Opinión
Cuando Rodrigo Pardo fue Armando Benedetti
Es un enigma que Pardo como ministro de Relaciones Exteriores de Ernesto Samper haya ordenado la expulsión caprichosa y arbitraria de un extranjero radicado en Colombia, un atropello que, en cambio, no sería raro en Armando Benedetti.
Palabras de alabanza circulan en estos días sobre Rodrigo Pardo: serio, responsable y ecuánime; honesto, lúcido y siempre amable; un demócrata y defensor de la paz; hecho de una buena pasta humana; gran persona, voz serena, profunda, analítica; el mejor ejemplo de la decencia y la reflexión en todos los campos; analista descomunal. Palabras de reproche sobre el canciller Rodrigo Pardo reposan en el libro publicado en 2003 por Gerardo Reyes sobre don Julio Mario Santo Domingo. Es entendible que a raíz de la muerte de Pardo sus amigos y admiradores como Fidel Cano, Cecilia Orozco, Carlos Fernando Galán, Gustavo Gómez, Rafael Pardo, Iván Cepeda, María Elvira Samper, Patricia Lara, Andrés Mompotes, Alejandro Santos, Luis Gilberto Murillo, Francia Márquez, Humberto de la Calle, Yolanda Ruiz y Vladdo, entre otros, se ocupen de las relevantes virtudes del periodista Pardo. A nadie le gusta que hablen mal de sus amigos. Es un hecho que Pardo fue serio, reflexivo, sereno, ponderado, analítico. Es un hecho que fue la antítesis de Armando Benedetti. Por eso es un enigma que Pardo como ministro de Relaciones Exteriores de Ernesto Samper haya ordenado la expulsión caprichosa y arbitraria de un extranjero radicado en Colombia, un atropello que, en cambio, no sería raro en Armando Benedetti.
Una resolución ordenó la expulsión de Danilo Conta Marinelli, ciudadano italiano llegado a Colombia en 1979. Conta presentó un recurso ante la Cancillería. La jefa de la división de visas se reunió con el ministro Pardo y le aconsejó derogar la expulsión, pues según el DAS el italiano no tenía antecedentes. Pardo ordenó confirmar la expulsión. Según la jefa de visas se desarrolló este diálogo entre ella y Pardo: “Pero, ministro, yo soy una funcionaria de carrera, yo no me puedo exponer en este momento y a esta edad a tener una sanción; Yo la respaldo y el Ministerio la respalda; Ministro, usted se va y yo me quedo; El Ministerio la va a respaldar en todo; ¿Aun poniéndome abogado? Porque yo no tengo dinero para pagarlo; Para eso está la jurídica del Ministerio”.
La jefa de visas salió a vacaciones. Cuando regresó, encontró un papel escrito a mano por Pardo en que le ordenaba cancelar la visa. Rodrigo Pardo revocó la visa en marzo de 1996. Escribió Gerardo Reyes: “En un país por el que han pasado libremente mercenarios israelíes, guerrilleros del IRA y poderosos narcotraficantes brasileños, es por lo menos sospechoso que el Gobierno despliegue semejantes esfuerzos para expulsar a sombrerazos a un comerciante italiano que no tiene un solo antecedente policial probado”. Conta se refugió en la Embajada italiana, no se dejó expulsar e inició una campaña de protesta, logrando incluso que el congresista Gustavo Petro se apersonara de su caso en un debate en el Congreso.
Conta consiguió el expediente completo de su deportación. Allí aparecía el documento que dio origen a la actuación, la carta de una tramitadora ante la Cancillería que alegaba que Conta había amenazado a su mamá y había estafado a su familia. Conta buscó a la tramitadora y le preguntó si lo conocía a él. Ella contestó que no. Le mostró la carta que ella escribió. La tramitadora no sabía que él la tenía. Ella prorrumpió en llanto y confesó que el abogado Alberto Preciado Arbeláez le había ofrecido 3 millones de pesos por escribir la carta falsa. La tramitadora le dijo a Conta: “El doctor Alberto Preciado un día me llamó a su oficina y me dijo que él tenía una persona muy peligrosa que tenía sida, que era homosexual y que era narcotraficante, y que él estaba interesado en botarla del país, porque este es el país más bello del mundo y que estos hampones hay que sacarlos”.
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Preciado era, de años atrás, abogado del socio que Conta tuvo en el bar Enos, que funcionó en la calle 82. Conta le vendió su parte al socio, que le incumplió y fue demandado por Conta. Para su defensa, el socio contrató a Preciado. Este pidió a la Superintendencia de Sociedades la disolución de la sociedad y afirmó que se desconocía el paradero de Conta. Un funcionario de la Superintendencia leyó el memorial, abrió el directorio telefónico, encontró el número de Conta, lo llamó y descubrió que no estaba desaparecido. La Superintendencia denunció penalmente a Preciado por fraude procesal. Fue condenado a 13 meses de prisión y a la prohibición de ejercer la abogacía por el mismo tiempo. Un parlamentario dejó en la Cámara de Diputados en Roma una constancia sobre la injusticia cometida contra Conta: “Pardo e’ amico di Preciado e suo compagno di scuola”.