Alberto Donadio  Columna

OpiNión

El diario de Ogorodnik

“Empecé a reconocer entre mí, y no con muchas ganas, que no había nada noble ni inspirador en este esfuerzo para ‘construir el socialismo’. No sé en qué momento empecé a sentir una repugnancia hacia el gran experimento”: Ogorodnik.

Alberto Donadio
9 de septiembre de 2023

En 2017 descubrí en Tenerife (Islas Canarias) el diario de un espía de la KGB. Yo había viajado para encontrarme con la hija de un diplomático soviético que llegó a Bogotá en 1971 como funcionario de la embajada de la URSS y se enamoró de una española que llevaba años en Bogotá. Se veían clandestinamente. La CIA se enteró porque tenía interceptados los teléfonos de la embajada. Lo buscó a él y le dio un ultimátum: o trabaja para la CIA o la CIA lo denuncia ante las autoridades soviéticas, lo que sería el fin de su carrera diplomática y de su carrera como espía. Él también trabajaba para la KGB, como muchos diplomáticos. Decidió aceptar la oferta y se enroló como espía de la CIA, es decir, como espía doble. Se llamaba Aleksandr Ogorodnik.

Hasta el 2016 se sabía que tuvo una amante en Colombia y que después de trabajar para la CIA en Bogotá siguió pasando información al gobierno norteamericano cuando lo trasladaron de vuelta a Moscú. Se sabía además que cuando Ogorodnik fue detenido en Moscú en 1977 por la KGB se suicidó con una cápsula de cianuro. Lo que no se sabía y pude descubrir gracias a la ayuda de una amiga fue que Ogorodnik tuvo una hija con la amante española. Pedí a Marbel Sandoval, escritora radicada en Madrid, que me ayudara a rastrear a la española Pilar Suárez Barcala, que en ese momento debía tener 79 años. Consultando directorios telefónicos y el Boletín Oficial del Estado, Marbel localizó en Tenerife a Alejandra Suárez Barcala. Por los apellidos parecía ser la hermana de la amante pero era en realidad su hija. A la niña le pusieron los mismos apellidos de la madre. Pilar le dijo inicialmente a Alejandra que su padre era un alemán que había fallecido en un accidente de carretera, luego le contó parte de la verdad pero después no volvió a tocar el tema. Hablé con Alejandra por teléfono un año antes de ir a Tenerife. Fuimos descubriendo juntos la historia apasionante y trágica de su padre. Ya en Tenerife, Alejandra, que estaba distanciada de su madre, me sugirió que yo la visitara para ver si me mostraba las cartas que Ogorodnik le escribió a ella desde Moscú.

El esposo de Alejandra me llevó al conjunto de apartamentos Residencial Tatiana en Tacoronte, un pueblo de la isla. Subí al apartamento indicado y timbré y toqué pero nadie me abrió. Volví a la portería. Con Eduardo, el esposo, nos acercamos al buzón y pudimos sacar cartas. Era obvio que nadie vivía allí porque el buzón estaba a reventar. Eduardo llamó al taxista que solía llevar a su suegra a citas médicas. Le contó que Pilar estaba desde un año antes en una casa para ancianos en vista de su Alzheimer. Es decir, el apartamento llevaba un año cerrado. Eduardo tenía en el coche herramientas. Desmontó la cerradura y entramos. Ya habían cortado el agua por falta de pago pero no la luz. Llamamos a Alejandra, que llegó poco después. Quedamos maravillados con el volumen de papeles que guardaba Pilar. Ese 19 de febrero de 2017 encontramos el diario en español que Ogorodnik le había confiado a Pilar con el encargo de publicarlo si a él le pasaba algo. Luego escribí el libro Historia secreta de un espía ruso en Bogotá. Alejandra publicó en España su propio libro, Nombre en clave: Trigon, que contiene capítulos idénticos pues la pesquisa la hicimos al alimón. Ahora Alejandra ha reeditado ese libro, agregándole las memorias de su padre, con el título: Mi padre, un espía ruso.

En el diario, Ogorodnik dice esto sobre su estancia en 1964-66 en Cuba, donde aprendió español: “Empecé a reconocer entre mí, y no con muchas ganas, que no había nada noble ni inspirador en este esfuerzo para ‘construir el socialismo’. No sé en qué momento empecé a sentir una repugnancia hacia el gran experimento. Había visto con mis propios ojos que causaba sufrimientos y privaciones en todos lados, y que los únicos que salían ganando eran los sinvergüenzas más despiadados. Vi con revulsión el egoísmo desenfrenado y el machismo loco de esta manada de adolescentes mimados. Vi claramente que ellos, en base de un asalto de guerrilleros contra una dictadura odiosa, un asalto sí valiente, habían terminado arrogándose a sí mismo el poder absoluto de la dictadura derrocada, y que no tenían la menor intención de soltarlo. Había presenciado personalmente lo que pasaba con la revolución que había llevado el comunismo al poder, y esa revolución me daba asco. Tales percepciones no vienen en un solo día, sino que son cumulativas. Llega el momento cuando la suma de todo es una verdad que no se puede negar: esto es un desastre”.

Noticias Destacadas