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Golpe blando
Nunca antes habíamos sido testigos de una administración con tal descontrol y falta de liderazgo. El Gobierno Petro no necesita oposición, sus propios miembros son sus más acérrimos enemigos.
El presidente le ha puesto un nombre a la justificación de todas sus peleas: golpe blando. Se trata de un término que describe el uso de una estrategia soterrada para buscar sacarlo del poder. Algo que, teniendo en cuenta que el único responsable del caos que define su administración es él, resulta, por lo menos, paranoico y muy grave. Me explico.
El presidente ha encontrado en la teoría del golpe blando una justificación de su postura bélica frente a los hechos nacionales. Para el mandatario, los escándalos que resultan de su administración no son producto de sus propios movimientos o errores, sino, más bien, la conclusión de una construcción metódica en su contra. Desvariante.
La teoría del golpe blando para justificar medidas más duras y antidemocráticas es sacada del libro de texto de los autócratas latinoamericanos. Chávez, Cristina Fernández de Kirchner y Rafael Correa utilizaron esa misma narrativa de autovictimizarse para argumentar desde leyes mordaza en contra de los medios de comunicación hasta la promoción de constituyentes. Película repetida.
El mandatario arremete contra la procuradora cuando estalla el escándalo de su jefe de gabinete y su embajador en Venezuela, dispara contra el fiscal cuando se conocen detalles del andar de su hijo y de su hermano, e intenta romper el sistema de pesos y contrapesos cuando se salen de control sus ministros y se genera la crisis producto del mal manejo de la reforma a la salud. Nadie está operando un plan macabro contra él. Solo él es quien está atentando contra su propio Gobierno y administración.
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Es tal la torpeza y el autosaboteo que algunos se niegan a aceptar la incapacidad de esta administración y aseguran que todo esto es una cortina de humo para ir pasando las desastrosas reformas que cursan en el Legislativo. Pero la verdad es que es difícil creer que este Gobierno tenga una estrategia real de lo que va a hacer tan pronto como mañana.
Hay que decirlo claramente: el único golpe blando que alguien le está dando al Gobierno es el que él mismo se está propinando. Nadie, absolutamente nadie, diferente a sus propios miembros están saboteando esta administración.
El presidente Petro no gobierna, vive en medio del caos y la paranoia donde no tiene control de su alrededor. No pudo liderar a sus ministros y resultó sacándolos; no pudo controlar a sus personas más cercanas como Sarabia y Benedetti y terminó siendo rehén de su conocimiento de las prácticas más íntimas y oscuras de su entorno; y no logró manejar a su hijo y su hermano y resultó salpicado de su proceder.
Este Gobierno tiene una capacidad sorprendente e infinita de autodestrucción. Nunca antes habíamos sido testigos de una administración con tal descontrol y falta de liderazgo. El Gobierno Petro no necesita oposición, sus propios miembros son sus más acérrimos enemigos.
No se fueron las chuzadas, no se fueron los nombramientos de amigos, no se acabaron las masacres, no se acabaron las roscas. El tan mentado cambio fue realmente uno de nombre de las personas que ahora viven sabroso.
Llegó la hora de entender que así o peor serán los tres años y poco más que quedan de esta administración. Por lo que no queda otra que asumirlo e intentar llegar con vida hasta el otro lado de la orilla. Tal vez lo único que nos queda, como para no terminar de acabarlo todo, es intentar vivir como Perú, en donde la actividad económica está desprendida de los desastres políticos. No podemos vivir paralizados ni contagiados de esta desazón diaria que emana de Palacio. Si los congresistas y las cortes hacen su trabajo y no les dan vía libre a las reformas que amenazan con acabar económicamente el país, podremos poner a un lado este sainete autodestructor para intentar retomar las actividades económicas del país. Del ahogado, el sombrero.
Hoy muchos petristas están arrepentidos y sorprendidos por lo que está ocurriendo. Increíble, todo esto era completamente previsible. El país fue advertido hasta el cansancio, pero pudo más el deseo de poder de los políticos de siempre que camaleónicamente cambian de principios, la avaricia de algunos empresarios que le facilitaron aviones y recursos a la campaña, y figuras públicas y periodistas que, guiados por sus odios personales, se sumaron a los que corrieron la llamada línea ética para borrar a sus rivales. Hoy todos ellos nos tienen jodidos.