Opinión
Brasil, el nuevo mejor amigo
Petro, al parecer, quisiera ir más allá de ver a Lula como faro y guía de las políticas contra la pobreza y el hambre.
Con Lula en Brasil para los próximos años, y con un nuevo gobierno en Colombia que tiene aún casi cuatro años por delante, se abre un nuevo espacio en la agenda del Gobierno nacional para que Brasil entre a jugar un papel que nunca hubiera tenido con Bolsonaro en el poder. Con Petro aquí y Lula allá, pero unidos por una evidente afinidad ideológica cuyo corazón es la visión de política pública sobre la defensa del Amazonas, Brasil se convertirá en el más importante influenciador de la política exterior del Gobierno nacional, así como también de algunos asuntos domésticos estratégicos.
Sin embargo, que Petro y su gobierno celebren la llegada de Lula a la presidencia de Brasil y proyecten una agenda compartida sin precedentes entre los dos países, no significa que las visiones de los dos líderes sean del todo coincidentes. Podría haber más diferencias que las que desprevenidamente alguien se puede imaginar. En esencia, a Lula lo distingue la moderación y a Petro la revolución. Lula ya recorrió el camino, mientras Petro juega al ensayo y error. Lula tiene una credibilidad respaldada por resultados que hicieron historia; en tanto, Petro es cuestionado por exceso de retórica. Al menos por ahora.
Pero, a pesar de las importantes diferencias, los une el progresismo. Solo que el de Lula no es estigmatizante y, por tanto, genera menos polarización política y económica. Es un progresismo pragmático que pone en evidencia a Petro, haciéndolo ver más dogmático de lo que pensábamos. Los dos apuntan a priorizar la reducción de la pobreza como eje principal del desarrollo socioeconómico, pero por caminos diferentes. En materia económica, por ejemplo, el brasileño ―pese a su origen sindical― no confronta a los sectores productivos o competitivos para gestionar una mejor distribución de la riqueza.
Hoy, después de dos gobiernos y ad portas de su tercera presidencia, las encuestas muestran a Lula como el líder de un gran proyecto socioeconómico fundamentado en la conciliación de clases, en el acuerdo entre capital y trabajo, y en un reformismo moderado. Por ello, quizás, los empresarios de su país lo describen como conciliador y amigo real del diálogo.
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El respeto por la ortodoxia macroeconómica también distancia a los dos mandatarios. Lula mostró durante sus dos gobiernos un compromiso inquebrantable con la regla fiscal, el pago de la deuda externa y, en general, una gestión responsable de las cuentas públicas, pese a su compromiso, como en la visión de Petro, de situar el Estado en el centro del desarrollo económico con un incremento significativo del gasto público.
Lula fue elegido, como Petro, con un discurso de alto contenido social con cargo a las finanzas públicas para mejorar los servicios públicos, como la salud, y eximir del impuesto sobre la renta a las personas de bajos ingresos. Pero, al igual que el líder del Pacto Histórico, fue poco claro respecto a cómo el Gobierno pagaría por ello. Pero Brasil tiene muchas más fuentes de ingresos fiscales que Colombia, lo que ubica a Lula en una mejor posición que Petro para prometer un elevado gasto público.
Quienes están cerca a Petro dicen que ve a Lula como el mecenas de los pobres. Quizás porque sacó a decenas de millones de brasileños de la pobreza gracias a un plan de bonos sociales que se puso en marcha durante su primera presidencia. Quizás esos bonos sociales son la fuente de la inspiración del bono pensional de 500.000 pesos para adultos mayores, que por estos días ha anunciado reiteradamente nuestro presidente.
Pero Lula extendió la mano del Estado a los pobres sin desincentivar la inversión privada, llevándola, por el contrario, a crecer en empleo e ingresos tributarios, al tiempo que aumentaba el gasto social en educación y salud. Lo recuerdan como el mandatario que más ha logrado reducir el desempleo en Brasil.
Petro, al parecer, quisiera ir más allá de ver a Lula como faro y guía de las políticas contra la pobreza y el hambre. Su agenda parece más ambiciosa y moderna. Sus prioridades hacia Lula serían el rescate de la selva amazónica y su investigación científica, para lo cual requiere el músculo político y económico del gigante suramericano. También, una nueva política antidrogas de enfoque sanitario, no punitivo, que Lula desde campaña promovió, al igual que Petro, pero que para el brasileño no implica la transformación de la fuerza pública ni el eventual debilitamiento de la seguridad. Por otro lado, está el sueño de Petro de formar la red integrada de energía eléctrica de América con energías limpias; que para el mandatario colombiano implica el debilitamiento de la industria de hidrocarburos, mientras que para Lula implica una agenda progresiva, conciliadora y gana-gana de descarbonización con incentivos para todos. Y, finalmente, Petro quiere ser el principal aliado de Lula en la construcción de la integración económica latinoamericana, porque sabe que solamente será posible con Brasil a bordo. Veremos.
La lucha contra el hambre y una política de seguridad alimentaria también han sido prioridades de Lula. Su programa más recordado es Hambre Cero, por el cual se hicieron transferencias de dinero y alimentos para asegurar tres comidas diarias a la población brasileña más vulnerable. Petro intentó hacer algo similar como alcalde de Bogotá, con algunos resultados interesantes y muchas críticas por presunta corrupción.
Corrupción que fue y sigue siendo el gran talón de Aquiles de Lula y por la que tuvo que pagar casi dos años cárcel. Porque, como dicen en Brasil, abrir la llave del gasto público es abrir la llave de la corrupción; pero que los brasileños decidieron perdonar, no solamente por la visión del troglodita Bolsonaro, sino porque Lula demostró que la izquierda, cuando no es dogmática, puede construir sobre lo construido y generar una verdadera transformación social. Ojalá el pupilo Petro tome nota y siga los buenos pasos (solo esos) de su nuevo maestro.