Salud Hernández

Opinión

Carta abierta al señor Gustavo Petro

Su enrevesada personalidad, cargada de odio, resentimiento, adicciones, incoherencia, megalomanía, delirios de grandeza.

Salud Hernández-Mora
1 de febrero de 2025

Puede insultarme al infinito, calumniarme, amenazarme con acciones legales de su Fiscalía de bolsillo, ignorar que también soy ciudadana colombiana. Pero no con nacionalizaciones exprés, modalidad que usted utilizó con el único fin de regalar puestos a sus tres amigos catalanes.

Mientras SEMANA me lo permita –y jamás interfieren en mi trabajo– seguiré viajando por Colombia para hacer crónicas y daré mi opinión sobre su caótica, corrupta y autoritaria manera de gobernar.

Si en cinco lustros no me callaron criminales de distinto pelaje, menos usted, que preside un país democrático.

Obvio que hay enorme desigualdad entre un jefe de Estado que abusa de los resortes del poder y cuenta con el apoyo de millones de ciudadanos, algunos muy agresivos, y una simple periodista. En teoría, tendría las de perder. Pero en Colombia perviven instituciones que no se pliegan a los dictados del gobernante de turno, así como incontables periodistas independientes. Aún no somos Venezuela.

Para su información, me nacionalicé colombiana en 2003 después de cumplir los trámites legales. Llegué al país en febrero de 1998 con contrato laboral y visa de trabajo. Tras residir los cinco años exigidos, presenté la solicitud. Me la concedieron en una época en que eran más los que marchaban al exterior huyendo de la barbarie de sus admiradas guerrillas que los que escogimos quedarnos.

Decidí ser ciudadana de este maravilloso país porque no quería ser extranjera en una nación que sentía como propia. Así que no me inquietan lo más mínimo sus hordas de socialistas radicales, azuzadas por un exterrorista catalán, que le suplican que me expulse. Aunque lograran el imposible de revocarme la nacionalidad, con un arsenal de trampas y adjudicándome cualquier delito inventado, seguiría siendo colombiana de corazón.

Es más, puedo presumir de conocer los 32 departamentos y llevar 25 años dando vueltas por ellos, en especial por la Colombia alejada, la de zona roja, la de paisajes extraordinarios y gentes arrojadas. Lo sigo haciendo, aunque a veces las guerrillas, el consejo comunitario de Francia Márquez y algunos del Cric no me dejen entrar a sus territorios para impedir que destape verdades incómodas.

En cuanto a su última ristra de trinos y discursos, baste decir que reflejan con fidelidad su enrevesada personalidad, cargada de odio, resentimiento, adicciones, incoherencia, megalomanía, delirios de grandeza y una enfermiza costumbre de tergiversar la historia. Rasgos que rigen su calamitosa manera de gobernar.¿Y qué decir de su estéril costumbre de culpar a otros de la parálisis de un Gobierno inepto, anárquico, en el que prima la caprichosa ideología petrista sobre la racionalidad?

Al principio de su mandato criticaba las dobles calzadas porque, alegaba, solo servían para que la oligarquía enviara fuera sus productos para enriquecerse. Ahora, sin embargo, sostiene que no merece la pena invertir en vías de Bogotá o Medellín, puesto que no terminan en un puerto para exportar. Retorcida manera de justificar que declaró enemigas a dos ciudades porque detesta a sus regidores.

Ha llegado a la estulticia de responsabilizar a la “oligarquía blanca” de no construir la carretera Medellín-Quibdó por racismo. Lo proclama como si usted no hubiese tenido cuatro años para corregir una clamorosa injusticia.

También resulta insultante la apología que hizo en Ocaña del terrorismo. Con la guerra del Catatumbo de fondo, estableció una diferencia entre el ELN que inició este último conflicto y el de antes, al que bautizó “guerrilla revolucionaria”. Sigue convencido de que Gabino y demás matones representaban la quintaesencia de la lucha por los pobres. Por eso dijo que las masacres y los desplazamientos “están ensuciando, ensangrentando, enterrando” la historia del ELN. “Su forma de acción no es la de antes”.

Es decir, usted admiraba al ELN que secuestró a un cura y sus 150 feligreses en plena misa para convertirlos en mercancía negociable; el que reclutó miles de niños y asesinó a 84 civiles en un solo atentado; el que arrasaba (y sigue arrasando) la naturaleza con la minería ilegal y las voladuras del tubo; el que siempre vivió de la extorsión, el oro y la coca.

Repite como un mantra lo del país de la vida y del amor, pero se dedica a disparar injurias al que piensa distinto, a espolear la división, destruir puentes, inocular el encono y la ira en la sociedad.

Por un confuso titular, que ya cambiamos, me lanzó una amenaza de sainete. Reafirmo que defiendo que el comandante de las FF. MM. pida la baja si la Constitución no permite incumplir una orden suya que pone en peligro la seguridad de Colombia y supone avalar la dictadura chavista. La sola fotografía del ministro Iván Velásquez abrazado al criminal Padrino, capo del cartel de los Soles, ofende el honor militar.

Las crisis del Catatumbo y de USA constatan que esta columna se ajusta a la realidad.

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