Opinión
Despiporre ministerial
Petro, de haber querido ser un buen presidente, habría pasado a la historia porque lo tenía todo para hacer las transformaciones que, desde las herramientas de la ideología de izquierda, necesitaba el país.
En sus dos primeros años de gobierno, Petro ha tenido 37 ministros y 54 viceministros. Esta inestabilidad en los cargos de dirección de la rama ejecutiva puede explicar el por qué Colombia, en palabras del propio presidente, está completamente “despiporrada”.
La nueva crisis ministerial llegó de la mano con el nuevo escándalo de corrupción y presunto tráfico de influencias del emprendedor hermano de Laura Sarabia, la mano derecha del mandatario. Ante estasituación, y para enfrentar la apabullante derrota de una legislatura en la que a trompicones el gobierno, en términos reales, no logró nada de nada, qué mejor que distraer la atención con “renovados” funcionarios.
Este torbellino de cambios ministeriales, sometido a los ires y venires de las iras, frustraciones, ego y exceso de café del primer mandatario, trae consigo una pregunta: ¿qué organización, pública o privada, aguanta tanta inestabilidad y tantos cambios de dirección y de rumbo? Creo que ninguna.
Un criterio relevante de la gerencia es la definición de un horizonte de largo plazo que convoque esfuerzos y que se administre con criterios de eficacia y eficiencia. Petro, que detesta la técnica y además no tiene la menor idea de gestión de equipos efectivos, decidió que en el gobierno de la “potencia mundial” no se necesitan los técnicos experimentados o con amplias calificaciones académicas, sino activistas recalcitrantes que no saben de matemáticas (el caso más reciente es el del director de Planeación Nacional, Alexánder López) ni de administración pública, o incluso de sus sectores, pero que sí son muy efectivos en la construcción de shows mediáticos y en el desperdicio de los recursos públicos en eventos en la “Colombia profunda” que solo son útiles para sus perfiles de Instagram.
Petro ha despedido a todos los ministros que, en algún momento, fueron considerados eminencias “progre” en sus sectores, conocían el aparato estatal y respetaban las instituciones. A Petro no le gusta el disenso, ni la discusión, ni el debate. Por eso, ha preferido rodearse de un equipo que, sin conocimiento y sin escrúpulos, aplaude y ejecuta decisiones que, saben, son inconvenientes para el país, pero que atienden el desbordado ego del mandatario intergaláctico.
Y es que no solo los despide a las patadas, sino que luego se dedica a responsabilizarlos de sus fracasos, a graduarlos de corruptos, como hizo con Alejandro Gaviria del Ministerio de Educación, o de “neoliberales”, como sucedió con Jorge Iván González, exdirector de Planeación Nacional y uno de los amigos más cercanos del mandatario antes de la debacle.
A Petro solo le sirven los funcionarios que no preguntan, no cuestionan y tampoco ejecutan. Así como Francia Márquez, quien lleva dos años poniendo en marcha un ministerio que, a la fecha, no ha logrado ejecutar siquiera el uno por ciento de su presupuesto. Esta cambiadera de ministros es un símbolo de inestabilidad, desgobierno y, sobre todo, una seria limitación para el cumplimiento de las tareas de las entidades del Estado que quedan en espera mientras los nuevos ministros se acomodan, aprenden y nominan a sus equipos. Como si no hubiera afán.
Estos dos primeros tortuosos años de “cambio” son un claro ejemplo de lo que le depara al país en los otros dos largos años que aún le quedan a Petro en la Casa de Nariño. Si es que se va. Porque lo que más le preocupa a Petro no es gobernar, sino tener que soltar el poder. No es un demócrata, nunca lo ha sido, es un mal gobernante, del corte de Hugo Chávez, Nicolás Maduro y Cristina Fernández de Kirchner.
Su real obsesión ha sido cambiar la Constitución de 1991 para reelegirse. Por eso el perfil de los nuevos ministros es, ante todo, político. O politiquero, como en el caso de Juan Fernando Cristo, fiel santista-samperista y que hizo méritos en la aprobación de la nefasta reforma pensional, logrando que Asofondos se arrodillara al “cambio” por billonarias comisiones.
Cristo tendrá la tarea de supuestamente convocar a una Asamblea Nacional Constituyente bajo la premisa de un “acuerdo nacional”. Tal vez, pretenderán aplicar los mecanismos con los cuales lograron el fast track para aprobar los acuerdos de La Habana entre las Farc y el gobierno de Santos.
Pero el país está alertado y ya no se come el cuento ni se traga entero que los acuerdos de paz traen paz. ¿Cuál paz si, solo en este año ya van 37 masacres y 89 líderes sociales asesinados? ¿Acaso las Farc, hoy Comunes, entregaron las rutas del narcotráfico, repararon a sus víctimas y no volvieron a cometer los delitos por los que se hizo el acuerdo de paz? ¿O es que ahora pretenden hacerles creer a los colombianos que Iván Márquez es un angelito arrepentido por cincuentava vez en su vida? ¿Cuántos acuerdos más va a firmar Iván Márquez?
Entre el despelote de Petro y la distracción permanente con su agenda privada nacional e internacional, el país se derrumba. La máquina de destrucción ha sido puesta a toda marcha y ha logrado, por ejemplo, que el sistema de salud esté desbordado, el precio del dólar por las nubes, el desempleo siga subiendo, la inflación no ceda y la economía siga decreciendo.
Petro, de haber querido ser un buen presidente, habría pasado a la historia porque lo tenía todo para hacer las transformaciones que, desde las herramientas de la ideología de izquierda, necesitaba el país. Su fanatismo y radicalismo lo llevaron a demostrar, en tan solo dos años, que a pesar de haber buscado la presidencia de la República por treinta años, en realidad nunca estuvo preparado para asumir el cargo de elección democrática más importante de su vida.
Quizás para lo que se había preparado era para ser un dictador. Así como Hugo Chávez.