Camilo De Guzmán Columna Semana

Opinión

La rana ya hierve

Colombia ha llegado a un punto de inflexión moral, político y económico.

Camilo De Guzmán Uribe
28 de octubre de 2025

Lo advierte el magnicidio de Miguel Uribe Turbay, el resurgimiento del terrorismo, la pérdida del control territorial, un déficit fiscal desbocado, el peligroso escalamiento de la confrontación de Petro con Estados Unidos y su convocatoria a una asamblea constituyente maoísta.

Aunque ya debería ser claro, para muchos aún es difícil verlo. Desde hace tres años, han querido evaluar al Gobierno Petro con indicadores de gestión tradicionales. Les ha sido difícil entender un gobierno que no gobierna y que produce escándalos más rápido de lo que podemos procesarlos.

Lo cierto es que él está jugando otro juego, con otras reglas y otros tiempos.

Su estrategia es cada vez más clara: el caos como método y la confrontación como combustible. Y con ella ha logrado mantener al país en un estado de confusión permanente —primero, sorprendido; luego, abrumado, y ahora, anestesiado— mientras su verdadera agenda avanza.

Petro ha dedicado su vida a instaurar el socialismo en Colombia. Esa es su agenda declarada.

Fiel a su origen insurgente, entiende el poder del símbolo, el antagonismo y el relato para lograrlo. Recordemos que, así como el M-19 se dio a conocer con el robo de la espada de Bolívar, Petro lanzó su gobierno con una controversia inventada para apropiarse de su carga simbólica.

En su trayectoria de guerrillero a presidente, Petro siempre ha vivido por alimentar el mito que alienta la lucha. Por eso vale la pena analizar su confrontación con el gobierno del presidente Trump, no solo como una crisis diplomática, sino como parte de su estrategia de comunicación política de cara a 2026.

Para Petro, la confrontación con Trump es una táctica de antagonismo estratégico. En la lógica insurgente, el adversario define la causa y al enfrentarse con Trump, Petro logra activar los reflejos emocionales de su base: antiimperialismo, victimización, resistencia. Petro no casó la pelea con Trump por error ni por impulso, sino porque le permite reforzar su identidad y consolidar a sus bases.

También utilizó la confrontación como táctica de ‘pre-suasión’; es decir, para instalar una defensa antes de ser atacado. De eso se trató su reciente discurso en la ONU sobre Gaza y su incendiario llamado a la insurrección entre el ejército de Estados Unidos. Detrás de un velo humanitario, Petro buscaba blindarse frente a la presión de Washington sobre el régimen de Maduro por sus vínculos con el narcotráfico.

Sabía que podría salir salpicado y su teatro le sirvió para instalar la idea de que cualquier acción o sanción en su contra sería una represalia por su posición frente a Gaza. Ahora que el conflicto en Gaza empieza a enfriarse, traslada el foco y escala su confrontación personal con Trump a una pelea nacional para mantener el blindaje político que su discurso antiimperialista le proporciona.

Aunque una confrontación con su principal socio comercial y aliado militar en nada le sirve a Colombia, a Petro sí le conviene para lograr sus objetivos. Incluso las sanciones de Washington —el retiro de su visa y su inclusión en la lista OFAC— son aprovechadas por Petro para desplegar varias tácticas coordinadas.

Ante cada sanción, Petro usó la táctica de difusión del golpe, con la que amplió la superficie para diluir su impacto. Así, convirtió una sanción personal —deliberadamente limitada a él, su hijo y su entorno más cercano por conductas específicas— en una supuesta afrenta contra Colombia entera.

Con base en ello, convocó al pueblo a “rodear la bandera”, buscando agitar un sentimiento de agravio nacional, en una actitud digna de Luis XIV, en que cualquier crítica contra él se convierte, por arte de su retórica, en una crítica contra Colombia, como si Petro fuera el Estado y la patria.

Luego, aplicando el principio de desviación, Petro redirigió los señalamientos en su contra, amplificados, hacia sus opositores, a quienes acusó de tener vínculos con la mafia y el narcotráfico. Los acusó a todos para minimizar su responsabilidad y posicionarse como “el primero que denunció”.

Los resultados de la consulta del Pacto Histórico demuestran que con todos estos recursos ha logrado cohesionar a su base y construir un movimiento con una identidad clara y un mito capaz de movilizar votos. Una situación es realmente alarmante porque a pesar de que dos de tres colombianos reconocen que el país va por mal camino, ha logrado consolidar una base de cerca de un tercio del electorado. Suficiente para conservar el poder si quienes se oponen a la izquierda radical no llegan unidos.

Por eso, para quienes reconocemos el peligro que Petro representa y queremos que Colombia recupere el rumbo, es importante no caer en sus trampas y señalar sus falacias con claridad y contundencia.

Las sanciones de Washington no son contra Colombia. La descertificación vino acompañada de un waiver que evitó consecuencias mayores. No nos han subido los aranceles. Estados Unidos ha reiterado su respeto por el pueblo colombiano y reconocido a Colombia como aliado estratégico. Aunque el petrismo pretenda presentarlo como una afrenta nacional, las sanciones van dirigidas a él, no al país.

La verdadera injerencia extranjera en nuestra democracia no viene de Washington, sino de Caracas. El general Hugo Carvajal —exjefe de inteligencia chavista— confesó que el régimen venezolano financió la campaña de Petro. El chavismo ha dado refugio durante décadas a estructuras narcoterroristas que han atentado contra la democracia colombiana. Y Petro le entregó nuestra seguridad energética a un régimen autoritario (el mismo error que Alemania cometió con Rusia), a costa de nuestra soberanía.

Los hechos de corrupción y vínculos del Gobierno Petro con el narcotráfico no pueden ignorarse. Su hijo aceptó dinero sucio para su campaña; su hermano visitó a varios narcos en la cárcel previo a las elecciones; su jefe de gabinete interrogó a una empleada tras la pérdida de tulas con efectivo; su ministro del Interior, Benedetti, advirtió tener información para hundir al gobierno y que todos se irían presos. Tampoco podemos olvidar que el M-19 se alió con Pablo Escobar en la toma del Palacio de Justicia.

Lejos de ser una víctima, Petro se ha caracterizado por su carácter autoritario y el matoneo. Desde el púlpito presidencial, ataca y deshumaniza a la oposición, a la que tilda de “mafiosa” y “fascista”. Califica a los empresarios de “esclavistas” y a las periodistas como “muñecas de la mafia”. Y a quienes criticamos su confrontación sin sentido con Estados Unidos nos llama “apátridas”, “cipayos” o “gusanos”. Su uso de la bandera de guerra a muerte contra la oposición deja claro su talante antidemocrático.

Nos están aplicando la estrategia de la rana hervida. Nos vienen subiendo la temperatura lentamente, acostumbrándonos al caos para que no nos demos cuenta cuando todo hierva. Pues ese momento llegó.

Es hora de despertar y entender que lo que está en juego en 2026 no es la elección de un gobierno, sino el modelo de país. Debemos decidir si seguimos tolerando el caos o recuperamos el orden; si preferimos el aislamiento o la cooperación con el mundo; si apostamos por la democracia o nos dejamos arrastrar hacia una nueva mutación tropical del socialismo; si seguimos construyendo la república de Libertad y Orden que Bolívar y Santander nos dejaron, o si nos convertimos en otro triste experimento autoritario.

Estamos en la olla y el agua ya hierve. Aún estamos a tiempo de saltar. Pero sin unidad entre demócratas, todos moriremos hervidos.

Noticias relacionadas

Noticias Destacadas