
Opinión
El presidente que no fue
Colombia no necesitaba un mesías. Necesitaba un presidente decente. Un buen ser humano en el cargo más importante del país. Petro pudo haberlo sido.
La política no se trata solo de ideas. Tampoco basta con tener poder. Liderar es, ante todo, una cuestión de carácter. Y por eso Gustavo Petro ha fracasado como presidente: porque su mayor déficit no es ideológico ni técnico. Es moral. Me explico.
La historia le dio una oportunidad que parecía hecha a su medida: una coalición amplia, legitimidad democrática, hambre de cambio en amplios sectores del país. Tenía narrativa, tenía votos, tenía contexto. Pero le faltó lo más importante: ser buena persona. Clave.
No en el sentido ingenuo o romántico del término, sino en el sentido profundo: ser un líder capaz de escuchar, de reconocer errores, de anteponer el bien común al personal, de gobernar con empatía, respeto y humildad. Petro ha sido lo contrario: impuntual, desorganizado, agresivo, soberbio. Un líder que confunde la confrontación con estrategia, la arrogancia con firmeza, la altanería con visión. Petro nunca entendió que tenía la responsabilidad de ser presidente para todos. Nunca logró desprenderse de su accionar subversivo. No entendió la nueva oportunidad.
Su estilo de liderazgo ha sido visceral. ¿Qué presidente serio insulta desde Twitter, llega tarde a eventos internacionales, cancela a última hora reuniones de Estado o se presenta en estado cuestionable? Su falta de disciplina no es anecdótica; es estructural y lo define. Eso ha tenido consecuencias.
Lo más leído
Las reformas que prometió con bombos y platillos –salud, laboral, pensional– están lejos de ser transformadoras. Son chapuzas: retazos de ideas pegadas con gritos desde el púlpito y defendidas por áulicos descerebrados, pagos desde redes sociales.
Gobiernos anteriores –incluso aquellos con los que Petro ha estado enfrentado– han sido más de izquierda que él, que se presenta como el progresista de los progresistas. En términos sociales, económicos y de paz, sus rivales han sido más efectivos.
Por ejemplo, Álvaro Uribe creó programas como Familias en Acción y el Sisbén III. Iván Duque puso en marcha Ingreso Solidario en plena pandemia, con impacto directo en millones de hogares. Reformas populares, incluso asistencialistas, con resultados medibles. Si me apuran, medidos en impacto y efectividad, en lo económico y social, Uribe y Duque, frecuentemente calificados por Petro y sus activistas como de extrema derecha, fueron mucho más “izquierdistas” e incluso populistas que el propio mandatario actual.
En el frente de la paz, la gestión de Petro también es decepcionante. Ni el ELN ni las disidencias han firmado acuerdos sustanciales. La violencia rural persiste. Los asesinatos de líderes sociales no ceden. Uribe logró la desmovilización de más de 30.000 paramilitares. Santos selló el acuerdo con las Farc. Petro, ni lo uno ni lo otro. Mucha retórica, pocos resultados. Se proclama como un líder de la paz, pero es incapaz en política pública y más bien un habilitador del narco y la insurgencia.
¿La razón? Su incapacidad para construir consensos. Petro no lidera, impone. No negocia, arremete. Su proyecto político se basa en la sumisión absoluta y la descalificación constante. Si no logra su objetivo a la fuerza, presuntamente lo compra. Y en lo último, lo habrían cogido con las manos en la masa. Pero la democracia no se edifica con enemigos; se construye con acuerdos.
El psicólogo Daniel Goleman, en su libro Primal Leadership, plantea que los líderes verdaderamente efectivos no son los más inteligentes, sino los más conscientes emocionalmente: los que saben conectar, inspirar, unir. Petro ha hecho lo contrario. Ha gobernado con ego, no con empatía. Con rabia, no con razón.
Colombia no necesitaba un mesías. Necesitaba un presidente decente. Un buen ser humano en el cargo más importante del país. Petro pudo haberlo sido. Tenía el relato, tenía la historia, tenía el momento. Pero le faltó lo esencial: el carácter y, sobre todo, la capacidad de perdonar tanto a los demás como a sí mismo.
Por eso, ahora que todos están buscando a alguien para el rescate, les pido que primero hagan el filtro más básico y se pregunten: ¿es buena gente? Por favor, no la volvamos a embarrar.