
Opinión
¿Falta transparencia en medicamentos? La psicología de los excipientes
Bienvenidos a la historia de los excipientes, un problema que nos puede afectar a todos.
La noche del 31 de diciembre tuve un visitante insólito. Me encontraba de visita en Bogotá y tuve que pasarlo en cama de la mano de un virus. Me puse a curiosear las cajas de medicamentos que me enviaron. Entre ellos había un jarabe para la tos, importado, y de un hostigante dulzor propio de los engaños de la princesa Micomicona en el Quijote. Con el tiempo y gracias a este extraño acompañante, entendí que en Colombia parece haber una falta de transparencia enorme en el etiquetado de medicamentos. Bienvenidos a la historia de los excipientes, un problema que nos puede afectar a todos.
La palabra excipiente parece no decirle nada a quienes no estamos a diario en el mundo médico-farmacéutico. Se trata de los ingredientes inertes que se usan para producir un medicamento y darle forma, sabor, etc. (Ver más aquí). Por ejemplo, la fructosa, el sorbitol y el látex, entre muchos otros, pueden servir de excipientes. En Colombia se define concretamente como “un compuesto (...) que no presenta actividad farmacológica significativa (...) sirve para dar forma, tamaño y volumen a un producto (Art. 2 del decreto 677 de 1995). Ahora viene lo extraño. A diferencia de otros países, en Colombia no es obligatorio listarlos. Una guía del propio INVIMA del 2017 dice literalmente que “podrán incluirse los excipientes a criterio del interesado” (p. 22).
Entonces, ¿cuál es el problema? En el 2019, Reker et al. publicaron un estudio impresionante en Science, documentando cómo la mayoría de medicamentos tiene ingredientes de efectos adversos posibles. Lo interesante es que los excipientes llegan a componer hasta el 99% del medicamento en unos casos. Ese mismo año, la prensa española alertó sobre los excipientes, contando la historia de un gastroenterólogo que entendió cómo los excipientes derivados del trigo le estarían haciendo daño a un paciente, mientras que en general subvaloramos el tema del ingrediente “inactivo”. Me sorprende que, en Colombia y generalmente en Latinoamérica, el tema prácticamente ni existe en la opinión pública. Si uno busca en la “inteligencia artificial” de la página del INVIMA, la palabra excipiente no arroja un solo resultado, pero al menos le dice a uno ¡no te desanimes!
Entonces no me desanimé e hice más preguntas. Pues son este tipo de cosas, propias del “no-pasa-nada-deje-así”, que me hacen pensar que el consumidor/paciente en Colombia, con toda la debilidad psicológica que nuestra carga cognitiva diaria implica, está a merced de un Estado poco interesado en su bienestar. Eso se acrecienta en estas épocas de desmoronamiento institucional, cuando personas técnicas y preparadas salen de entidades clave mientras entran charlatanes politizados.
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Aquí la culpa no es de las farmacéuticas. Estas bailan al son que pone el regulador. Y no se trata de poner más burocracia, que he criticado en otras dimensiones del Estado, sino de transparencia sencilla. Lo que vemos en clase de psicología del comportamiento es justamente qué cambios sutiles en la presentación de la información pueden tener un efecto gigantesco en nuestras decisiones. Ahora pensemos en lo grave que es que ni siquiera se ponga la información.
Volvamos al jarabe de la tos y a otros medicamentos que me puse a buscar en farmacias colombianas al ver esta situación. Sucede que muchos no llevan un inserto (el folleto con la información). En la caja del jarabe solo sale el componente activo y textualmente “excipientes c.s.”. Este último acrónimo significa cantidad suficiente. La única clave que aparece en la caja es una advertencia a quienes no toleran la fructosa, para que consulte al médico, pero no se sabe ni cuánta fructosa tiene ni qué más tiene. Vaya ironía, pues en la resolución 1896 de 2023, que regula la promoción de medicamentos y que no dice nada sobre los excipientes, sí dice que hay un principio de responsabilidad social que incluye “promover la lectura del inserto/prospecto” (3.2 H). En otra guía del Invima del 2017 (ASS-RSA-GU044), que da los lineamientos para hacer los insertos, el ítem “composición” aparece como opcional. Doble mal.
Algunos expertos me dijeron entonces que las cantidades son mínimas y que por ello en Colombia no es obligatorio poner todos los compuestos. El argumento implícito de la regulación colombiana es porque no alterarían la farmacocinética del producto, es decir, su recorrido o absorción, distribución, metabolismo y eliminación (conocido como ADME en farmacología). El registro sanitario se puede renovar, así se cambien los excipientes, justo por el mismo argumento. En Europa se percataron de este problema y volvieron obligatoria una gran parte de la declaración de los excipientes en el 2003. Una lista exhaustiva que deben seguir los fabricantes europeos y que puede ser sumamente interesante para entender el problema, se encuentra aquí.
Uno de los ejemplos poderosos sobre la urgencia de transparencia se da en el caso de pacientes con diabetes. Según MinSalud, en 2021 en Colombia había cerca de 1.5 millones de personas diagnosticadas con diabetes, es decir, casi 3 de cada 100 colombianos. Si no hay transparencia con los excipientes, ¿se está afectando innecesariamente a algunas personas? ¿O hay que asumir que todos ya están informados?
Hace unos días le escribí a un laboratorio italiano para tener su visión del tema al ver sus productos en Alemania. Me pareció bueno que en un vaso de sus pastillas dan exactamente el gramaje de azúcar para que los diabéticos sepan. No creo que sea por mera benevolencia, sino por posicionar su marca y por las reglas claras que se imponen en la UE. En Colombia es urgente tomar medidas, y no es mucho pedir: que se ponga la lista de excipientes en las cajas; que las advertencias a pacientes vulnerables sean claras; que se agregue un inserto sencillo de leer.
Volviendo al Quijote, no olvidemos que detrás del dulzor de la supuesta princesa Micomicona había un suave engaño. Abramos los ojos.
PD: agradezco a los lectores que me habían escrito preguntando por qué ya no escribo con la misma frecuencia. Es verdad que el giro hacia la psicología, los escritos de ficción y la paternidad le han pasado factura a las columnas, pero me complace decirles que regreso en este 2025 con mis columnas.