
Opinión
La mayor amenaza a la democracia: los narcos
Arrancar con Venezuela es un buen inicio de esta nueva etapa de la lucha contra las drogas. Gracias, presidente Trump; por favor, no baje la guardia.
El crimen organizado, en especial el que se nutre del narcotráfico, desde mediados de la primera década de este siglo cambió y como un cáncer hizo metástasis en toda América Latina, convirtiéndose en la gran amenaza a la democracia y a la libertad en la región. ¿Qué pasó? ¿Cómo es que lo que Colombia vivió en carne propia en los ochenta se extendió por todo el continente? Hay cuatro razones fundamentales para que esto se diera.
La primera es la expansión de los carteles mexicanos en todo el continente. Durante décadas, México convivió con el narcotráfico y creó ese monstruo que hoy controla la mitad del país. Cuando Felipe Calderón decidió como presidente confrontar esa amenaza, una de las reacciones del crimen organizado fue trasladar negocios a otros países y en pocos años tener presencia, en especial en la costa del Pacífico, desde el río Bravo, o Grande, hasta la Patagonia. Hoy operan a través de las redes criminales locales que fortalecieron, y que utilizan no solo su modelo de violencia, por cierto, sino también el del control político y territorial. En las pasadas elecciones en México asesinaron a 34 candidatos, y las muertes de los candidatos presidenciales Fernando Villavicencio en Ecuador y Miguel Uribe en Colombia no son una casualidad.
La segunda es la llegada masiva de mafias de otras partes del mundo a la región. La principal, Hezbollah, que si bien estaba desde hace décadas en la triple frontera, hoy se ha expandido y opera en múltiples países en negocios de narcotráfico y oro ilegal. La mafia albanesa aterrizó en Ecuador, por invitación de su presidente Rafael Correa, quien les abrió las puertas; la rusa, con base en Venezuela, y la llegada de la mafia china, que hoy está no solo en el lavado de activos, sino también en el negocio de precursores químicos, como el fentanilo, del contrabando y tráfico ilegal de personas y de fauna. Estas mafias, además, tienen un objetivo geopolítico del que se benefician sus países de origen.
La tercera es la consolidación de narco-Estados, Venezuela siendo el más importante. Desde allí operan libremente todas las mafias antes mencionadas, a las que hay que sumarles los carteles colombianos, las Farc y el ELN, y obviamente el cartel de los Soles, creado por Chávez hace más de 20 años y consolidado por Maduro y su cleptocracia mafiosa donde están Diosdado Cabello, Padrino López y los hermanos Rodríguez.
En Colombia la situación empeora, pero no debemos olvidar que comenzó con el crecimiento exponencial del cultivo y producción de coca durante el Gobierno de Juan Manuel Santos, quien desmontó el Plan Colombia. Entre 2013 y 2018, la coca pasó de 40.000 a 200.000 hectáreas. A ese terrible escenario, que desafortunadamente el presidente siguiente, Iván Duque, no reversó, hay que sumarle que el Gobierno de hoy en mi país solo ha beneficiado a los narcos. En estos últimos tres años, pasamos de 200.000 a 270.000 hectáreas de coca y la producción pasó de 1.600 toneladas métricas a cerca de 2.600. Además, no debemos olvidar que el Gobierno los sacó de la cárcel para asistir a un evento político de Petro y hoy tiene en el Congreso una ley que francamente los beneficia.
México es, en unas partes, un narco-Estado. La mitad de los estados los controla totalmente la mafia, y negocios como el del aguacate o el limón hoy forman parte de sus intereses económicos, por no decir que también los controlan. La llegada de AMLO al poder y su política de “abrazos y no balazos” los integró al proyecto político de Morena, algo que Petro, con su paz total y su discurso del “petróleo es peor que la coca”, pretende hacer lo mismo en Colombia. Las elecciones de 2026 son un punto de quiebre en este terrible escenario que Petro le quiere dejar a Colombia.
La cuarta, tristemente, es la complicidad de algunos gobiernos de Estados Unidos. Hoy, afortunadamente, el presidente Donald Trump entendió la profundidad de esta amenaza y convirtió a estas organizaciones criminales en organizaciones terroristas trasnacionales y en un problema de seguridad nacional. Sin embargo, Estados Unidos, muchas veces, lo que hace con la mano lo borra con el codo. Dos ejemplos de mi país. El primero, el de la administración de Barack Obama, que después de billones de dólares de esfuerzos y de grandes resultados, fue cómplice del desmonte del Plan Colombia y del crecimiento de la coca y del negocio. El segundo, el Gobierno de Joe Biden, quien para no “incomodar” al presidente Petro, porque sabía lo que se venía, acabó con la medición de hectáreas de coca en Colombia. Ya todos sabemos cuál fue el resultado de ambas decisiones.
¿Qué viene? Primero, la responsabilidad compartida, donde Europa tiene que participar. Hoy el consumo europeo y la rentabilidad del negocio de la coca allí están por las nubes. No se pueden seguir haciendo los de la vista gorda. Segundo, una guerra regional en la que los países que no cooperen sean sancionados con aranceles y otro tipo de acciones. Tercero, una nueva guerra contra las drogas donde la tecnología es el gran aliado de los Estados y no de los criminales. Cuarto, la persistencia debe ser el eje de la acción, siempre con la mirada de la seguridad nacional.
Arrancar con Venezuela es un buen inicio de esta nueva etapa de la lucha contra las drogas. Gracias, presidente Trump; por favor, no baje la guardia.