
Opinión
La realidad no es opcional
De nuevo vimos al presidente intoxicado en su comparecencia en la apertura de las sesiones ordinarias de la cuarta legislatura del presente congreso.
En esta oportunidad no estaba embriagado, pero sí intoxicado: de sí mismo claro, en otra demostración de su inagotable narcisismo; de sus fantasías del fin del mundo; de la necesidad patética de mostrarse como economista y dar lecciones y de tantas otras fantasías ridículas y acomodadas con las cuales pretende redefinir la historia y el presente apunta de adjetivos, slogans y trivializaciones. Más de lo que tanto hemos padecido y que sus asesores mediáticos promueven y estimulan, borracho o no, para alimentar la humareda continua con la que distraen a la opinión y cautivan a la prensa sumisa y también a la necesitada de clics.
Pero en esta la alocución ante el Congreso apareció algo nuevo. Después del patético 50+1=49 de la pasada alocución, ‘la borracha’ para que nos ubiquemos, el presidente inundó al Congreso de todo tipo de datos y estadísticas sobre los logros de su Gobierno. Agricultura, financiamiento popular, turismo, destrucción de la industria del carbón, para todo disparaba datos para reclamar que algo ha ejecutado, algo ha logrado de su profuso catálogo de promesas del plan de desarrollo.
Lucía afanoso comparándose con Duque y reiteraba, en el más mágico de los cinismos, que los demoledores costos del endeudamiento, que superan el 30 % de su presupuesto 2025, no eran culpa de él y sus nefandos ministros de Hacienda que han disparado frenéticamente la deuda pública interna y externa. Sino que eran culpa del Banco de la República que no le daba la gana de bajar las tasas de interés porque quería enriquecer a los banqueros, hoy los principales compradores de deuda del tesoro.
Aun para la frenética y complaciente bancada del Pacto Histórico, propia en sus vivas y aplausos del Komintern más embelesado con Stalin, se siente el peso del desastre que se les viene en las elecciones del 2026.
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Múltiples encuestas regionales de pregunta abierta, hechas a nivel regional y sin el sesgo de las encuestadoras nacionales, adeptas siempre a los grupos económicos que demandan matizar el resentimiento de la opinión con el gobierno para no enervar al tigre, muestran, no solo la impopularidad mayoritaria de Petro, sino el desprecio severo por sus ostensibles defectos personales. Su alcoholismo, su pereza reflejada en sus continuos incumplimientos, sus otras adicciones, sus mentiras patológicas y su percibida corrupción o tolerancia con ella, son algunas de las percepciones principales sobre el presidente que brotan de manera recurrente en capitales y departamentos del país.
La insatisfacción con la degradación del orden público, el deterioro acelerado de la calidad de atención en salud y la preocupación con el futuro económico dominan la percepción nacional de manera irremisible como responsabilidad del Gobierno. Una realidad que aplasta.
La estrategia primaria de que todos los problemas son culpa de otros y el eficaz y cacareado “no me dejaron”, enfocados a culpabilizar y crear grandes demonios para galvanizar a su público, han dejado de operar, posiblemente por el abuso ya casi risible.
La hábil y llamativa publicidad oficial publicada en la televisión pública abierta y en cuanta separata y medio local consigue el Gobierno, parece que no tiene el alcance requerido para paliar la realidad del desastre.
Los regimientos de influencers siguen siendo eficaz caja de resonancia, pero no tienen ya la credibilidad que sus contratos, privilegios y excesos han erosionado.
Así que parece que el Pacto Histórico y Petro empiezan, en la lógica de siempre del desgaste del poder multiplicada exponencialmente por sus propias inquinas y fracasos, a verse y sentirse tóxicos.
Claramente, los gerifaltes de los partidos tradicionales sienten el hedor, el mortecino. Muchos, después de haberse abotagado en los calderos de las lentejas petristas, saciados y preservando aún, al amparo de la oscuridad y la incompetencia petrista, muchas de sus gabelas burocráticas, tratan hoy de comprar y brillar inexplicables credenciales antipetristas. Claudia, Fincho, Lizcano y otros tantos congresistas amanecen ahora dándole brilla metal al asunto con poco éxito y bañados en el desprecio generalizado. Creen a los ciudadanos tontos y desinformados, pero eso no es tan así.
Incluso en los toldos de la centro-izquierda militante, el hedor de Petro y el Pacto Histórico obligan a negaciones que hacen palidecer las de San Pedro. Empezando por la arrumada Francia, la fila de negacionistas del mesías socialista de Colombia y el mundo es larga y heterogénea reuniendo a Roy, Murillo, Romero y Caicedo, entre varios otros, que huelen la quema rodeándolos.
Solo le quedan a Petro para la quema, fervientes inviables como Pizarro y la Corcho y adeptos de ocasión, reyes del oportunismo, como Daniel Quintero.
El problema de Petro no es el sol en las espaldas. Esa imagen, incluso algo romántica, no define su realidad, esa que pensó que para él, en su imaginada grandeza, era opcional. La realidad de Petro es un pantano infecto y nauseabundo, donde el barro negro de sus pecados y fracasos lo ahoga y le impide caminar.
Por eso ahora, bajo las presiones feroces del Clan del Golfo, del señor de Manta, de los carteles mexicanos y los narcoguerrillos, el peón de brega de Montealegre corre para consagrar una iniciativa de impunidad exprés que permita pasar el cepillo de los sobornos en dólares y en efectivo que permitan evitar, con la compra de las elecciones, el peso de esa realidad en la que fracasó y que nunca fue opcional.