
Opinión
¿El nuevo Goyeneche?
Los colombianos que arrancaron con la ilusión del cambio hoy no le creen una palabra a Petro.
En Colombia había en los sesenta y setenta un personaje fantástico que fue candidato presidencial varias veces y que se convirtió en un ícono de la locura política: Gabriel Antonio Goyeneche. Los estudiantes de la Universidad Nacional ayudaban a inscribirlo como candidato para mandar un mensaje de irrelevancia de los líderes políticos, del sistema político y de la democracia.
Sus discursos en la plaza de Bolívar, también los hacía en la plaza del Rosario, arrancaban carcajadas y estupor en algunos. Sus propuestas de pavimentar el río Magdalena o de ponerle marquesina a Bogotá porque llovía mucho eran pan de cada día cuando se discutía sobre política. “Estás idéntico a Goyeneche”, le decían al político para hacerle ver la locura de su propuesta o su irrelevancia.
Hoy Colombia reeditó a ese personaje. Que descubrió las estrellas, que quiere hacer un ferrocarril de China a América, más fácil pavimentar el Magdalena o el otro tren de Buenaventura a Barranquilla. Escucharlo ya da risa y, la verdad, hoy nadie lo toma en serio. Solo basta con mirar las cadenas de WhatsApp o las redes sociales en general para ver cómo Gustavo Petro se convirtió en objeto de chistes sobre borrachos, drogadictos, mujeriegos, vagos y un largo etcétera de características que nada tienen que ver con el respeto o la admiración.
Además, no hay nadie más implacable que el pueblo, ese mismo pueblo que Petro sigue convocando, dándole instrucciones sobre lo que debe hacer o dejar de hacer. No le creen, no le copian y, la verdad, ya lo leyeron como lo que es. Con el tiempo, dejó de ser un referente serio y se transformó en un blanco de burla, en una caricatura. Nadie reconoce que haya logrado algo. Incluso aquellos que pretenden defenderlo aseguran que no lo dejaron hacer nada, pero todos coinciden en que no ha hecho nada.
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Nadie se atreve a hacer una encuesta con las siguientes preguntas: ¿es Petro un drogadicto? ¿Es Petro un borracho? ¿Es Petro un corrupto? ¿Es Petro un payaso? Estoy absolutamente seguro de que la respuesta abrumadora a todas estas preguntas es sí. Los colombianos que arrancaron con la ilusión del cambio hoy no le creen una palabra a Petro.
Lo más grave de todo es que, poco a poco, se convierte en un personaje anecdótico, una figura que arranca risas, pero que al final carece de relevancia. Resulta sorprendente la cantidad de propuestas que hace, en medio de convocatorias al pueblo, sublevaciones e instrucciones sobre lo que deben hacer esas multitudes que, en su imaginación y delirios, se apoderarán de las ciudades siguiendo sus llamados.
Pero, al final, nadie le presta atención. El pueblo se ha acostumbrado a sus arengas incoherentes, a sus proclamas interminables. Nadie se fija en el fondo; solo se concentran en la forma, preguntándose si estará borracho, drogado, de resaca, o si tiene una nueva novia. Incluso, cuando promueve peleas en su gabinete, se ignora el fondo, porque, en realidad, nunca lo ha habido.
Cada vez se parece más a ese personaje pícaro de la historia de Colombia, Goyeneche, destruyendo de paso la ilusión de quienes creyeron en un cambio democrático, que se ahogó en corrupción, alcohol y droga. Así es Petro, el nuevo Goyeneche, con una diferencia: el de hoy llegó a la presidencia y, por ende, ello tiene un riesgo inmenso que no debemos descuidar.
Sí, la burla es apropiada, el chiste es merecido y quizás hasta una marcha masiva con fotos de Goyeneche en la plaza de Bolívar la merece Petro. Pero no perdamos de vista que su ego y sus problemas anímicos y de adicción en cualquier momento lo conviertan en ese dictador que es su verdadero yo y que para quedarse en el poder crea el caos con su minga y su primera línea pagadas. Su objetivo, en medio de sus locuras, es destruir la democracia.
Esa batalla la enfrentaremos los ciudadanos. Y lo vamos a sacar si se quiere quedar, que no le quepa la menor duda. Eso sí, cuando ya no esté en el poder, va a cambiar a otro personaje mítico de la capital del país de principios del siglo pasado. Sin duda va a continuar hablando por todos lados, con sus gestos desmesurados y propuestas que nadie cree, como Antoñín, “el bobo del tranvía”, quien de manera gratuita hacía las veces de policía de tránsito y ponía multas a peatones, pasajeros y conductores por igual.
Sin embargo, los destinatarios de sus sanciones solo se reían porque sabían que, al final, el bobo hablaba y hablaba, pero nadie le hacía caso. Hoy Goyeneche y mañana el “bobo del tranvía”, ese es el destino de quien nunca entendió lo que podría haber hecho y desperdició esa oportunidad única que la historia le dio.
Lo único bueno del nuevo Goyeneche es que está inoculando a los colombianos, como una buena vacuna, de esa peste que destruye países, el populismo del siglo XXI. Eso sí, no olvidemos lo primero, sacarlo, como sea, si se quiere quedar.