OPINIÓN
Juanes
Hoy quiero darle las gracias a Juanes. No por el merecido reconocimiento como Persona del Año de los Latin Grammy, sino por la persona que ha sido todos estos años para este país que sigue teniendo A Dios le pido como un himno.
A Juan Esteban Aristizábal se le han hecho todos los homenajes musicales posibles, se ha llevado todos los premios. Pero los colombianos tal vez no le hemos agradecido lo suficiente - ¿no lo hemos comprendido? - la dulce e intensa forma como ha cantado nuestra tragedia, la manera como puso a sonar la realidad violenta que, a pesar de sus plegarias en tantas canciones, aún nos rodea.
Todos, sin exagerar, tenemos una canción de Juanes en el corazón y muchas en nuestra lista de favoritas. A Dios le pido fue la canción por excelencia del año 2002, repleto de guerra y violencia, un país caótico, desmadrado. Entonces, todos cantábamos y Juanes pedía sin desentonar y sin caer en los lugares comunes de la canción protesta de los 70, simplemente hablándole a su generación: “A Dios le pido que mi pueblo no derrame tanta sangre y se levante mi gente”.
El álbum “Un día normal” contiene, precisamente, esa cotidianidad violenta que se normaliza en este país y que mantiene vigentes sus canciones gracias, además, a la mezcla con ritmos nuestros, entretejidos y familiares. Ha sabido entonar nuestras desgracias. Y nos ha permitido mostrar también ese lado amoroso y familiar que tenemos.
Veinte años han pasado y millones en Latinoamérica cantan A Dios le pido con especial fuerza para pedir por la vida de sus amores, amigos, vecinos y por su propia vida. La incertidumbre frente a la violencia urbana, la de las mafias y grupos armados que asuelan el campo no permite que pase de moda.
Juanes ha sido el trovador de nuestro tiempo. Y lo ha logrado sin sectarismos, acudiendo a lo más importante: defender la vida, pero la de todos. Sus letras hablan por igual de desplazados como de soldados que esperan regresar vivos a sus casas. Canta sin falsos patriotismos, recogiendo la violencia y el dolor que se siente en todos lados.
En 2004 llega “Mi sangre” con La camisa negra, ese himno a la tusa rabiosa, tan colombiana, que no es el despecho mexicano, sino la rabia por el desamor o el rechazo. Siempre tenemos una tusa por lo que no fue, por alguna orfandad, por todo lo contrariado, sean amores o gobiernos. La tusa está en nuestro ADN y la Camisa negra siempre a mano.
En ese mismo disco canta Sueños, para los secuestrados: “Sueño libertad para todos los que están secuestrados hoy en medio de la selva/ Sueño con la paz de mi pueblo desangrado y el final de esa injusta guerra”. Ahí, entre acorde y acorde va metiendo la realidad para miles de colombianos, la esperanza del amor, de llegar a viejos, de vivir en paz.
Creo que en ese momento Volverte a ver fue un reconocimiento a los soldados del país como nunca lo habíamos dimensionado: jóvenes con ilusiones y con la permanente duda de si volverían a ver a los suyos, a sus amores:
Daría lo que fuera por volverte a ver/ Daría hasta mi vida y mi fusil, mis botas y mi fe/ Por eso en la trinchera de mi soledad/ Tus ojos son mi luz y tu esplendor mi corazón
Lo único que quiero es poder regresar/ Poder todas las balas esquivar y sobrevivir/Tu amor es mi esperanza y tú mi munición/Por eso…
Al fondo, la batería disparada, como una ráfaga de metralla. Rockero con causa: acercarnos de manera más humana al conflicto armado del país.
Y ese otro himno para los soldados de este país, camuflado en una canción romántica: “Cuando tú me dices a media voz que no me vaya/ Me siento indestructible como un cañón de metralla”.
Llega el 2007 y Juanes nos recuerda que “La vida es un ratico” con otra carga de fondo, Minas piedras, que canta con Calamaro, donde recoge el dolor de las minas antipersona, piedras del camino que desplazan familias y tanto afectan a los niños. Es una canción más densa, triste, precisamente en los años donde las minas antipersonales han llegado a su pico de impacto contra miles de colombianos que viven en el campo:
Los árboles están llorando /Son testigos de tantos años de violencia/ El mar esta marrón, mezcla de sangre con la tierra/ Pero ahí vienen bajando de la montaña con la esperanza/ Las madres que ven por sus hijos/ Y que sus libros para la escuela son su soñar/ Pero ahí vienen bajando de la montaña con la esperanza/ Hombres y niños mal heridos, buscando asilo/ Buscando un sitio, para soñar y amar.
Un año antes crea la Fundación Mi sangre (2006), que resulta precisamente de esa preocupación social de Juanes y su afán por una educación para la paz. En 2008 hace el concierto Paz sin fronteras en la frontera colombo-venezolana. En P.A.R.C.E (2010) le canta Segovia, donde narra la horrible masacre de los paramilitares.
Luego llega el Concierto para la paz (2010) en la Comuna 13 de Medellín, donde bandas de música y bandos se reúnen en el escenario. En 2014 presenta Soñar es un derecho, contra el reclutamiento infantil y luego lanza Somos tesoro, contra el trabajo infantil en zonas de minería artesanal. No se detiene.
Juan Esteban Aristizabal y Juanes, las dos caras de esa misma moneda llena de talento, se la jugaron por la paz de Colombia sin medias tintas, por el país y no por una única postura. Hay muchos artistas colombianos contemporáneos que nos han movido y alegrado, pero ninguno ha narrado la Colombia del Siglo XXI como lo ha hecho él, hablándole a todo el país, siempre con buen tono y sin estridencias. Hoy lo oigo más intergaláctico y extraño esas letras que narran esta tierra con todos sus matices.
Me encanta Juanes, desde tiempos de Ekhymosis, entonces con una cara redonda, casi de niño, y el pelo muy largo. Como miles de personas en Colombia, he seguido sus pasos y canciones. Y hoy creo, como bien lo dijo Fonseca el miércoles en la noche, que Juanes es una insignia de Colombia. Es hora de reconocérselo.