
Opinión
El populismo es la fiebre, ¿y cuál es la cura?
El día en que se dé una izquierda sensata, seria y con propuestas sostenibles, seré el primero en reconocerlo. Hoy, desafortunadamente, los Petros y sus desastres son quienes tristemente dominan la narrativa.
El partido demócrata en Nueva York acaba de elegir a un populista extremo como su candidato, y casi que seguramente como alcalde, de esa ciudad. Zohran Mamdani, un antisemita declarado, en la ciudad donde murieron más de 3.000 personas por un atentado terrorista del extremismo islámico, logró cautivar a un sector vital en las próximas elecciones, la clase media, joven y educada, tocando en sus propuestas sus principales ansiedades, el acceso a la vivienda, a un empleo y costo de vida.
El apoyo más grande lo logró en ciudadanos con ingresos entre los 280 millones y los 800 millones de pesos al año. ¿Votaron por un populista? Sí, pues en los sectores pobres ganó su rival. Obvio es Nueva York, que es un escenario muy distinto al del resto del país, pero esos jóvenes no tienen cómo comprar un apartamento, les suben la renta y sus empleos hoy peligran. Obviamente hay muchas otras razones, hizo una gran campaña y su rival representaba lo más viejo del Partido Demócrata, pero lo cierto es que, como Petro, como Donald Trump, como Nayib Bukele y otros populistas, su elección es una fiebre que denota un problema mucho más profundo en nuestras sociedades que no está siendo abordado.
Ya veremos si Mamdani es elegido y Nueva York acaba como San Francisco, un desastre de ciudad. Lo cierto es que en esos escenarios populistas lo primero que peligra es el Estado de derecho y lo segundo, la racionalidad en políticas públicas que acaban cediendo a los likes en redes sociales.
Petro deja un país hecho pedazos, un Estado de derecho debilitado, unos grupos criminales empoderados, una situación fiscal caótica y ninguna solución a los problemas de Colombia. Al contrario, los agudizó. Bukele, por su parte, acabó con el Estado de derecho, pero tiene al país creciendo económicamente y con una seguridad que sus ciudadanos no tenían hace décadas.
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Donald Trump ha roto todas las maneras tradicionales de hacer política, sus decisiones son todas ad hoc, pero sí se enfrentó, bien o mal, a una realidad política perversa más cercana a Mamdani que a las de los demócratas tradicionales en Estados Unidos. Está haciendo exactamente lo que prometió en campaña y por lo que votaron los americanos. Otro populista, Pedro Sánchez en España, que ahora está envuelto en un escándalo de corrupción sin precedentes, deja a una España rota, con la unidad nacional fracturada, con más de 35 géneros, con serios problemas fiscales que pronto van a estallar y con una institucionalidad destruida. Su gobernabilidad depende de las extorsiones de los nacionalistas y su proyecto de reforma judicial va a dejar a España más parecida a México, en materia de Estado de derecho, que al país europeo de antaño.
¿Esa fiebre qué enfermedad tiene detrás? Lo primero, unas redes sociales que cambiaron el panorama político y social como nunca antes. El alcance en redes, hasta del más loco, hoy hace posibles y visibles esos extremos que poco a poco se normalizan. Lo segundo, una incertidumbre frente al acceso a vivienda, a salud y al empleo que generan grandes temores en el electorado y lo hacen susceptibles a todo tipo de propuestas por locas que sean. Tercero, una falta de discurso sensato, claro, contundente y confidente que le devuelva la racionalidad al debate político. Hoy los extremos se imponen y todos se quieren parecer a los Mamdani o a los Bukele del mundo.
En este escenario hay un gran espacio para una nueva derecha. La izquierda ya buscará el suyo, aunque hoy vive es del dolor, de la destrucción y no construye nada. El día en que se dé una izquierda sensata, seria y con propuestas sostenibles, seré el primero en reconocerlo. Hoy, desafortunadamente, los Petros y sus desastres son quienes tristemente dominan la narrativa.
La nueva derecha, por lo menos en Colombia, tiene que recoger muchas cosas del pasado. Esa izquierda radical sabía que había que destruir a Álvaro Uribe, pues era un símbolo de éxito único, y la verdad lo han hecho muy bien con ayuda de supuestos amigos y de infiltrados. Sin embargo, esa historia nos deja muchas lecciones para la nueva derecha.
La primera es que, a la mano firme, que es fundamental hoy, no se le puede olvidar el corazón grande. Uribe tuvo una política social muy agresiva que poco a poco se fue consolidando y, de paso, legitimó la exitosa política de seguridad por la que votaron los colombianos en 2002 y 2006. Otro elemento fundamental: la confianza. El empresario, el trabajador, el policía, el militar, el empleado público, el vendedor ambulante y hasta el opositor deben tener confianza en el Gobierno y en el mandatario. La confianza crea predecibilidad y eso genera condiciones de crecimiento económico y de mayor empleo.
Eso es lo del pasado que funcionó. Lo del futuro tiene que ver con la reinvención de la seguridad, que con el mundo de la inteligencia artificial y los drones hoy pone a la autoridad en una posición envidiable para combatir la criminalidad. Lo de educación debe cambiar totalmente, incluyendo desde el colegio; al igual que el acceso a la vivienda, donde hay fórmulas nuevas que permiten acceso a diversos sectores de la sociedad.
Lo fácil, contestar a esa izquierda recalcitrante. Lo difícil, construir opciones agresivas pero realistas que funcionen. Hoy en Colombia en el escenario político hay más de lo primero que de lo segundo. Por eso, Petro aún tiene el 20 por ciento de ciudadanos que lo apoyan. Aún hay tiempo de construir ese nuevo discurso de la nueva derecha, pero ¿quién, sin temor alguno, se le mide?