Wilson Ruiz Exministro justicia

OPINIÓN

Colombia solo tiene una bandera

Estas acciones no son meros gestos simbólicos, son una demostración de control territorial y un mensaje directo de desafío al Estado.

20 de febrero de 2025

Las banderas han sido, a lo largo de la historia, símbolos de identidad y poder. De los registros históricos se conoce que, en el Imperio Persa, un herrador se rebeló contra el tirano que gobernaba; habiéndolo derrotado, el herrador traspasó su delantal de cuero con una lanza de madera, convirtiéndolo en un estandarte.

Desde entonces, la bandera ha representado conquistas y dominios. En esta historia, es símbolo de derrota al tirano y de la consolidación de un imperio.

Hoy, su significado trasciende fronteras, identifica naciones, embarcaciones e incluso, tristemente, grupos armados ilegales.

La semana pasada, el país fue testigo de una preocupante exhibición de poder por parte del ELN. El 14 de febrero, en plena autopista Norte de Bogotá, apareció una bandera de este grupo terrorista en la calle 220, desatando la alarma de las autoridades y obligando a un operativo de seguridad ante la posible presencia de explosivos.

Lo mismo ocurrió en otros municipios del país, como en Copacabana, Antioquia; donde una bandera del ELN fue izada cerca de la vía principal. Estas acciones no son meros gestos simbólicos, son una demostración de control territorial y un mensaje directo de desafío al Estado.

Sin duda, la estrategia terrorista y subversiva del ELN tiene como fin inicial atormentar a los colombianos e impedir el goce pacífico y tranquilo de sus derechos. Así mismo, buscan ratificar que son la fuerza criminal más fuerte de Colombia, capaz de izar sus banderas en todo el territorio, inclusive en la capital de la República.

Y esto no ocurre por casualidad, sino como resultado de las concesiones y el trato permisivo de un gobierno que, en nombre de la llamada paz total, ha entregado al ELN legitimidad política y margen de acción.

Esta paz total se ha convertido en el instrumento jurídico a través del cual Petro empeñó nuestra libertad y tranquilidad a costa de la influencia electoral que estos grupos tienen en sus territorios.

Pero estas demostraciones simbólicas no han venido solas, por el contrario, el ELN ha intensificado sus acciones armadas.

En el Chocó, la guerrilla anunció un paro armado de 72 horas entre el 18 y el 21 de febrero, lo que ha desencadenado una grave crisis humanitaria: 3.500 personas desplazadas y 2.000 familias confinadas. Municipios como Istmina, Medio San Juan, Litoral del San Juan, Sipí y Nóvita viven bajo el terror, mientras el gobierno mira hacia otro lado.

Esta situación se agrava ante la indiferente postura del presidente Gustavo Petro, quien parece enfocar toda su atención en asuntos internacionales, como la situación en Gaza, mientras la crisis de seguridad interna se intensifica.

La percepción de una desconexión entre las prioridades gubernamentales y las necesidades urgentes de seguridad y justicia en el país, ha generado críticas y descontento entre diversos sectores de la sociedad. No es casualidad que en este contexto de violencia también hayamos visto la renuncia del ministro de Defensa, Iván Velásquez.

El problema no es solo la violencia, sino la permisividad y el actuar cuestionable de este gobierno. Los episodios de las banderas del ELN son solo una muestra más de un largo historial de crisis y escándalos del gobierno, donde cada nuevo capítulo supera en gravedad al anterior.

Ya no es un secreto que los tentáculos del denominado zar del contrabando se extendieron hasta la Casa de Nariño, al punto de que el propio Petro reconoció haber viajado en el avión de este delincuente “sin saberlo”.

También salieron a la luz disputas y presiones para asegurar el control de cargos estratégicos en los puertos del país, bajo la dirección de aduanas de la Dian. Además, trascendió un listado de recomendados para puestos en la entidad, cuando aún estaba bajo el mando del hoy ministro Reyes.

Y ni qué decir del llamado a la movilización vandálica, promovido por Gustavo Bolívar y respaldado por el mismo Petro, en contra de la Corte Constitucional por negarse a validar la manifiesta inconstitucionalidad de la nefasta reforma pensional.

La confianza en el gobierno se desmorona por fortuna, y no por ataques externos, sino por sus propias decisiones, torpezas e incapacidad de administrar adecuadamente. Desde la oposición que desempeñó la izquierda por muchos años, la tarea parecía sencilla.

Pero lo cierto es que gobernar es un arte que exige capacidad y liderazgo, y es algo que este gobierno nunca ha desempeñado a la altura.

A pesar del panorama oscuro, aún hay esperanza: llegará el día en que podamos izar con orgullo nuestra bandera tricolor, sin miedo y sin sometimiento a los terroristas. Lo haremos, como aquel herrador del Imperio Persa, en señal de libertad y victoria democrática frente al tirano.

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