MG(r) Jorge Eduardo Mora López

Opinión

El espejo roto de la seguridad nacional: Petro, de riesgo a amenaza

Los permanentes discursos y mensajes en redes sociales de Petro no son solo un conjunto de frases desafortunadas.

Jorge Mora López
31 de octubre de 2025

Las últimas conductas y posturas del presidente Gustavo Petro, en su narcisa e irresponsable relación frente a EE. UU. son una fractura en el espejo de la seguridad nacional colombiana, una que revela una imagen distorsionada y preocupante. Lo que antes podía percibirse como un riesgo para la estabilidad nacional, hoy se consolida como una amenaza intrínseca, un fenómeno perverso sin precedentes en la vida republicana del país.

Tradicionalmente, la seguridad nacional se ha concebido como la protección del Estado y sus ciudadanos frente a peligros externos e internos. Sin embargo, en la retórica presidencial de Petro, este concepto se desdibuja peligrosamente. La seguridad, que abarca desde la integridad territorial hasta la garantía de los derechos fundamentales, es ahora puesta en entredicho por quien debería ser su principal garante.

Cuando el presidente acusa, contradice y cambia permanentemente a sus propios ministros con la excusa de traicionar el “mandato popular”, no solo socava la confianza en su equipo de gobierno, sino que siembra la semilla de la desconfianza en la estructura misma del Estado. ¿Cómo puede el ciudadano sentirse protegido por una institución que su propio líder presenta como infiltrada y corrupta?

Las acusaciones de “criminal” lanzadas contra un empresario español, o los señalamientos directos a expresidentes y partidos políticos de oposición por la crisis de las EPS, los “falsos positivos”, el vituperio permanente a las decisiones de jueces, tribunales y las altas cortes, entre otras posturas radicales y salidas de tono, trascienden la crítica política para adentrarse en el terreno de la deslegitimación total de la institucionalidad, la democracia y la propia Constitución.

Al etiquetar constantemente a actores económicos y políticos internos, así como a aliados históricos en el ámbito internacional, con odio y vehemencia, Petro no solo incita a la violencia contra ellos, sino que expone al Estado a litigios y fracturas, tanto internas como externas, que debilitan su solidez como República, históricamente respetada y valorada en el mundo, aunque, tristemente, solo hasta hace poco.

Esto es particularmente grave en un país que, por décadas, ha luchado por construir una institucionalidad fuerte y respetada. Pero la amenaza se extiende más allá de nuestras fronteras. La pelea visceral y enfermiza de Gustavo Petro contra Donald Trump está llevando a Colombia a una profunda crisis de estabilidad institucional, seguridad y riesgo a la soberanía sin precedentes; es una permanente invitación velada al antagonismo.

Históricamente, la relación con Estados Unidos ha sido un pilar de nuestra política exterior, fundamental en la lucha contra el narcotráfico, el terrorismo y en la cooperación económica. Las constantes expresiones y declaraciones presidenciales que incitan a la hostilidad hacia un aliado clave no solo comprometen nuestra posición internacional, sino que podrían tener repercusiones severas en la seguridad y la economía nacional. El odio sembrado hacia los “empresarios” y hacia potencias extranjeras no es solo retórica; es una erosión constante de los puentes necesarios para el desarrollo y la estabilidad nacional.

Los permanentes discursos y mensajes en redes sociales de Petro no son solo un conjunto de frases desafortunadas; es la manifestación de una nueva estrategia política donde la confrontación y la victimización se convierten en herramientas de gobierno. Al presentar al Estado mismo como una entidad que falla en proteger los derechos y que es susceptible de ser “traicionada”, el presidente, paradójicamente, se convierte en una amenaza para el propio Estado que preside y para la seguridad de sus ciudadanos. La confianza es el cimiento de cualquier nación. Cuando el líder que debería inspirarla la pulveriza con acusaciones indiscriminadas y un lenguaje incendiario, la seguridad no solo se ve en riesgo, sino que se transforma en una quimera.

La pregunta que queda flotando en el ambiente es: ¿puede un país prosperar y garantizar la seguridad de sus habitantes cuando la cabeza del Ejecutivo se posiciona, por sus propias palabras, como el mayor factor de incertidumbre y desestabilización? La respuesta es inquietante. Colombia se enfrenta a un desafío sin precedentes, donde la principal amenaza no parece provenir de los actores tradicionales, sino de la cúspide misma del poder.

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