
Opinión
Hacia la excelencia empresarial
Afortunadamente, la gran mayoría de los empresarios colombianos son personajes ejemplares que generan bienestar a sus compatriotas.
En estas épocas, la clase política anda desprestigiada por los comportamientos solaces de los poderes del Estado. El Gobierno anda en escándalos de corrupción y se aplica con sevicia a destruir lo que funciona para los colombianos.
Los expresidentes del Senado y de la Cámara de Representantes están bajo las rejas y algunos congresistas, imputados o en proceso de imputación. La justicia, no solo cojea, sino que se arrastra en casos como el del incumplimiento de los topes electorales y el de Nicolás Petro.
La Fiscalía demuestra un nivel paupérrimo en sus acusaciones, como en el caso del expresidente Uribe, y los organismos de control parecen inexistentes ante la corrupción rampante. Los partidos políticos se enfrascan en pugnas internas, en vez de prepararse para las elecciones del 26.
Sin embargo, la gravedad de estos hechos no exime que los demás grupos sociales, muy poco cuestionados, nos miremos al espejo y nos demos cuenta de que no estamos libres de culpa. Primero, los colombianos poco aplicamos la sanción social a quienes tienen comportamientos inapropiados, siendo costumbre en nuestro país que, independientemente del actuar de las personas, estemos dispuestos a interactuar con ellas si podemos lograr un beneficio, sean ellos funcionarios públicos, gobierno o empresarios.
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Adicionalmente, es triste ver que se ha vuelto más común, de pronto por los mensajes frecuentes que se han emitido desde cierto espectro político, ver con buenos ojos a quienes delinquen y les causan enormes daños a sus congéneres, como los grupos al margen de la ley, las élites indígenas que oprimen a sus pueblos y los evasores de impuestos. Son costumbres que por el bien del prójimo deben cambiar.
Afortunadamente, la gran mayoría de los empresarios colombianos son personajes ejemplares que generan bienestar a sus compatriotas, a punta de trabajo honesto y una visión de desarrollo de país. La imagen positiva de los empresarios, que se encuentra en 58 %, con una imagen negativa del 37 %, es un gran resultado que puede mejorarse.
Para ello, la clase empresarial, hoy bastión de la democracia y del desarrollo en el país, debe esmerarse en seguir mejorando sus costumbres comerciales, condenando a aquellos que ensucian su imagen.
Nuestra clase empresarial aún cuenta con algunos exponentes de comportamiento poco digno que, no necesariamente, llegan a la estatura de aquellos que hacen negocios turbulentos con el Estado de manera repetida, como Emilio Tapia o el Clan Torres. Son aquellos menos visibles que, cuando se saludan entre ellos, se corrigen elogiándose porque no son doctores, pero sí… señores.
Personajes que irrespetan las reglas con frecuencia, las reglas de juego del capitalismo, que compran costos para declarar menos impuestos, les pagan a sus empleados por debajo de cuerda para evitar pagar prestaciones sociales y sobornan a los representantes de sus contrapartes con el fin de ganarse un contrato o un negocio inmobiliario. Frecuentemente, son los mismos que, utilizando la posición de poder en su empresa, acosan a sus empleados llevándolos al llanto con insultos o conductas cercanas al acoso sexual, pero que, paralelamente, financian obras de caridad y son cercanos a empresas con orientación religiosa.
Dado su éxito empresarial, hacen parte de clubes sociales en los que ocasionalmente agreden físicamente a los caddies de tenis o de golf mientras se vanaglorian de sus negocios. Tienen clanes de amigos con quienes participan en negocios que, por conveniencia financiera, son áulicos de sus posturas y hacen la vista gorda a sus comportamientos inapropiados. Aquellos que se atreven a poner en duda su quehacer social y empresarial son expulsados de las juntas directivas a las que son invitados y reemplazados por personas afines.
Suelen ser cercanos a bufetes legales que hacen lo necesario “para ganar plata”, disparando demandas temerarias a diestra y siniestra para responder a sus caprichos, sin respeto por el juramento que toman los abogados al graduarse; personajes que pueden llegar a hacerse con lujosas oficinas demandando paralelamente en múltiples juzgados a sus propios clientes, pero que —en secreto— se burlan de quienes los contratan con apodos que corresponden a rangos eclesiásticos.
Como empresarios, no nos podemos dejar confundir por el desastre que se está viviendo en las instancias públicas y debemos dar ejemplo con nuestro comportamiento, como nuestra cuota de apoyo al país. Un sector empresarial unido bajo posturas éticas es el mejor contrapeso que podemos construir en apoyo a Colombia.