
Opinión
El confuso presidente
Las intervenciones de Petro han puesto en riesgo las relaciones diplomáticas con Estados Unidos, uno de nuestros principales aliados en la lucha contra las drogas.
Durante su mandato, el presidente Gustavo Petro ha recurrido a cortinas de humo: temas superficiales lanzados al debate público para desviar la atención de los problemas más graves de su gobierno. Sin embargo, en los últimos tiempos, esta estrategia ha sido sustituida por declaraciones cada vez más confusas. En lugar de ofrecer soluciones claras y coherentes, el presidente parece envuelto en errores técnicos y afirmaciones desacertadas que preocupan a muchos.
En un reciente consejo de ministros transmitido en vivo, Petro hizo una declaración sorprendente sobre la crisis del gas en el país. Intentando explicar la escasez, afirmó: “El gas importado nos lo venden a 19 y es a 12. Y en Panamá acabamos de ver que lo compran a seis, y por los cables de energía eléctrica de Panamá podría llegar ese gas importado a Colombia, vía energía eléctrica de ellos”.
Este comentario fue desconcertante. El presidente confundió dos sistemas completamente distintos: las líneas de transmisión eléctrica, que transportan energía, y los gasoductos, que son los responsables de transportar gas. Estas dos infraestructuras son irreconciliables, y confundirlas refleja un profundo desconocimiento técnico sobre la materia. Lo más alarmante fue que ningún ministro o miembro del gabinete corrigió esta afirmación.
Pero las sorpresas no terminaron ahí. En una de sus alocuciones regionales, Petro comparó la cocaína con el whisky, diciendo que “el whisky mata más, pero el whisky lo hacen ellos y la cocaína se hace aquí. Luego, lo legal es lo de ellos y la cocaína es ilegal”.
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Esta simplificación no solo es irresponsable, sino que también minimiza la gravedad del narcotráfico y la adicción en Colombia. Mientras que el consumo excesivo de alcohol es un problema serio de salud pública, compararlo con la cocaína es un ejercicio peligroso y carente de rigor. El narcotráfico es un asunto complejo que merece un tratamiento serio, no una frase polémica para generar titulares.
Estas declaraciones no solo son erróneas en el ámbito técnico y científico, sino que además alimentan una narrativa peligrosa, especialmente en un contexto en el que Colombia enfrenta serios problemas relacionados con el narcotráfico. De hecho, las intervenciones de Petro han puesto en riesgo las relaciones diplomáticas con Estados Unidos, uno de nuestros principales aliados en la lucha contra las drogas.
En varias ocasiones, Petro ha criticado abiertamente a Estados Unidos. En un consejo de ministros, se refirió a la secretaria de Seguridad de Estados Unidos, Kristi Noem, de manera despectiva, diciendo: “La gringa dice mentiras de nosotros”. Este tipo de comentarios han generado tensiones innecesarias con un socio clave en temas de seguridad y cooperación internacional.
Lo más preocupante es que esta actitud parece ser parte de una estrategia mayor. En su rol como presidente pro tempore de la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), Petro ha buscado posicionarse como líder de la izquierda en América Latina, alineándose con gobiernos como el de Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Miguel Díaz-Canel. Este giro ideológico parece más orientado a sus ambiciones personales que a los intereses nacionales de Colombia.
La Celac fue fundada por el expresidente Hugo Chávez como una alternativa a la OEA (Organización de Estados Americanos), y hoy Petro parece querer revivir ese proyecto. Sin embargo, al hacerlo, ha colocado a Colombia en una posición incómoda, pues está alineándose con gobiernos autoritarios y desafiando la tradicional relación diplomática con países como Estados Unidos.
Esta estrategia puede tener consecuencias graves. La diplomacia no debe estar basada en ideologías o en la búsqueda de protagonismo internacional. Los intereses de Colombia deben primar por encima de las ambiciones personales de un presidente. La relación con Estados Unidos ha sido fundamental para el desarrollo y la seguridad del país, y no podemos arriesgarla por cálculos políticos que buscan posicionar a Petro como líder regional de la izquierda.
La declaración sobre el gas y la comparación entre whisky y cocaína son solo dos ejemplos de un patrón de comportamientos erráticos y poco claros. La falta de coherencia en sus discursos y su enfoque populista en lugar de soluciones técnicas solo contribuyen a la desconfianza que muchos colombianos sienten hacia su gobierno. Estos errores no solo afectan la credibilidad del presidente, sino que también socavan la confianza internacional en el liderazgo de Colombia.
Ante la dificultad de consolidarse como líder desde la Presidencia de Colombia, el mandatario apunta ahora a convertirse en el referente de la izquierda latinoamericana a través de la Celac. En esa ruta, ya ha comenzado a abrir canales de diálogo y cooperación con gobiernos como el de China, y busca alianzas con potencias europeas y árabes, aprovechando las tensiones con el expresidente Donald Trump y el giro conservador en sectores del Gobierno estadounidense.
Este giro en la política exterior colombiana —alineado con líderes como Nicolás Maduro, Lula da Silva, Miguel Díaz-Canel y Daniel Ortega— no solo representa un cambio drástico en nuestra tradición diplomática, sino que también pone en riesgo relaciones estratégicas que han sido vitales para el desarrollo, la estabilidad y la seguridad del país.
Colombia no puede darse el lujo de deteriorar sus vínculos con aliados históricos por cálculos ideológicos o ambiciones personales de liderazgo continental. La diplomacia no puede estar al servicio de una agenda populista, sino de los intereses nacionales.
Hoy, el presidente Gustavo Petro parece tener como única prioridad convertirse en el gran líder de la izquierda latinoamericana. Para ello, ha decidido utilizar su presidencia pro tempore de la Celac como plataforma de protagonismo regional, incluso a costa de deteriorar las relaciones con el Gobierno de Estados Unidos, particularmente con sectores alineados al expresidente Donald Trump.
Esta estrategia, más ideológica que diplomática, pone en riesgo la estabilidad del país y su histórica alianza con una de las naciones que más ha respaldado a Colombia en materia de cooperación, comercio, seguridad y paz.
Resulta doloroso ver cómo los intereses personales y las aspiraciones internacionales del presidente terminan pesando más que el bienestar de los colombianos. Pobre país el nuestro, en manos de un liderazgo tan desconectado de las prioridades reales. Duele la patria.