
Opinión
Estabilidad monetaria
Fiel a su afán de demoler las instituciones, Petro ahora la emprende contra el Banco de la República.
Una vez más, Petro ha demostrado que su concepción de la democracia consiste en que él es el intérprete único de lo que el pueblo quiere. Desconoce el principio de doble legitimidad: que tanto el presidente como el Congreso representan a todos los ciudadanos. Igualmente, desprecia la separación de poderes y la existencia de órganos de control independientes. E ignora que la obligación primera de los funcionarios públicos es actuar conforme a la ley, no atender órdenes arbitrarias. Todo lo que hoy sucede es insólito en los anales de la República. (Vaya usted a saber en los de Macondo, por cuyas calles deambulaba, según algunos cronistas, el coronel Aureliano Buendía sumido en unas trabas apoteósicas).
La decisión mayoritaria de la Junta del Banco Central, que no redujo las tasas de interés, como lo pretendía Petro, ha sido calificada como producto de una conjura política de sus adversarios. No bastándole ese ex abrupto, colmó de insultos a algunos de sus integrantes. Lo mínimo que podemos exigir a quienes aspiren a gobernarnos a partir del año entrante es decencia, compostura, respeto: mera urbanidad.
En épocas remotas, las funciones que el dinero cumplía como instrumento de pago y mecanismo de ahorro correspondían a objetos que tenían un valor intrínseco, derivado de sus atributos físicos. Monedas de oro y plata, por ejemplo. Por razones prácticas, relativas a su portabilidad y custodia, con el correr de los siglos se instauró la moneda de papel. Funciona sobre una creencia generalizada: que el emisor (hoy el Estado) entregará al tenedor, que así lo demande, una cierta cantidad de especies metálicas cuyo valor sea equivalente al nominal impreso en el billete.
En los años setenta del pasado siglo, el proveedor de dinero más importante del mundo anunció que su signo monetario –el dólar estadounidense- dejaría de estar atado al patrón oro, postura que de inmediato se convirtió en regla mundial. Desde entonces el valor de la moneda depende, en última instancia, de la estabilidad de la economía.
Lo más leído
En la actualidad, los bancos centrales regulan la oferta monetaria a través de sus operaciones con los bancos comerciales. Cuando quieren expandir la masa monetaria, bajan la tasa de interés a las que les prestan fondos, lo cual los induce a acelerar el crédito y la inversión. Para reducir el dinero en circulación, la suben y, por lo tanto, inducen a los bancos a aumentar sus depósitos en el banco central, reduciendo así la liquidez disponible. Esto mismo se logra con la compra y venta entre ellos y el Emisor de títulos de deuda pública.
La cuadratura del círculo consiste en que aunque los bancos centrales deben controlar la inflación y estimular el crecimiento y el empleo, es difícil armonizar esos objetivos. ¿Cuál es el volumen óptimo de liquidez, de modo que esta crezca sin que se produzcan fenómenos inflacionarios?
Como no existe una única postura válida para cada coyuntura, con cierta regularidad el Banco de la República resuelve si sube, baja las tasas de interés o las deja quietas. Estas decisiones son, en rigor, políticas, aunque estén precedidas de análisis técnicos rigurosos. Justamente porque así es, su composición es plural. Para garantizar que estos procesos sean transparentes, las actas de la junta directiva del Banco de la República deben recoger los fundamentos de las decisiones. Igualmente, está obligado a remitir informes periódicos al Congreso sobre el desempeño de sus tareas. La transparencia es total.
Otra cuestión importante es que los organismos monetarios deben ser independientes de los gobiernos. Como estos, especialmente en sistemas presidencialistas, son elegidos para periodos relativamente breves, y las políticas monetarias acertadas suelen requerir un horizonte temporal mayor, se procura que esos magistrados de la moneda duren más que los gobiernos. Ese es nuestro arreglo constitucional.
Un último punto es relevante. Los gobiernos populistas detestan los bancos de emisión independientes. Su anhelo consiste en convertir la emisión monetaria en un recurso tributario para poder realizar sus proyectos redistributivos sin restricciones. “Como la gente está muy pobre”, hay que darle dinero con generosidad. Y para lograrlo creen que es mejor emitir dinero que decretar impuestos. Cuando así se procede es normal que después de un corto periodo de euforia se envilezca la moneda y se tenga que dolarizar la economía. En tal caso, ¡pobres los pobres! Es lo que ha sucedido en Argentina, Perú, Ecuador, Venezuela y Cuba.
Si el Banco de la República hubiera bajado las tasas de interés, habría tal vez contribuido a fortalecer la leve recuperación que registramos. Sin embargo, es muy dudoso que ese impulso hubiere sido sostenible. En esta coyuntura la inversión productiva, que es el motor del crecimiento futuro, es escasa y la situación fiscal gravísima.
Crece sin freno el gasto público financiado con crédito, la caja del gobierno es mínima, la reducción de la inflación no avanza y, para colmo, los propósitos de austeridad fueron frenados por el presidente. La regla fiscal, que impone límites a la deuda para garantizar la capacidad de pago de la Nación, no fue cumplida el año pasado, y probablemente no lo será en este. Pronto podemos llegar a una situación en la que no haya dinero para pagar, simultáneamente, los gastos de funcionamiento, las transferencias a las entidades territoriales, el pago de pensiones y la deuda pública. ¿Qué rubros tendremos que sacrificar?
Como el recién llegado ministro de Hacienda ha dicho que para definir la política monetaria no hay para qué mirar al exterior, es preciso advertirle que su consejo es absurdo. Si, por ejemplo, bajáramos las tasas de interés cuando el Banco de la Reserva Federal eleva las suyas, como es probable que suceda para contrarrestar las consecuencias de los aranceles trumpistas, generaríamos una corrida contra el peso: los inversionistas en papeles de deuda pública saldrían a venderlos con premura y por precios reducidos.
Briznas poéticas. El gran poeta de Estados Unidos, Walt Whitman, escribió en 1865:
“Creo que una hoja de hierba, no es menos / que el día de trabajo de las estrellas, / y que una hormiga es perfecta, y un grano de arena, / y el huevo del régulo, /son igualmente perfectos, / y que la rana es una obra maestra”.