enfrentar las consecuencias, y la historia sufrirá en explicar por qué toleramos la entrega de nuestra geografía de frontera a los dictadores, narcos y terroristas.

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