JORGE HUMBERTO BOTERO

Opinión

Detrás del trono

A veces quien gobierna… gobierna menos de lo que parece.

Jorge Humberto Botero
18 de febrero de 2025

El caso Benedetti es muy interesante. Versa sobre un personaje que ha sido repudiado por la oposición y por los más fieles colaboradores del presidente. Aun más: el propio Petro lo considera culpable de las faltas que se le imputan. Por eso pide que se le conceda “una segunda oportunidad”, pues lo considera “loco”; perdón que no necesitan quienes actúan con corrección y cordura, de inmediato él mismo se lo concede.

Es evidente que nuestro presidente ha restituido al altar de sus más hondas querencias a quien tanto amó en épocas electorales. ¿Por los mismos motivos que —a su vez— es amado por Gustavo Bolívar? Dudo. Me parece que el de Bolívar es el amor por el líder que encarna una ideología considerada perfecta. Hagan de cuenta el amor de los apóstoles por Jesús de Nazaret y el de Engels por Marx. O el de Chávez por Fidel: “Fidel es para mí un padre, un compañero, un maestro de la estrategia perfecta”, dijo en 2005.

A lo largo de la historia, son muchas las figuras que, a pesar de no ser los gobernantes oficiales, han ejercido una influencia significativa detrás del trono. Estos individuos, a menudo situados en las sombras del poder, o en el desempeño de cargos, al parecer anodinos, han moldeado políticas, decisiones y eventos históricos. Recordemos varios casos paradigmáticos.

Grigori Rasputín, conocido como el monje loco, es una de las figuras más enigmáticas y controvertidas de la Rusia imperial. Su influencia sobre la familia Romanov, en particular sobre la zarina Alexandra Fiódorovna, es un ejemplo clásico de poder detrás del trono. Rasputín, un místico y sanador, se ganó la confianza de la zarina, al parecer, por haber curado a su hijo de la hemofilia. Esta relación le permitió acceder a los más altos círculos de poder en Rusia.

A medida que la salud del zar Nicolás II se deterioraba y la situación política en Rusia se volvía cada vez más tensa, Rasputín comenzó a ejercer una influencia significativa en las decisiones del gobierno. Se le atribuye la destitución de ministros y la colocación de sus seguidores en puestos clave del gobierno. Fue asesinado en 1916.

Otro ejemplo de poder detrás del trono es el cardenal Richelieu, el primer ministro del rey Luis XIII de Francia. Richelieu, un clérigo astuto y político hábil, se convirtió en el arquitecto del Estado moderno francés. Pasando por encima del rey, fue Richelieu quien realmente gobernó, tomando decisiones estratégicas y políticas cruciales que dieron forma al futuro de Francia. Su legado perdura como un ejemplo de cómo un individuo puede, desde una posición de consejero, moldear el destino de una nación.

A su muerte fue sustituido por el cardenal Julio Mazarino, quien, de facto, gozó de una amplia parcela de poder durante su reinado, que se prolongó bajo el del sucesor Luis XIV. Una demostración de la magnitud de su poder es que obtuvo esa dignidad eclesiástica en 1641, sin jamás haber sido ordenado sacerdote. Para él, las reglas no existían, ni su conducta estuvo sometida a escrutinio alguno; nunca necesitó una “segunda oportunidad”. El papa Urbano VIII se nos murió sin explicar semejante anomalía en el gobierno de la Iglesia católica.

En tiempos más recientes, Vladimiro Montesinos es un caso ejemplar de poder detrás del trono. Durante el gobierno de Alberto Fujimori en Perú, Montesinos fue el jefe del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) y un asesor cercano del presidente. Su influencia sobre Fujimori y su papel en el gobierno fueron determinantes en la década de 1990.

Montesinos manejó la inteligencia y la seguridad del Estado con mano de hierro, utilizando métodos de espionaje, corrupción y coerción para consolidar su control. Su habilidad para manipular la información, y mantener un aparato de seguridad eficiente, le permitió eliminar a los opositores y garantizar la estabilidad del régimen de Fujimori. Cayó en el año 2000.

En esta breve antología no podría omitir a José López Rega, el Brujo. Así conocido no solo porque escribió libros sobre temas esotéricos, sino por su habilidad política. Inició su relación con Juan Domingo Perón como guardaespaldas en tiempos de su primer gobierno, lo acompañó en su destierro madrileño y le ayudó a regresar a la Argentina para asumir su nuevo mandato con Isabelita Perón, su segunda esposa, como vicepresidente. Muerto el caudillo, se apoderó de Isabelita y ejerció, de hecho, el poder presidencial hasta su estrepitosa caída.

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La versión inicial de esta columna proviene de un texto elaborado por la inteligencia artificial (IA). Le pedí escribir un breve ensayo sobre el ejercicio del poder político tras bambalinas. El resultado fue impecable desde los puntos de vista histórico y gramatical. A partir de ese texto inicial, eliminé algunas reiteraciones, añadí un par de personajes, e hice cambios que reflejan mi manera de escribir. Los párrafos iniciales, que aportan el contexto de la columna, son míos. De mi inteligencia o estupidez naturales, no de la inteligencia artificial.

Complemento lo anterior con algunas reflexiones:

1. La IA es una herramienta muy poderosa y sencilla de utilizar.

2. Su utilidad depende de la calidad de la información que se le aporte, lo cual puede requerir varias interacciones.

3. La IA no falla en los procesos lógicos, pero puede utilizar premisas falsas o incompletas y, por ende, arribar a conclusiones equivocadas; de allí la importancia de verificar siempre los resultados.

4. La IA no sustituye el conocimiento personal, lo enriquece.

5. Hacer pasar un texto completo elaborado por IA como propio, sobre todo si se trata de productos literarios, me parece un fraude.

6. Existen herramientas computacionales para detectar si un documento ha sido elaborado, en todo o en parte, usando la IA. Profesores y estudiantes deben convenir reglas claras sobre cómo emplearla en los procesos pedagógicos. No tiene sentido prohibirla.

Briznas poéticas. Juan Manuel Roca, tal vez el más grande de nuestros poetas surrealistas, escribe:

«El sol fulge entre la fronda

Donde los niños duermen

Y cruza bostezando un ángel rojo.

Lejos, los patios de vecindad se llenan

De gentes que remiendan el aire

Con la aguja de su parla rumorosa.

Alguien siembra un cortejo de astros.

Entre sagrados juegos

Y blancas catacumbas,

Tú y yo: crisálidas de viento».

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