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Opinión
El consejo de la vergüenza
La transmisión en vivo del consejo de ministros del gobierno Petro fue la prueba por excelencia del talante y la actitud con que somos gobernados los colombianos.
Elogio de la locura, también conocida como Alabanza a la Estupidez, es la recordada obra de Erasmo de Rotterdam. La obra, escrita camino a Inglaterra en 1509 y publicada en París en 1511, marcaría importantes aportes en el desarrollo de la época renacentista. Para Erasmo, la estulticia, entendida como la locura, describe al mundo como un “teatro de la locura”, donde en esta comedia todos salen cubiertos con máscaras a representar cada uno su papel. Resumiendo, la vida humana no es nada más que un juego de locos. La intencional sátira de Erasmo pretendía criticar la sociedad del siglo XVI e imponer, a manera de reflexión escrita, la necesidad de que los gobernantes encuentren en la estulticia la mejor posibilidad de aligerar la carga de su gran responsabilidad para con los gobernados. Ahora bien, la intención del autor, en pleno Renacimiento, no puede ser aplicable en la edad contemporánea. La locura no es, ni será, una alternativa válida en el ejercicio del gobierno que, contrario a gobernar bajo el imperio de la estulticia, debe conducir la actuación gubernamental bajo el regimiento de la cordura y la sabiduría.
La transmisión en vivo del consejo de ministros del Gobierno Petro fue la prueba por excelencia del talante y la actitud con que somos gobernados los colombianos. Si bien la intención inicial fue la de mostrar el consejo como un acto de transparencia y democracia en la gestión, la transmisión fue todo, excepto lo esperado. Contrario a las expectativas, el suceso quedó registrado como la muestra de mezquindad, deslealtad y ausencia de liderazgo más grande de la que el país tenga memoria en su historia reciente. Sin perjuicio de las prohibiciones legales, en especial las contenidas en la Ley 63 de 1923, artículo 9— donde se le otorga carácter reservado a los consejos de ministros—, el espectáculo de la semana anterior deja claros varios puntos de la agenda gubernamental.
Primeramente, queda en evidencia la vocación egoísta del Gobierno con el pueblo que lo eligió y sus necesidades. Si se observa en detalle, la mezquindad—fundada o no— de la vicepresidenta Francia Márquez y la hoy exministra Susana Muhamad fueron evidentes al anteponer sus propios odios personales y egos ante la inclusión— por tercera vez— del impresentable Armando Benedetti, como parte del equipo de gobierno. Y es que, más allá de la engañosa “dignidad” que mostraron las funcionarias, que les impide “sentarse en la misma mesa con Benedetti”; la verdad es que cuando Benedetti, con su entonces fiel escudera Laura Sarabia, lideraron la campaña Petro Presidente y buscaron los votos y la financiación de la campaña, ellas se mostraron afables y muy complacidas con la presencia del entonces senador y conocedor de “vieja escuela” de la política colombiana. Ni un solo cuestionamiento se escuchó en ese entonces y la consigna era una sola: ganar aun a costa de “entregarle el alma al diablo”, como lo sugirió Ingrid Betancourt en un memorable debate electoral. Debe quedar claro, la inclusión de Benedetti en el gabinete está mal, el gobierno está mal, cada decisión de Petro es peor que la anterior.
Seguidamente, quedó expuesta la manifiesta estrategia electoral donde el mandatario y algunos ministros —con una clara intención de ‘lavarse las manos’— generaron acusaciones, divisiones y atribución de responsabilidad de unos y otros ante el evidente fracaso del mal llamado progresismo. Los asistentes se enfrentan entre sí, en una especie de rapiña por los recursos estatales, la burocracia, el sistema de privilegios y las eventuales listas al Congreso y la candidatura presidencial.
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La verdad que dejó entrever el consejo de ministros no es otra que la inoperante agenda de gobierno. Nada se habló de las acciones para hacerle frente a los retos y demandas de los colombianos. Contrario a ello, se enfocaron en la lucha de poder y en ver quién tendrá el control del gobierno en los restantes meses de mandato presidencial. Por su parte, Petro, hábilmente reinó entre la desidia del equipo de gobierno y pareciera que él siempre tuvo la razón y fue traicionado por unos ministros que no le hicieron caso. Con lo anterior, se pretende convencer a los colombianos de que no es su culpa, sino que es solo una víctima que ha contado con el infortunio de un pésimo equipo de gobierno.
El fracasado proyecto de cambio descuidó los elementos importantes que le interesan a los colombianos. En el consejo de ministros nada se pudo establecer y concluir de forma asertiva en beneficio de la ciudadanía. Nos quedamos con la evidencia del desgobierno que tenemos presente desde el 7 de agosto de 2022, de las denuncias de financiación irregular desde la campaña y los recientes escándalos denunciados acerca de la también espuria financiación del zar del contrabando. A lo anterior se suma la desbandada de los ministros que tienen aspiraciones políticas y la incertidumbre de quienes llegarán a ocupar las carteras desvalijadas y destruidas por sus antecesores. Es claro que ningún tecnócrata en su sano juicio aceptaría un cargo de esa naturaleza, tal como ningún capitán de barco aceptaría conducir una embarcación en medio del naufragio.
Y, entretanto, al presidente le luce más rentable irse a Emiratos Árabes a dictar conferencias vacías de contenido, mientras su gobierno se cae a pedazos. Es claro que no le importa lo que pase, el caos es su hábitat natural y la perfidia su instrumento para hacer ver que todo está bien o que nada de ello es su responsabilidad.
Enhorabuena por la salida de los ineptos ministros de Petro, su activismo e ignorancia administrativa nos dejan heridas que serán difíciles de sanar. Defensa nos deja inundados de cocaína con un gobierno de facto defendido con las armas del ELN y la consigna doctrinal de la guerrilla socialista. Ambiente nos deja una falsa percepción de protección medioambiental a costa de sacrificar la explotación de nuestros recursos naturales no renovables, sumado a un atraso histórico en la infraestructura y en el desarrollo del país. Minas y Energía nos heredan una deuda energética y un estancamiento en el sector que será difícil de traer a punto de equilibrio. Salud nos deja un sistema quebrado e inoperante y con un piloto de una reforma que advierte ser un rotundo fracaso. Trabajo nos deja una reforma aprobada a pupitrazos, que se espera caiga en su constitucionalidad ante la Corte Constitucional. Interior deja una fractura en el lenguaje institucional con el Congreso de la República. Educación —además de afectaciones en el sector— nos deja un pésimo mensaje donde el máximo órgano de la educación de nuestro país estaba en manos de un activista, incumplido, soberbio y maleducado. Cancillería nos deja en la mira de E.E. UU., por el pésimo manejo de las relaciones internacionales. Los anteriores son solo una pequeña muestra de los muchos más y más vergonzantes legados que ya empiezan a dejar los salientes ministros, y cuyo panorama empobrecedor promete extenderse hasta el 7 de agosto de 2026.
Pese a lo anterior, Petro admite que el atributo que permite mantener a toda costa personas como Armando Benedetti en el gabinete es su locura. Sin duda, el presidente, en un torpe intento por pagar sus deudas con los sectores que permitieron su elección, subastó al mejor postor el patrimonio de todos los colombianos. El consejo de ministros pasará a la historia como una mala imitación de la sátira de Erasmo de Rotterdam, donde se hizo elogio a la locura y alabanza a la estupidez.