Luis Carlos Vélez Columna Semana

Opinión

El limón podrido

El país tiene en sus manos un limón podrido. Y, tarde o temprano, el sabor amargo será imposible de ocultar.

Luis Carlos Vélez
20 de septiembre de 2025

El Gobierno colombiano anunció con orgullo que recompró TES por 18 billones de pesos. El discurso oficial lo pinta como una jugada maestra de manejo de deuda, un paso responsable para “mejorar el perfil” de las obligaciones del país. Pamplinas. Estamos recomprando un limón podrido. Me explico.

La narrativa del Gobierno simplemente no coincide con la realidad. Lo que se hizo esta semana fue cambiar deuda barata por deuda cara.

Refinanciar lo que ya estaba financiado, pero a un costo mayor. Como quien cambia un crédito hipotecario al 3 por ciento por otro al 6,5 por ciento. Eso no es alivio fiscal, es torpeza. O, peor aún: es maquillaje. Perfumar lo que ya huele mal.

Es sencillo. Sígame. El Ministerio de Hacienda recogió papeles que se emitieron en otro momento de la historia, cuando Colombia podía endeudarse a tasas inferiores al 3,5 por ciento. Y los reemplazó por TES nuevos con cupones de hasta 6,5 por ciento. Es decir, en lugar de aprovechar la oportunidad de reducir deuda, el país se amarró a pagar más intereses. Un negocio que solo tiene sentido si se explica en la lógica de la cosmética fiscal: vender la idea de que se está haciendo algo por la sostenibilidad, cuando en realidad se está comprometiendo al futuro.

La única forma de bajar la deuda es pagándola. No hay ingeniería financiera que lo sustituya. Cambiar papeles puede ayudar a mejorar los flujos de caja, pero no reduce la obligación. Colombia sigue debiendo lo mismo, con el agravante de que ahora debe más caro. A eso se suma otro detalle incómodo: el spread de la operación. La diferencia entre el precio de recompra de los TES viejos y el precio de emisión de los nuevos implica un costo adicional, un castigo innecesario para unas finanzas públicas ya debilitadas. Es como vender barato y recomprar caro. Una práctica que, en cualquier hogar o empresa, sería señal de mala administración.

El Gobierno, sin embargo, se aferra al relato. Habla de “mejorar la curva de vencimientos”, de “aliviar presiones de corto plazo”. Palabras técnicas para disfrazar una verdad sencilla: hoy Colombia no redujo su deuda. Solo la trasladó y la encareció. Es como si un comerciante con problemas de caja decide refinanciar su inventario. No vende más, no gana más, solo patea el problema. Y lo peor: en el proceso pierde dinero.

Este negocio no es más que la recompra de un limón podrido. Lo que está haciendo el Gobierno colombiano es recomprar un limón que se depreció por el riesgo que enfrenta el país, para revenderlo a un precio mayor respaldado por una tasa de interés más alta. Es una tramoya financiera que, a la larga, lo único que hace es acortar los plazos de la deuda, ordeñar la vaca estatal y activar una granada de fragmentación que le explotará al próximo gobierno apenas se siente en la silla destartalada que deje Petro.

No es la primera vez que un gobierno recurre a estas trampas financieras. Argentina, por ejemplo, en 2017 realizó un canje de bonos bajo la promesa de “mejorar el perfil de la deuda”. En la práctica, cambió títulos con cupones bajos por otros más costosos, lo que maquilló los balances de corto plazo, pero disparó los pagos de intereses y terminó en un nuevo default apenas tres años después.

Ecuador tampoco se queda atrás. En 2008 y más recientemente en 2020, recompuso su deuda con canjes que en teoría ordenaban los vencimientos, pero que en la práctica aumentaron los costos financieros. Turquía, tras su crisis cambiaria de 2018, hizo emisiones más caras para refinanciar vencimientos cortos, vendiéndolas como “reperfilamiento ordenado”. En todos estos casos, la constante fue la misma: gobiernos que intentaron vender un limón pintado de verde, cuando en realidad por dentro estaba podrido.

El riesgo político, la falta de credibilidad y la incertidumbre institucional han elevado el costo del financiamiento colombiano en los mercados. Los inversionistas no prestan al mismo precio de antes porque no confían en el rumbo económico del país. Por eso los TES viejos valen menos. Al recomprarlos, el Gobierno está reconociendo esa pérdida de valor y pagando más por sustituirlos. No se trata de una estrategia brillante de gestión, sino de una admisión implícita de que la confianza se evaporó.

Lo más grave es la trampa en la comunicación oficial. El ciudadano de a pie escucha que “se redujo la deuda” y respira aliviado. Pero la verdad es que no hubo tal reducción. Solo hubo un cambio en los plazos y en las tasas. Es un espejismo que oculta la realidad de un endeudamiento más costoso. En el fondo, es el mismo endeudamiento con un envoltorio distinto, como un limón que se pule y se pinta para que parezca fresco, aunque por dentro ya esté dañado.

El tiempo pondrá las cuentas en su lugar. Cuando llegue el próximo gobierno y tenga que enfrentar los pagos de intereses más altos, la realidad será inocultable. Los titulares optimistas de hoy se transformarán en facturas difíciles de pagar mañana. Y el país descubrirá que la “jugada maestra” no fue más que un truco contable.

La deuda de Colombia no se reduce con maniobras de ilusionista. No se baja refinanciando a tasas más altas. Se baja con disciplina fiscal, con crecimiento económico, con inversión productiva, con recorte de gasto innecesario y, sobre todo, con responsabilidad. Lo demás es pan para hoy y hambre para mañana.

Usted se preguntará: ¿por qué nadie dice nada? La respuesta es que todos ganan, menos usted. Gana el Gobierno, que libera recursos y tiene efectivo para la campaña política. Ganan los bancos, que se llenan los bolsillos con comisiones. Y ganan los políticos patrocinadores del régimen, que eructan avances económicos difíciles de debatir y que los zombis repiten como focas.

El país tiene en sus manos un limón podrido. Y, tarde o temprano, el sabor amargo será imposible de ocultar.

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