
Opinión
El camino no son los extremos
El extremismo y radicalismo de algunos, desde posturas de derecha e izquierda, los han llevado al absurdo de cometer delitos y atrocidades.
La frase “el camino no son los extremos” proviene de Santa Teresa de Jesús, en su extraordinaria obra literaria Las Moradas, escrita en 1577. En ella, muy sabiamente, expresa que los extremos no son buenos, ni siquiera en lo que parece bueno o virtuoso. Esta idea la complementa muy bien el poeta y escritor mexicano Octavio Paz con su afirmación: “La mucha luz es como la mucha sombra, no deja ver”.
He considerado oportuno iniciar con estas reflexiones un tema de gran actualidad en Colombia, como son los odios y las descalificaciones personales y políticas que, si las dejamos prosperar, nos llevarán a una Colombia inviable. Una nación que, a pesar de las dificultades existentes, sería completamente diferente a la realidad de la Colombia de hoy.
En la Colombia que, a lo largo de mi vida he vivido y conocido —es decir, desde 1946 hasta la fecha— el presente tiene en común con el pasado hechos como la violencia, la corrupción, el despilfarro, la miseria y el comportamiento radical de algunos gobernantes, dirigentes políticos y promotores de la violencia, quienes insisten en creerse el cuento de que el país empieza con ellos y que todo lo que se ha hecho en el pasado es malo.
El extremismo y radicalismo de algunos, desde posturas de derecha e izquierda, los han llevado al absurdo de cometer delitos y atrocidades, a pesar de que, muchas veces, desde diferentes sectores de la vida civil se advirtió públicamente que eran delitos de lesa humanidad. La ironía es que, por ese simple hecho, muchas personas fueron descalificadas y satanizadas políticamente.
Sin pretender descalificar a ninguna persona en particular, reitero que la existencia y las crueles prácticas de grupos guerrilleros —entre ellas el secuestro y sus vínculos con el narcotráfico, la minería ilegal y la corrupción— son el mejor complemento que le han hecho al extremismo de grupos paramilitares y de extrema derecha en la vida civil colombiana.
En este sentido, una reflexión tranquila y sin tanta prosopopeya que el próximo gobierno nacional, junto con los gobiernos departamentales y municipales, la Policía, las Fuerzas Militares y la población en su conjunto, así como el gobierno de Estados Unidos y los países cooperantes en la lucha contra la violencia y el narcotráfico deberíamos hacer es la siguiente: ¿cuáles han sido los beneficios reales de esta lucha, a pesar de los altísimos costos humanos y económicos, en la que Colombia es reconocida como un ejemplo a nivel internacional?
Como la vida continúa y no tenemos por qué estar condenados a otros ochenta años de violencia, considero que al nuevo presidente de la República, que elegiremos el 31 de mayo de 2026, le corresponderá —partiendo de que el camino no son los extremos— comenzar a dar resultados como prioridad en su agenda cotidiana de trabajo.
Por mi propia experiencia de vida, considero que los mejores aliados que puede tener el próximo presidente en esos propósitos son las Fuerzas Militares y de Policía, los gobernantes departamentales y municipales, así como los diversos sectores sociales y políticos de la población, al igual que la comunidad internacional, empezando por Estados Unidos y la Unión Europea, entre otros.
Como el camino no son los extremos, considero que quienes aspiren a gobernar Colombia, lo mismo que todas las personas demócratas y la población en general, tenemos como tarea urgente reflexionar y explorar caminos que acorten las distancias, que aproximen y que logren sumar voluntades frente a un propósito común: la lucha contra los males de la violencia, la corrupción y el narcotráfico. En otras palabras, avanzar hacia una Colombia mejor, en paz, reconciliada y donde primero sea la gente, empezando por los niños y los adultos mayores.