Opinión
Cirugía de alto riesgo
No podemos saber si la reforma al Sistema General de Participaciones, cuya aprobación por el Congreso es inminente, ocurrirá para bien o para mal de Colombia.
La democracia directa adolece de una falla estructural. Puede funcionar relativamente bien cuando se trata de que los ciudadanos decidan entre este y aquel candidato, u otras cuestiones que se resuelven votando ‘sí' o ‘no’. Por este motivo, entre otros, fracasó el plebiscito por la paz adelantado durante la administración Santos: contenía numerosas variables, a cuál más difícil de entender, lo cual determinó que la gente votara con base en las emociones suscitadas por la propaganda engañosa de cada uno de los bandos.
Cuando Petro, o cualquiera otro político de su talante, prevalido del monopolio del micrófono, señala al finalizar una manifestación que “el pueblo” ha hablado, dice una falacia: él, y nadie más, fue quien habló; otros “pueblos”, incluso ese mismo día y hora, pudieron haber escuchado, con igual pasión, el discurso contrario. En el fondo, todo es cuestión de logística, vale decir, de transporte y, por supuesto, de “refrigerios”.
Pronuncio esta perorata sólo para recordar que el escenario normal de la política son los órganos de representación popular. Y para hacer referencia, como lo hice la semana pasada, al proyecto de reforma constitucional que versa sobre la transferencia de recursos fiscales a las entidades territoriales, y sobre la consecuencial —y simétrica— asunción por ellas de nuevas competencias de gasto. Este es el quid de la cuestión.
Porque si así no ocurre, como casi de manera unánime instituciones y personas calificadas lo han señalado, se puede presentar una crisis financiera gravísima en las finanzas del Gobierno, que tendría nefastas consecuencias para todo el país: encarecimiento de la deuda nacional, depreciación del tipo de cambio, inflación. Torpe sería que el ciudadano del común alzara los hombros para indicar “a mí qué”. Las contingencias macroeconómicas a todos los estratos de la sociedad afectan, para bien o para mal.
Tendencias
El problema en el que estamos no es filosófico. El consenso nacional es claro en pro de grados mayores de autonomía en las regiones, y de mayores recursos para atenuar las divergencias entre las distintas zonas del país. Es de ingeniería financiera, ámbito en el que deberían ser posibles los acuerdos al margen de las diferencias políticas existentes. La iniciativa en curso, además, no es de origen gubernamental y cuenta con el respaldo generalizado de las distintas bancadas.
Al ministro del Interior, a quien le han caído rayos y centellas por el liderazgo que le ha tocado asumir solo (el marginamiento de su colega de Hacienda es incomprensible) ha realizado un esfuerzo notable para lograr que el texto establezca las talanqueras indispensables para evitar riesgos que —reitero— son de índole catastrófica.
Es así como en la versión para octavo debate se invoca la necesidad de respetar —como no podría ser de otro modo— el principio constitucional que ordena a los diferentes órganos del poder público: velar por la “sostenibilidad fiscal del Estado”. Como corolario indispensable se invoca la plena aplicación de las instituciones de jerarquía legal que lo garantizan: el marco fiscal de mediano plazo, la regla fiscal y el aval fiscal del Ministerio de Hacienda a los proyectos de ley que concreten la nueva arquitectura del Estado.
No obstante, persiste un problema. Está dicho que el nuevo régimen de cesión de recursos se realizará “de manera gradual, simultánea y equivalente”, justamente para procurar la estabilidad fiscal del Estado. Sin embargo, lo cual resulta contradictorio, en otro lado se dice que, una vez que el nuevo régimen entre a regir, las transferencias obligatorias crecerán, a rajatabla, por doceavas partes durante el periodo de transición. He aquí un riesgo potencial enorme: que las responsabilidades de gasto se transfieran con mayor lentitud que los recursos. Este problema tiene que corregirse. El impacto sobre el erario nacional podría ser demoledor.
Por eso resulta tan preocupante que la Federación de Departamentos se mueva en la dirección contraria. Sostiene que “Se debe proteger la autonomía y garantizar que no sean utilizadas a futuro la sostenibilidad fiscal, el marco fiscal, el PGN y el aval de MHCP, para justificar retrasos o limitaciones en las transferencias”. Como quien dice, “Muera Sansón con todos sus filisteos”. Mayor miopía y desdén por el interés nacional, imposible. En realidad, en esta posición extremista se vislumbra el antagonismo de la periferia hacia el centro. Debe obedecer a la caída del ingreso repartible y a la mortificación causada por la arrogancia del presidente frente a las regiones. Por ejemplo, es hondo y justificado el resentimiento de Antioquia.
No menos alarmante es que el sistema carezca de mecanismos de escape ante contingencias extraordinarias, una nueva pandemia, por ejemplo. O para evitar, como está sucediendo, que las mafias se tomen los recursos de municipios pequeños.
Advierta el Congreso los dañinos efectos que la política menuda —politiquería— suele tener. Lo digo porque están previstos privilegios para Buenaventura, Tumaco, Barrancabermeja y —sorpréndanse ustedes— para mi ciudad natal: Medellín, que es próspera. (¿Por qué no Quibdó, Inírida y el Vaupés?). De seguro, alguien metió la mano, o condicionó su voto favorable. Una regulación abstracta es lo que convendría adoptar para favorecer a las entidades territoriales cuyos índices de necesidades básicas insatisfechas sean mayores. Otra regla absurda consiste en favorecer, al definir las reglas de reparto, a los municipios de menor población. Debe ser un error.
Ya para irme les hago una confesión: veo tan delicada la situación de nuestro país, por estos y otros motivos, que me dan ganas de rezar. A mí, que no soy religioso…
Briznas poéticas. Hoy, que ando medio nostálgico, les propongo, en especial, a los jóvenes de mi edad (los que quedan), leer de nuevo a León de Greiff: “Pues si el amor huyó, pues si el amor se fue…/ dejemos al amor y vamos con la pena, / y abracemos la vida con ansiedad serena, y lloremos un poco por lo que tanto fue… …/ por el amor sencillo, por la amada tan buena, / por la amada tan buena, de manos de azucena…/ ¡Corazón mentiroso!, si siempre la amaré!”