
Opinión
La sartén por el mango
Los delincuentes tienen la sartén por el mango, ellos lo saben. Saben que el miedo de la gente es superior a la confianza que pueda generar la presencia de las tropas dentro de la población.
Es muy posible que muchos colombianos hayan olvidado el lamentable episodio ocurrido entre el 1 y el 2 de marzo de 2023, en el sitio conocido como los Pozos en el departamento de Caquetá, donde 79 policías fueron secuestrados por una masa, organizada, compuesta por delincuentes asociados al narcotráfico, guardia campesina y guardia indígena; los mismos que pocos días después estarían constituyendo el primer anillo de seguridad en el congreso realizado en las sabanas del Yarí en el mismo departamento del Caquetá con la presencia del delincuente Néstor Gregorio Vera Fernández, alias Iván Mordisco, y los 23 cabecillas de los frentes que operan en el territorio nacional, pertenecientes al enaltecido grupo disidente de las Farc, al que este Gobierno ha reconocido como Estado Mayor Central.
Ese día, durante el asedio y posterior secuestro de los uniformados, fue asesinado de manera brutal— cuando estaba sometido por la turba y en estado de indefensión— el Subintendente Ricardo Monroy Prieto.
El final de ese capítulo fue más humillante que el drama vivido, aún sobre los malos tratos y los improperios sufridos por los miembros de la unidad policial, pues el entonces ministro del Interior, Alfonso Prada, justificó la agresión, definiéndola como un “cerco humanitario”.
Del asesinato de Monroy Prieto y del secuestro de sus 78 compañeros, además de la pérdida de casi todo el material de dotación de la unidad, solo se llamó a responder al Comandante del Departamento de Policía, Coronel Javier Castro, por omisión en el apoyo. Al director general de la institución mayor general Henry Sanabria se llamó al retiro de la institución por orden del presidente Petro, por aclarar al ministro del Interior, que lo sucedido en los Pozos fue un secuestro y no un “cerco humanitario”.
Lo más leído
Cuando se inició la operación Perseo, en El plateado, departamento del Cauca, en mi escrito de título “Plateado oscuro”, publicado en la revista semana el 16 de octubre de 2024, https://www.semana.com/opinion/articulo/el-plateado-oscuro/202410/, anticipaba que de no actuar el Gobierno de manera integral y dejar solo a la Fuerza Pública consolidando ese territorio, llevaría a que se presentara un desgaste de la tropa que obligaría su retiro del área, o en el peor de los casos a que fueran expulsados por los pobladores, como en efecto sucedió y el país pudo evidenciar a través de los medios de comunicación.
Las imágenes difundidas solo dejan sentimiento de indignación, de impotencia y de mucha desesperanza sobre lo que se pueda lograr con esta errática y difusa política de la paz total, que en más de dos años no ha mostrado avance concreto, solo nos ha mostrado un país con una violencia desbordada y con la pérdida creciente del control territorial por parte del estado; dejándolo en manos de las estructuras delincuenciales.
La salida de las tropas del área urbana de El Plateado no pudo mostrar otra imagen más elocuente para describir la derrota, la humillación y el desprecio de una comunidad por su Fuerza Pública que llegó para servir a los campesinos. El desfile de los carros blindados, los mismos que entraran al poblado rugiendo con sus potentes motores al comienzo de la operación Perseo, salían de El Plateado cojeando con sus llantas destruidas, su camuflaje teñido de negro por el humo y sus motores con un lastimero ronronear; dejando atrás entre las cenizas los cascarones humeantes de aquellos vehículos destruidos por la turba.
Dicen que así es la guerra, unas se ganan y otras se pierden, pero lo que me preocupa es que estas imágenes ya se repiten mucho y no solo en la parte rural, pues también está tomando fuerza en las áreas urbanas. Ya lo sufrimos durante el llamado “estallido social” y hoy se vive casi a diario en las ciudades donde sus autoridades sufren asonadas, cada vez que se pretende imponer medidas de control en aspectos sociales tan elementales como es la movilidad o por tan solo pretender la captura de un delincuente, así sea uno de poca monta. ¿Será que vamos camino a la consolidación generalizada de la anarquía?
