OPINIÓN
De la supremacía moral a los falsos positivos
“La superioridad moral con la que el expresidente siempre se expuso al escrutinio de los colombianos, quedó literalmente deshonrada”.
Una grieta con interrogantes emerge en las huestes uribistas que inquietan tras el informe de la JEP (Jurisdicción Especial para la Paz) sobre los mal llamados falsos positivos: ¿qué tanto se afecta el proyecto político de Álvaro Uribe de cara a las elecciones de 2022? ¿Será la estocada final a un proyecto político, el Centro Democrático, que acaudilla el expresidente?
Sin duda, fue un mazazo inesperado que dejó enajenado al expresidente. Tras el impacto que le provocó el auto de la JEP reaccionó para calificar de “sesgado” el informe y contraargumentó (que su único objetivo es) “descreditar a mi persona”. Sintió la estocada 6.402 veces. No se trata de un golpe bajo como pretende Uribe mostrarlo a la opinión; al contrario, en las 38 páginas se hace una minuciosa descripción de una investigación rigurosa y sustentada que no da lugar a dudas.
Uribe fue víctima de su propio invento. Su obsesiva sed de venganza contra las Farc lo sacó del contexto de un buen gobernante para, sin medir las consecuencias, traspasar sin miramiento alguno el respeto de los derechos humanos; entonces echó mano de la medida más atroz que a ningún dictador se le hubiera ocurrido: las ejecuciones extrajudiciales. Lo importante eran los resultados en número de muertos. Esa era la golosina de una estrategia para mostrar secuelas frente a una lucha sin cuartel contra las guerrillas para que la opinión pública, en complicidad con los medios de comunicación, la comprara cándidamente: logró movilizar a millones de colombianos a favor de su Seguridad Democrática. Eso le permitió, ladinamente, cambiar la Constitución Política para hacerse reelegir.
Quiso el gobierno de la Seguridad Democrática hacer de sus hábiles tácticas algo invisible, pero nada queda oculto y los muertos flotan así los entierren quinientos metros bajo tierra. Una directiva del Ministerio de Defensa, que Uribe conocía (ningún presidente habló tanto con los militares como yo), emergió de la opacidad oficial y reveló que establecía premios, permisos y beneficios si los militares presentaban buenos resultados a sus superiores en el combate. Su estrategia fue tan elocuente que instituyó el mote de “héroes de la patria”, para poner en la cresta de la ola al Ejército, los ejecutores de su cruel maniobra.
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De esa estrategia que lo puso en la gloria, hizo su propaganda política que lo ungió como el mesías, el hombre en quien confiar, la figura adecuada, el político ideal más allá de los razonables argumentos. Pero de ese Uribe no queda nada, todo se desvaneció 6.402 veces. Él lo sabe y por eso se defiende como gato patas arriba.
La superioridad moral con la que el expresidente siempre se expuso al escrutinio de los colombianos, quedó literalmente deshonrada y su proyecto político debilitado ante la opinión nacional. Con qué argumentos el candidato que diga Uribe va a la plaza pública a defender una propuesta sobre la cual pesa el señalamiento que durante seis de los diez años de su gobierno (2002-2010) 6.402 ciudadanos inocentes, muchos de ellos con incapacidad mental y humildes muchachos de barriada, fueron llevados al paredón frente a un pelotón de fusilamiento de agentes del Estado, en este caso el Ejército.
Uribe, como Hitler con los alemanes, se propuso dominar el pensamiento y el sentimiento de la mayoría de los colombianos, pero fracasó. Hoy cualquier éxito de su gobierno en otros asuntos quedó opacado 6.402 veces. Ya no es un estigma, es una realidad de la que tendrá que dar explicaciones en cualquier foro donde se exponga. Su discurso no podrá ser el mismo, porque no es creíble.
Con la decisión de la JEP Uribe comprendió que es terrenal, por tanto es un hombre de carne y hueso que tendrá que responder ante la justicia; ahora, si insiste en la política se encontrará con un sendero contaminado y atiborrado de espinas; sobre su conciencia pesará por el resto de su vida la punzante cifra de 6.402 almas inocentes asesinadas durante su nefasto gobierno de ocho años; gobierno para no recordar, pero, sin duda, para no olvidar.