
Opinión
La importancia de llamarse León
Poderoso mensaje ha enviado Robert Francis Prevost al adoptar el nombre de León XIV.
El nombre que escoge un cardenal al ser elegido pontífice encierra un hondo significado. A quien adquiere la capacidad de mantener la mayor influencia moral y ética sobre los líderes del mundo se le da la potestad de cambiar su nombre de nacimiento, siempre un nombre asignado sin el propio discernimiento.
Pocas opciones tienen los máximos jerarcas de la Iglesia católica. El nombre escogido por el papa Francisco lució como una apertura a tiempos modernos. Y así fue su pontificado: sencillo, carismático, con una humildad notoria, pero conmovedora.
Francisco I abrió la puerta a una iglesia para los tiempos modernos, pero fue tremendamente consciente de que no podría transformarla completamente en su tiempo de pontificado. Dos mil años de historia en que los diversos intentos de modernización casi siempre han sido continuados por periodos de conservadurismo, timidez o incluso retroceso.
Muchos católicos y no católicos sintieron con gran inquietud la partida del papa Francisco y la posibilidad de un nuevo pontificado en el que se buscara dar marcha atrás en una larga tarea que millones de mujeres, jóvenes e incluso sacerdotes esperan de una iglesia que dé mensajes de esperanza y moderación en un mundo contagiado por los extremos y las personalidades.
Vivimos un mundo en el que los privilegios, el dinero y las nuevas burocracias que instrumentan a los obreros parece ser la norma. En ese convulsionado planeta, millones de personas sentimos un inmenso alivio cuando, a través de las puertas del balcón vaticano, apareció ese hombre pequeño, con la expresión que corresponde a quien ha caído en esa inmensa responsabilidad, frente a los convulsos tiempos que corren.
Pareciera que el cónclave hubiese encontrado la figura de ensueño. Un pastor en toda la extensión, un hombre de sólida formación humanística que ha recorrido y vivido en las barriadas pobres de Latinoamérica. Uno que se hizo latinoamericano por decisión propia, pero también nacido en las entrañas del imperio y, por tanto, con la capacidad de generar contrapeso a las fuerzas que buscan etiquetar e instrumentar al mundo y sus pobladores desde todos los extremos.
Notorio también que a un jesuita —por excelencia, los hombres de mundo de la Iglesia—, lo suceda un agustino: un hijo del pensamiento transformador. Millones de hombres y mujeres perdidos en las barriadas de Calcuta, en las favelas de Río o en las calles de Nairobi, esperan un nuevo amanecer en el que la humanidad se imponga sobre la dominación y el poder de la corrupción que invade a los gobiernos. Un mundo que no quiere más guerras, sino mayor humanidad, espera mucho en los mensajes y acciones de este nuevo papa.
Y encima de todo, eligió quizás el nombre más poderoso dentro de toda la tradición de la Iglesia de Roma: León, un nombre con historia. León I Magno detuvo sólo usando su palabra y presencia nada menos que al conquistador Atila a las puertas de Roma. León III coronó a Carlomagno como emperador del Sacro Imperio Romano en la Navidad del año 800, quien impidió la destrucción de la iglesia por los bárbaros.
Pero León XIII, el antecesor del actual papa, ha sido quizás uno de los más extraordinarios reformadores de la Iglesia católica. Su encíclica Rerum novarum sentó las bases de la doctrina social de la Iglesia. En medio de un mundo convulsionado por la revolución industrial que abrió las puertas al futuro de la humanidad, pero también planteaba los primeros vientos de la explotación de los trabajadores. El papa León XIII —un franciscano— reveló al mundo los conceptos de justicia social y protección a los desposeídos, reconociendo el valor de la propiedad privada y el progreso. La visión plasmada en su encíclica dio origen a los conceptos de la democracia cristiana y la seguridad social, como instrumentos de conciliación entre las fuerzas del capital y el trabajo.
Un casi desconocido pero importante ejemplo en Colombia de la visión de León XIII fue la obra del jesuita José María Campoamor, quién en 1911 fundó el Círculo de Obreros, plasmando un ideal de vida cristiana mediante el ahorro y la cooperación entre los ricos y los pobres. Desde una clase obrera respetada e integrada con un capitalismo basado en la justicia social. Su obra marcó una época de nuestra sociedad y que hoy continúa la Fundación Social.
Poderoso mensaje ha enviado Robert Francis Prevost al adoptar el nombre de León XIV. Inicia su pontificado en un mundo casi consumido entre hegemonías: por un lado, un capitalismo que pretende instrumentar el poder económico y la tecnología hacia la exclusión; por el otro, los progresismos irremediablemente perdidos en la corrupción y defensa de las prerrogativas de aquellos que, desde sus intereses particulares, dicen representar a los trabajadores del mundo.