Camilo Prieto Columna Semana

Opinión

Israel, Irán y el umbral nuclear

Los ataques a instalaciones nucleares reconfiguran el equilibrio regional y desafían los marcos del derecho internacional.

Camilo Prieto Valderrama
19 de junio de 2025

Los recientes bombardeos de Israel sobre instalaciones nucleares en Irán han marcado una nueva fase en la tensión regional, agravando un conflicto que desde hace años oscila entre la diplomacia fallida y las acciones encubiertas. A diferencia de ataques anteriores, esta vez, los objetivos fueron instalaciones clave del programa nuclear iraní y los impactos, según el Organismo Internacional de Energía Atómica (IAEA, por sus siglas en inglés), fueron sustanciales.

La planta de Natanz, epicentro del enriquecimiento de uranio en Irán, sufrió daños en su unidad piloto y en la red eléctrica que alimenta a cientos de centrifugadoras. También se reportaron afectaciones severas en centros de fabricación de estas centrifugadoras ubicados en Karaj y Teherán, así como daños en el Centro de Tecnología Nuclear de Isfahan, donde se realiza la conversión del óxido de uranio en hexafluoruro de uranio, etapa previa al enriquecimiento.

En todos los casos, la IAEA ha verificado que no se han producido fugas radiactivas al ambiente, aunque sí se ha reportado contaminación química interna por compuestos vinculados al ciclo del combustible nuclear.

La planta subterránea de Fordow, por su parte, fue blanco de ataques, pero su resistencia geológica y profundidad han limitado los daños. Fordow está enterrada bajo una montaña y su diseño responde justamente a la posibilidad de agresiones externas. Este tipo de infraestructura permite a Irán continuar el enriquecimiento en cascadas de centrifugadoras, incluso en escenarios de ataque. Esto significa que, aunque las capacidades iraníes han sido golpeadas, no han sido completamente eliminadas.

Israel ha justificado esta ofensiva alegando que el programa nuclear iraní, aunque públicamente presentado como civil, tiene fines bélicos.

Su principal argumento es técnico: Irán ha enriquecido uranio a concentraciones del 60 % e incluso se han detectado partículas con enriquecimiento del 83,7 %, muy cerca del umbral del 90 % necesario para fabricar un arma nuclear. Además, Tel Aviv asegura que la cantidad de uranio acumulado con ese nivel de pureza permitiría, en teoría, la construcción de múltiples ojivas. Otro elemento clave es la duplicidad de la infraestructura iraní, que incluye no solo enriquecimiento y conversión, sino también plantas activas para producir las centrifugadoras necesarias.

A ello se suma la inteligencia israelí, que indica que Irán estaría acercándose a una “capacidad de umbral”, es decir, la posibilidad de desarrollar un arma nuclear en tiempos muy cortos si se toma la decisión política de hacerlo. Estas aseveraciones, sin embargo, no siempre coinciden con los análisis de otras potencias, como Estados Unidos, que si bien comparten la preocupación, no han afirmado que Irán esté, actualmente, desarrollando un arma de forma inminente.

Es importante recordar que Irán es signatario del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), lo que le prohíbe fabricar armas atómicas, aunque reconoce el derecho a desarrollar tecnología nuclear con fines pacíficos. Hasta 2018, ese equilibrio fue vigilado por el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA), del que Estados Unidos se retiró unilateralmente.

Desde entonces, las garantías de transparencia se han debilitado: la IAEA ha reportado restricciones en el acceso a ciertas instalaciones, así como falta de información oportuna. Irán insiste en que su programa es pacífico, pero el enriquecimiento a niveles tan elevados, sin una justificación técnica clara para uso civil, plantea dudas legítimas en la comunidad internacional.

En términos estratégicos, el golpe ha debilitado parte de la capacidad operativa del programa nuclear iraní, especialmente en términos logísticos y de reposición de componentes, como las centrifugadoras. Pero no lo ha desmantelado. La verdadera incógnita es si este tipo de acciones frenan el programa nuclear de Irán o si, por el contrario, lo aceleran, alimentando la narrativa de autodeterminación frente a una agresión externa.

El desafío global sigue siendo el mismo: evitar que Irán alcance capacidad nuclear armamentística, pero hacerlo dentro del marco del derecho internacional, sin recurrir a acciones militares que ponen en riesgo a miles de civiles. Condenar estos ataques no significa ignorar las preocupaciones sobre el programa nuclear iraní, sino reafirmar que ningún Estado está por encima de la regulación internacional. Solo una respuesta coordinada, transparente y basada en la verificación técnica podrá garantizar que Medio Oriente no se convierta en un escenario guerra prolongada.

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