
OPINIÓN
Constituyente y plan pistola
Repetimos desde esta limitada columna, con la ilusión de superar la triste finalidad de una mera constancia histórica, un llamado a superar la ligereza para nuestros líderes.
La agenda venezolana, la que impuso a Chávez en la dictadura más desastrosa y destructora de la historia de Latino América, mediante una mañosa constituyente, y la que mantuvo a Maduro en 2024 y antes, a punta de ejecuciones sumarias con pistola en las calles por parte de los colectivos, está en marcha.
Y está en marcha en un modo acelerado donde se mezclan las herramientas de ruptura institucional con las herramientas de terror.
La pretensión de convocatoria de una constituyente ilegítima, el terror selectivo aplicado a uno de los más destacados líderes de la oposición, la expansión del terror guerrillero, la derrota autoinducida de una fuerza pública dividida, mermada y amarrada y el despliegue de una enorme máquina de propaganda basada en la mentira, la manipulación y la incitación al odio y el conflicto social, se suman ahora a la vinculación de la mafia a la agenda de conquista del poder del Pacto Histórico.
El objetivo es claro: perturbar el ejercicio electoral, intimidar la disidencia y en la medida en que no se dispone del control sobre la fuerza pública, reemplazar a la misma, como factor de fuerza, con el crimen organizado.
Lo más leído
No se busca la masacre masiva. No fue eso lo que mantuvo en el poder a Maduro. En sociedades como la nuestra, que han perdido la capacidad de sacrificio personal por la causa de la democracia y la defensa de las libertades, no se necesita un esfuerzo violento masivo para acorralar a la mayoría. Basta, como lo calculan con milimetría siniestra los articuladores terroristas del M19 que manejan las agencias claves del gobierno y sus perversos y ocultos asesores venezolanos y cubanos, con ejercer la violencia mortal de manera selectiva y oportuna para doblegar la voluntad de la ciudadanía y alinear a los centros de poder económico, político, jurídico y mediático de la sociedad.
Es una sociedad acéfala, sepultada en la hoguera de las vanidades personales de sus líderes y en sus componendas que garantizan las impunidades sobre las indelicadezas del pasado, que no se reúne sino de manera simbólica como el 15 de junio y que ha perdido el compromiso con su entorno democrático, en medio del acomodo y el escepticismo facilista.
La sujeción moral a la legalidad, la incredulidad, la debilidad de la justicia y la falta de carácter o el exceso de compromisos oscuros de la fuerza pública y de policía, se suman, como catalizadores de la inoperancia, la torpeza y la timidez que define las respuestas al tirano en ciernes.
Los ejemplos cunden, como en la inoperancia sostenida de la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes o el compromiso inexplicable y casi que póstumo de la totalidad de los magistrados de la Corte Constitucional con violar la Constitución al habilitar como subsanable la falta de discusión en tiempo de la reforma pensional, en lo que se supone es una intentona de transacción politiquera y de interés para comprarse minutos ante el autócrata. Un compromiso de “juristas” que, bajo el ropaje de moderados, traicionan el estado de derecho para comprarle al tigre dictatorial la gabela de ser los notarios del tránsito a la dictadura.
La enfermedad es conocida, y solo vemos renovados o ampliados sus síntomas. No asoma ninguna señal terapéutica. Por el contrario, los líderes históricos del país se consumen en sus angustias personales, sus agendas politiqueras y sus odios inveterados.
Los liderazgos emergentes o recurrentes ven en el caos ventanas de promoción personal, abiertas apunta de su propia auto exaltación, su oportunismo mediático y sus generosos e interesados patrocinios corporativos.
No hay consenso formativo, ni el desinterés para lograrlo. Queda la remisión a la lenta decantación de la voluntad popular influida por encuestas manipuladas, coberturas de prensa acomodadas o contratadas, mensajes de cajón que no buscan liderar sino alinear las agendas de quienes controlan o complacen a los aspirantes.
Y enfrente de este circo democrático se alza la sombra de la mentira desvergonzada, la potencia presupuestal mal usada, la ausencia de derrotero moral, la manipulación jurídica y el ahora confirmado reclutamiento de las oficinas de cobro y extorsión más peligrosas del país, brazo armado de la dictadura por venir, pagado con la licencia para matar y extorsionar a millones de ciudadanos.
Repetimos desde esta limitada columna, con la ilusión de superar la triste finalidad de una mera constancia histórica, un llamado a superar la ligereza para nuestros líderes. A nuestros empresarios les tocamos la diana del sentido común, la campana del incendio y les mostramos el “cepillo de la limosna” para que dispongan los recursos, no para comprar, como suelen, los favores posibles de presuntos ganadores, sino para prevenir su propia desgracia y destrucción patrimonial a manos de la dictadura que galopa alimentada por su propia mezquindad. A la clase media, esa que marcha aguerrida y pacífica, la que tiene tanto por perder, la invitamos a la insurrección contra la componenda política y judicial. Una insurrección que debe expresarse en los trinos, cadenas de WhatsApp, en miles de llamadas de indignación a los programas radiales, en correos de denuncia a los congresistas, cortes, poderes públicos y órganos de control y a las autoridades multilaterales. Son las herramientas que nos quedan a los pequeños pensantes, productores y motores de la sociedad para presionar a nuestros líderes para que protejan nuestro futuro libre y democrático. ¡Cada ciudadano un influencer contra la dictadura!