
Opinión
Falcao, Petro y la Constitución del 91
Esta actitud desafortunada y enraizada en nuestra cultura afecta hasta a los más altos estamentos de nuestra sociedad.
Radamel Falcao García está sin duda entre los tres mejores futbolistas que ha parido Colombia. Hincha de Millonarios, pero de padre cardenal, a muy temprana edad emigró por el mundo logrando posicionarse como uno de los mejores delanteros de su época. Como persona, como padre y como esposo siempre tuvo un comportamiento ejemplar, erigiéndose como un ejemplo a seguir para los colombianos.
Sin embargo, nadie es perfecto, y a Radamel, al ser eliminado la semana pasada de la final del futbol colombiano, le pudo más la tara ancestral que cargan la gran mayoría de los colombianos, aquella tara que nos llevó, de las manos de la cultura woke, al Estado social de derecho de la Constitución de 1991.
Falcao, ante la derrota de la semana pasada a manos su rival de patio, reventó después del partido y declaró airadamente su inconformismo por el arbitraje en Colombia, haciéndose él y su equipo víctima de los jueces del futbol. Los colombianos, como demostró Falcao, cargamos con la tara cultural de no aceptar la responsabilidad de nuestro destino. Palabras duras, complejas y que reflejan una cultura de mediocridad a la cual hacemos oídos sordos, dada la naturaleza misma de la tara.
Para Falcao nada tiene que ver que su equipo no haya defendido mejor, que no haya marcado más goles, que los directivos no hayan hecho más contrataciones ni que sus compañeros salieran a la cancha de El Campín arrullados por una tierna canción de cuna. Él, los jugadores de su equipo y las directivas albiazules no son los responsables de su eliminación, lo es una mafia oculta del fútbol que desde la tiniebla juega en contra suya. Algunos hinchas de Millonarios argumentan hasta que la estructura del torneo está diseñada para premiar a los mediocres, un total desdeño de la capacidad de las personas para lograr la excelencia por medio del esfuerzo y asumir sus responsabilidades en la vida. Qué daño se les hace a las generaciones futuras del país con esa postura.
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Lo peor es que esa visión hoy ya no es exclusiva de Falcao. Los reporteros presentes en la rueda de prensa, también dominados por ese aspecto perverso de nuestra idiosincrasia, aplaudieron la posición del ídolo. Para los hinchas de Millonarios, como hubiera pasado de la misma forma con hinchas de Santa Fe, Nacional o América, de haber fracasado en su intento, el problema no es de quienes tenían la facultad de cambiar su destino, sino de una mano siniestra que juega contra ellos.
Esta actitud desafortunada y enraizada en nuestra cultura afecta hasta los más altos estamentos de nuestra sociedad. Para el presidente Petro, la culpa de su evidente fracaso dirigiendo al país es de sus ministros que él mismo dirige y nombra, de la prensa, de la mano negra de la oligarquía que siempre ha mandado en Colombia. En ninguna circunstancia es de sus vicios, de su discurso incendiario, de su incapacidad de nombrar un buen gabinete y de su cercanía con los grupos al margen de la ley por medio del pacto de La Picota. A pesar de que la estructura de nuestro Estado le da inmensos poderes al presidente, este último es incapaz de asumir responsabilidades y hacerlas suyas, siempre tiene una vía de escape para huir de la excelencia y el esfuerzo: los duendes malignos que juegan contra los colombianos desde las tinieblas.
Este sentir cultural de derrota sin haber jugado, de tener el mundo en contra, proviene en parte de la doctrina católica mal aplicada, que benévolamente perdona a quien no busca el bien del prójimo ni asume las responsabilidades de vivir en sociedad. Desafortunadamente, con el pasar de los años ha llegado a inundar nuestra visión del mundo e interacción social, al punto que en 1991 torcimos nuestra Constitución en esa dirección.
La Carta Magna colombiana, enfocada en los derechos de nuestros ciudadanos, pero donde para todo efecto se ignoran sus responsabilidades frente a la sociedad, refleja en sus párrafos un entendimiento social en el cual quien no se esfuerza igual tiene derecho a una vida con educación, salud y subsidios para sobrevivir. Si bien, desde nuestra óptica errante es una visión humanitaria y sensata de la sociedad, ha llevado a nuestro pueblo a aberraciones como la pobreza, la desigualdad y el empleo informal: al fin y al cabo, en nuestras mentes, solucionar estos problemas no es responsabilidad de nadie, ni siquiera del presidente de la República, ya que existe una mano negra culpable de todos nuestros males.