Carlos Iván Pérez

Opinión

¿Cuánto dura el amor?

El presidente se siente cada vez más solo, sabe que está fallando y, acorralado por su prepotencia, atiende más su Twitter que a las necesidades urgentes de Colombia, como la seguridad.

16 de junio de 2023

“Cada día trae su afán” parece ser el mantra de la administración de turno que, más que gobernando, está sobreviviendo. El panorama nacional es preocupante, no solo por los múltiples escándalos de corrupción y abuso de poder, sino porque el Gobierno se desarmó o, tal vez, se destapó. El llamado a la unión que sostuvo Petro durante sus primeros meses se desvaneció a la par que su paciencia. Poco a poco fue depurando elementos de su estructura operacional alegando justa causa, pensando que eran reemplazables, sin percatarse de que el exceso de amputaciones lo dejo cojo; su gobierno ya no anda, no ejecuta, no gestiona.

Es imposible conocer si la intención del entonces candidato a la Presidencia Gustavo Petro era lograr un gabinete de izquierda radical por medio de la excusa de iniciar con un equipo de centro que de manera “accidental” se desintegró. Alejandro Gaviria, José Antonio Ocampo o Cecilia López no solo eran buenos nombres en sus respectivos ministerios por la capacidad técnica que ostentan, eran cruciales porque se veía en ellos algo de independencia, dicha condición era reconocida por la mayoría de Colombia y generaba un clima mínimo de confianza que hoy no existe. Ahora bien, lo complicado es que el presidente se ha atrincherado en un comité de aplausos compuesto por sus fanáticos y socios inquebrantables, en el gabinete ministerial no existe una sola persona capaz de disentir con él.

Además, en una conducta caprichosa también erradicó la mayoría de los engranajes burocráticos que le permitían tener mayorías en el Congreso y que le habían valido para aprobar las reformas de su primera etapa. El Partido de la U, el Conservador y el Liberal se salieron de la ecuación no solo por haber perdido su incidencia en el Ejecutivo, también lo hicieron por la actitud temeraria del mandatario y del ala radical de la izquierda.

Decía la representante a la Cámara Carrascal que eso del reparto de cuotas “es pura ciencia política”, y sí, la cuestión es que la fórmula ya no les da para negociar en bloque con los partidos como un gobierno pluralista. En ese sentido, el trabajo que antes hacían al por mayor ahora entró al menudeo, tornándose más complicado, viéndose moralmente más sucio y deslindándose cada vez más de lo que sería un consenso democrático honesto.

Las tres reformas que el Gobierno quiere aprobar en el Congreso a como dé lugar antes de que se acabe esta legislatura vienen ideologizadas, con ganas de estatizar, y con un aroma autoritario por su afán. Los legisladores se enfrentan a una elección binaria: “Estás conmigo o en mi contra”. Muestra de eso son los sistemáticos ataques de las bodegas petristas para influir en su voto.

La primera reforma, concerniente a la salud, parece ser un viaje al pasado reviviendo la seguridad social, establece que los recursos destinados a este rubro se incluyan en una bolsa única susceptible de corrupción política. La reforma laboral es una paradoja que, en vez de crear trabajo, lo destruye por no adaptarse a la realidad del mercado. Si se aprueba es seguro que la informalidad va a aumentar y este factor incide en que la tercera reforma, la pensional, que es la “menos peor”, sea un fracaso por falta de cotizantes. Estas dos últimas, laboral y pensional, deben ir de la mano, pero se ve poca armonía en su aritmética jurídica.

El aparato productivo y la competitividad de Colombia están en riesgo si se aprueban. Según los conceptos de la Andi y Fedesarrollo, son insostenibles financieramente. Por convicción o conveniencia, los legisladores decidirán la estabilidad de la nación. Ojalá sea en el siguiente periodo legislativo en un acto de prudencia.

En todo caso, Petro no aprendió de sus errores durante la alcaldía; sus mandatos obedecen a sus pensamientos, no a la voluntad de los ciudadanos. Olvidó escuchar, no cede en los acuerdos, tampoco acepta sus errores y su equipo perdió la credibilidad. Su comportamiento antidemocrático nos sume en una crisis institucional y en una gobernabilidad ineficiente. Es calcado.

El presidente se siente cada vez más solo, sabe que está fallando y, acorralado por su prepotencia, atiende más su Twitter que a las necesidades urgentes de Colombia como la seguridad. Eso explica la búsqueda de un enemigo en común como excusa, en este caso, atentando contra los medios de comunicación.

Con tal de evadir responsabilidades y discrepancias, su hermano, su hijo, su jefe de gabinete, su pilar de campaña y exembajador en Venezuela, más de la mitad de sus ministros iniciales y tres partidos políticos que creyeron en su proyecto han sido desconocidos o descalificados con frialdad por el regente y sus séquitos. Mal paga el diablo a quien bien le sirve. Cada día que pasa confirma que, para él, del amor al odio solo hay un paso: no ser útil.

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