Lucas Durán Hernández Columna Semana

OPINIÓN

Carta a los ‘Gavirias’

El más marcado de ese grupo en mi opinión, en el debate nacional, era Alejandro Gaviria.

Lucas Durán Hernández
25 de junio de 2025

Durante el fin de semana tuve la oportunidad —en medio de tan dolorosos sucesos— de leerme en poquísimas sentadas el libro de Alejandro Gaviria, La Explosión Controlada, que me había rehusado a comprar durante buen tiempo hasta que el intento de asesinato contra Miguel Uribe Turbay, seguido por la oleada terrorista en el Valle del Cauca, me motivó a hacerlo.

Comprarlo para leerlo, con urgencia; y leerlo con tal urgencia para tratar de comprender por qué una mente tan cultivada como la de Alejandro había apoyado, en el 2022, a una figura de reconocida tendencia polarizante, excluyente e infamante como Gustavo Petro.

Tengo 21 años, por lo que las primeras elecciones en las que voté como ciudadano fueron las realizadas en el 2022. Hago parte de esa juventud escéptica de lo que Gustavo Petro representa, una juventud que creció ya sumergida en el mundo digital y se vio expuesta, desde siempre, a tendencias y figuras políticas que intentaban romper con el statu quo desde las derechas y las izquierdas.

Aclaro, también, que no voté por Gustavo Petro, precisamente por el cuestionable legado que dejó en la Alcaldía Mayor de Bogotá y porque me leí su libro, Una Vida Muchas Vidas, que expone una ideología repelente y numerosas contradicciones. Si bien es un tema escabroso, espero poder hablar del mismo en una próxima oportunidad.

Fueron también conocidas las visitas de miembros de la campaña —y la familia— de Petro a la Picota, y las alianzas que se entablaron con clanes políticos absolutamente heterogéneos pero unidos por una práctica ya arraigada en Colombia. Recuerdo que La Silla Vacía publicó una detallada investigación al respecto en plena época electoral.

Pero ante el inminente riesgo de un quebrantamiento nacional, recordé el particular papel que jugaron los denominados ‘centristas’ de la política, los mal llamados ‘tibios’ que optaron por apoyar a Petro sobre el cuestionable candidato que era Rodolfo Hernández.

El más marcado de ese grupo en mi opinión, en el debate nacional, era Alejandro Gaviria; pero el Partido Alianza Verde y el Liberal contaron también con un importante elenco de estos centristas que hoy resultaron opositores.

Leí a un Alejandro Gaviria que, intuyo, es el mismo escéptico que ha ocupado los cargos ya conocidos, uno supremamente insistente en encontrar una suerte de equilibrio entre las críticas más feroces contra el presidente y lo que él cree es un talante liberal del jefe de Estado.

 Según, Gaviria, Petro “[r]eivindica la Constitución de 1991 como un ejemplo de consenso o acuerdo entre diferentes que respondió con más democracia a un desafío violento”. Esto habría parecido evidente porque el mismo Petro firmó sobre mármol, rodeado de otros ‘centristas’, que respetaría la Constitución. Hoy sabemos que, para Petro, el mármol le vale lo mismo que el asfalto o una servilleta cualquiera, pues han sido repetidos sus intentos por convocar una asamblea constituyente y por arrogarse junto a sus ministros la función de jueces constitucionales.

El Petro que nos muestra el Gaviria escritor es uno que tiene “una predisposición a jamás tolerar lo intolerable”, algo que se mostró falso cuando se trató de una empleada del servicio que fue amedrentada y retenida en un garaje palaciego. Un Petro que es generoso en la retórica presidencial y prometiendo universidades que nunca se construyen, reformas que jamás se tramitan y decretos que tampoco se expiden.

Al final del día, el actual Gobierno es un experimento que ayudó a legitimar la democracia, a consolidar sus procesos y a darle una renovación a las ilusiones democráticas de millones de personas que el mismo petrismo tildaba de “nadies”.

Es comprensible que los colombianos excluidos, aquellos que no han sido realmente cobijados por las instituciones y el mercado nacional, hayan votado por el candidato que representaba la ruptura con el orden establecido. Lo insensato es que todo un sector político comúnmente denominado centro, compuesto por figuras de renombre, de amplias trayectorias públicas y privadas y de intelectuales, haya olvidado —u omitido— la naturaleza ya conocida del hoy presidente y del fanatismo ideológico de sus escuderos y confidentes.

Me preguntaba —y ojo, me sigo preguntando— si la “explosión controlada” a la que se refirió Gaviria incluía un país en donde se le disparara a candidatos presidenciales, en el cual surgieran escándalos que permearan todas las ramas del poder público y se subiera a mafiosos y delincuentes a tarimas para hablar junto al presidente de la República.

Buena parte del país ya notó la credulidad de esa élite intelectual, económica y política, que fue francamente incapaz de controlar a Petro en el marco de un Gobierno “progresista y reformista”, expresión —por cierto— difícil de comprender para toda la población, más allá del marketing político.

Y, realmente, es esta columna un sentido reclamo contra la ingenuidad de tantas figuras cuyo papel histórico —me atrevería a decir que inconsciente y de buena fe— fue legitimar electoralmente a un Petro que huía de su pasado, dándole confianza a un amplio sector poblacional al mostrar los puentes tendidos con una parte sustancial del establecimiento nacional.

Las cosas hay que llamarlas por su nombre, y la explicación psicosocial que en su momento fue aquella “explosión controlada” ya se descontroló.

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