
Opinión
El futuro no es volver al pasado
Preocupa cómo los grandes poderes del pasado, los “ex” de todo tipo, maniobran en la política actual para poner sus fichas o aspiraciones sobre la palestra.
La purga que representa para Colombia el gobierno Petro ha sido dolorosa y costosísima. Es tan grave que no es seguro siquiera que la democracia sobreviva. El riesgo de que la combinación siniestra de violencia selectiva, terrorismo indiscriminado, corrupción impune promovida desde la cabeza del Estado y tolerada en todas las esferas públicas, nóminas paralelas, propaganda, narcopolítica y control territorial por las guerrillas permita a Petro imponer su candidato o definir al futuro presidente, es un peligro claro y presente.
Pero, así como la perspectiva de que la izquierda radical comandada por Petro se mantenga en el poder es realista y muy preocupante, también preocupa cómo los grandes poderes del pasado —los ex de todo tipo— maniobran en la actualidad política para colocar sus fichas o sus aspiraciones en la palestra con el apoyo pleno de todas las herramientas del establecimiento.
Se intuyen los objetivos de siempre y se reafirman las malas mañas del pasado que, precisamente, nos trajeron hasta donde estamos ahora: en manos de la izquierda radical, mafiosa y violenta.
Por una parte, en las postulaciones presidenciales, imperan las agendas de los grupos económicos que dominan el país con sus rentas atadas, sus monopolios, sus oligopolios, sus agendas mediáticas, sus pendencias empresariales y sus postulaciones moralistas hacia un socialismo de derechos que les permita, a cambio, mantener el status quo y el capitalismo de amigos que siempre los privilegia.
Asoman los ex cubiertos por la cobija institucional de las impunidades, bajo la cual claramente aspira a meterse también Petro con su larga lista de corruptelas, mal gasto, invocaciones a la violencia, delitos electorales y sociedades mafiosas.
Se frotan las manos los politiqueros corruptos de siempre. Nunca han estado tan poderosos en una Colombia Humana que los ha nutrido bien y los ha fortalecido como en anteriores gobiernos donde tan bien los trataron. Hoy siguen cosechando impunidades, pero además gozan de mayor aceptación social en el clima de desvergüenza promovido por la izquierda “decente” que, cuando no justifica los desafueros morales del petrismo con el siniestro argumento de igualarse con las corrupciones del pasado, mantiene cómplice silencio para que no le quiten sus cuotas o pierdan su turno para entrar a gozar de la robadera. Los politiqueros se imaginan terciando en la segunda vuelta para repetir la hazaña de elegir a otro Petro y así ordeñarlo de manera inmisericorde. Los mismos que, en el ocaso patético de este gobierno, posan de acreditados anti‑petristas, mientras mantienen intactas sus cuotas de burocracia.
Reclaman la oportunidad los tecnócratas de antes, que hicieron todo lo que les pidieron para entronizar un estado enorme, grotesco e ineficaz que, en su mediocridad, sembró sin duda parte de la semilla que cosechó Petro. Los que nos impusieron la tasa impositiva más alta de la OCDE, los que desprecian el esfuerzo fiscal de los pocos que pagan impuestos y pretenden que paguemos más, los que subieron el IVA y nunca desmotaron el 4 por mil, y crearon un nivel central del estado con más de 215 entidades con las cuales nada se resuelve y todo se duplica, pero se atiende juiciosamente a los socios politiqueros, bajo la bandera del pragmatismo inmoral e ineficaz.
Alegan, los que hoy solo hablan del pasado “dorado” que manejaron, que nada es culpa de ellos, que siempre fue culpa del otro. Se niegan a reconocer que la Colombia de los últimos cincuenta o sesenta años es una historia de mediocridades, no de éxito. Hoy invocan y reclaman solidaridades ante el desastre petrista que alimentaron, y que muchos celebraron entusiastas, para retomar el poder y volver a ese pasado sinónimo de pérdida de oportunidades, de populismo fiscal y burocrático, de impunidad judicial, de desastre educativo, de favores y privilegios económicos y de ahorcamiento del sector productivo.
Esta horrible purga tiene que llevarnos a un futuro diferente. De nada servirá mantener los malos hábitos del pasado. Con ellos, volveremos a cuidados intensivos en 2030 y en esa crisis, de seguro, se nos irá la débil democracia que nos queda y entraremos de manera definitiva en el anacronismo socialista, corrupto y contagioso que nos rodea, en el contexto de una narco-república que ya crece día a día.
El futuro debe partir de la premisa: cambiar la hipócrita, siempre manipulada e incumplida regla fiscal. Esa que estableció Santos y que nunca quisieron cumplir. Es hora de una limitación constitucional que imponga como obligatorio el equilibrio fiscal.
Es hora de limitar la proporción del endeudamiento público total a un máximo conservador, que ha sacado a muchos países del subdesarrollo, del 15 % y reducir el infame costo de los intereses de la deuda pública, que hoy se llevan el 30 % del presupuesto.
Es hora de eliminar, fusionar o reducir las 215 entidades públicas para generar 80 o 100 billones de ahorros e ingresos que permitan reducir rápidamente los impuestos.
Es hora del peor de los anatemas de los dueños del pasado: aumentar la base de ciudadanos que tributan y reducir la carga tributaria de empresas e individuos que hoy hacen el esfuerzo.
Es hora de romper el monopolio de la educación pública controlada por Fecode, que fracasa en todas las pruebas estandarizadas, y darle paso, a un costo mucho menor, a la educación privada mediante bonos, concesiones y privatizaciones de la mayor parte de la red pública.
Es hora de desmontar las excepciones al régimen de contratación pública que le permiten a la clase política devorar los presupuestos nacionales y territoriales, y trasladar los recursos de los inútiles órganos de control a la rama judicial para enfocarla en la lucha contra la violencia y la corrupción rampante.