Los delincuentes tienen la sartén por el mango, ellos lo saben. Saben que el miedo de la gente es superior a la confianza que pueda generar la presencia de las tropas dentro de la población. Los cabecillas saben que tienen el control de la gente y que dominan el territorio. Se debe decir que no todos los que participan en esta forma de ataque a la Fuerza Pública, lo hacen sometidos por el temor y la amenaza, pues hay otros, que no son pocos, que simpatizan con la causa, muchos de ellos miembros de las estructuras criminales, que se visten de civil para controlar a los intimidados y provocar los mayores efectos de la asonada. Solo basta ver y escuchar en los videos, la perversa alegría y el alborozo de quienes lanzaban los artefactos incendiarios a los vehículos y de quienes agredían a los policías, una vez fueron sometidos a costa de su nobleza, por no actuar en contra de la población y evitar poner sus vidas en peligro, la de los agresores. Se destaca el gesto de humanidad y de respeto de los funcionarios públicos en estos escenarios, pero mientras ellos no tengan garantías y el respaldo del aparato judicial, de la seguridad que proporciona una inteligencia fuerte, seguirán siendo víctimas de su noble actuar.
Esta vez, no degollaron a ningún policía, pese a que los uniformados estuvieron en grave riesgo de ser incinerados dentro de los vehículos; con certeza puedo decir, que este será un caso más, de los muchos, de secuestro de miembros de la Fuerza Pública, de agresión física y moral, de destrucción de material y de equipo, que nadie investigará, un caso de esos que no importa, como nunca le ha importado al universo de la sociedad colombiana, la vida de sus policías y de sus soldados. Los bandidos lo saben y eso los fortalece; les da mayor capacidad para intimidar e instrumentalizar a los ciudadanos que no simpatizan con la estructura criminal y además les genera la tranquilidad saber que la justicia no los va a mirar y mucho menos a perseguir por estos actos. Ellos tienen la sartén por el mango.
No solo pasa en el Cauca, sucede en muchas regiones. Por ejemplo, el Catatumbo sigue siendo territorio hostil; hostil para la población, hostil para la Fuerza Pública y hostil para los mismos actores armados que se lo disputan. Más de un mes ha transcurrido sin que se logre recuperar el control territorial, sin que la Fuerza Pública llegue a esas zonas desde donde fueron desplazados los campesinos. Las masacres de esta semana en Ocaña y en Tibú, sumadas a los combates entre las estructuras de las disidencias y las del ELN, reflejan en que manos está el mago de la sartén. Menuda tarea tiene el nuevo ministro de la Defensa, quien se estrena en el retiro con este engorroso encargo ministerial. No sé sí interpretar como una genialidad del señor Velásquez, el abandonar el barco escorado a estas alturas del Gobierno de Gustavo Petro y entregarle a un general la cartera para que sea él, el ministro Pedro Sánchez, quien al ocaso del mandato, reciba los señalamientos por una fracasada paz total, que dejará al final de este periodo a las estructuras con el control territorial en una forma que no la habían tenido por más de dos décadas.
Para quitarles la sartén de las manos a los delincuentes se requiere que los helicópteros guardados y varados vuelvan a volar, que se aplique el poder aéreo sobre los campamentos de los terroristas, que se recomponga la inteligencia desmantelada, que se trabaje en la moral combativa de la tropa— esa que va más allá de solo mejorar un plato de comida o dar una mejor bonificación— que se analice la conveniencia de seguir usando vehículos blindados en zonas donde no tienen espacio de maniobra, se revise el concepto táctico dentro del diseño operacional— especialmente cuando se opera en zonas pobladas con alta influencia de actores hostiles— se acompañe a la acción militar con una estructura judicial que la respalde y se consolide la presencia del gobierno con inversión, desarrollo social y toda la oferta estatal. Solo así y solo así, se pueden recuperar los territorios; de lo contrario, ellos, los bandidos, seguirán teniendo la sartén por el mango; ellos lo saben.
Acompañamos y respaldamos a nuestra Fuerza Pública, rechazamos cualquier tipo de agresión como respuesta a la intención de cumplir su misión constitucional y exigimos a la justicia que no sea silenciosa e inerte, frente a este fenómeno que se ha venido extendiendo a todo el territorio nacional, como estrategia para impedir que las instituciones cumplan con su labor. El Gobierno nacional, con el ministro de Defensa, debe revisar a la luz de la Constitución y la ley las fórmulas legales para contrarrestar el uso de la asonada como instrumento de la violencia que por décadas ha golpeado a nuestra nación. Entendemos la importancia de dialogar con los actores armados, pero cuando la paz siga siendo para los delincuentes un medio, un recurso para fortalecer sus capacidades y no un estado final. El Gobierno debe hacer uso de fuerza legítima para someter a los violentos y mientras esto no se haga, los criminales seguirán teniendo la sartén por el mango y no esto no solo se ve en los campos de Colombia, ya se vive en las principales ciudades del país.